LA RUTA TRAZADA POR RUT

Parashás NASÓ

Estos capítulos generalmente corresponden con la celebración de la festividad de Shavuot, que conmemora un aniversario del día en el cual el pueblo hebreo recibió la Torá en el monte Sinai. El héroe humano central de esta saga que tiene la mayor significación espiritual es Moshé; sin embargo, la Meguilá, el libro bíblico leído en este día lleva el nombre de una mujer, Rut.

Entre otras razones, se lee Meguilat Rut por el hecho de que esta mujer optó voluntariamente por el judaísmo, actitud que apunta a que en cada generación toda persona debe optar conscientemente por la Torá, tal como lo hizo Rut.

Empezando con Javá, la mujer que incita al primer hombre, Adam, comer del fruto prohibido, la Torá desnuda algunos aspectos negativos del carácter femenino. La segunda matriarca, Rivká, se constituye en el factor determinante para que Yaacov asuma la sucesión del anciano y ciego patriarca Yitsjak. Se vale del estratagema y el aparente engaño para encauzar los hechos porque reconoce que Esav carece las apropiadas cualidades para promover los valores espirituales del Monoteísmo.

Más aun, la profesora Yael Shemesh señala que la fraternidad entre mujeres no es común en la Biblia. La competencia y la contención entre las mujeres en el texto bíblico son cotidianas. Hagar era la rival de Sará, las hermanas Rajel y Leá disputaban el turno para compartir el lecho con Yaacov. En cambio, la íntima relación entre Naomí y su nuera Rut inspiró su excepcional pronunciamiento: “Tu Dios es mi Dios, tu pueblo es mi pueblo, donde tu vayas, iré”. En este sentido encontramos que dos mujeres, Shifrá y Puá, arriesgaron su vida al salvar a los recién nacidos de la sentencia de muerte que el Faraón había emitido durante el período de la esclavitud egipcia. Este fue el primer acto de rebelión y valentía contra el yugo egipcio, sirvió como ejemplo para la mentalidad esclava que caracterizó a los hebreos, quienes en varias oportunidades rechazaron el liderazgo de Moshé y Aharón por temor a las represalias de sus capataces. En cambio, otra mujer, Miryam, hermana de Aharón y Moshé, se alió con la hija del Faraón egipcio para salvar al infante Moshé, que navegaba las aguas del Nilo en una cesta.

El caso de Naomí y Rut es meritorio, pese a que habían compartido el amor de Majlón, hijo de Naomí y esposo de Rut. Aunque la relación madre-hijo y esposa-esposo debería ser diferente, la realidad enseña que, en muchas ocasiones, el conflicto estalla entre las personas que están involucradas en tal relación. Más aun, en nuestro caso, Naomí asistió a Rut para establecer una nueva relación con otro hombre, Bóaz, el hacendado que luego la esposaría y con quien procrearía una distinguida descendencia que incluye al rey David, el más prominente de los monarcas y progenitor del Mashíaj. Los ancianos del pueblo bendijeron a Bóaz con el voto de que el Señor hiciera que la mujer que estaba introduciendo a su hogar, Rut, fuera como Rajel y Leá.

Hacemos referencia a las matriarcas, a las mujeres que compartían una misión sagrada con los patriarcas, conscientes de un cometido de una dimensión histórica: la tarea de forjar una nación cuya tarea fundamental consistiirá en iluminar a la humanidad acerca de la existencia del Dios único, creador del universo, responsable de la existencia futura de ese mundo, que dependerá de un comportamiento humano ajustado a un conjunto de normas.  Normas que ya estaban siendo practicadas por los padres de la nación pero que serían especificadas y consagradas en el momento histórico preciso: la Revelación en el monte Sinai.

De tal manera que, por un lado, la “conversión” de Rut al judaísmo, la ruta trazada por su vida, apunta al hecho de que cada persona debe “renovar” su pacto con Dios y las Mitsvot en Shavuot y, al mismo tiempo, destaca el imperativo de la toma de conciencia acerca de la responsabilidad individual para asegurar el futuro del pueblo cuyo estandarte es la Torá.