Moshé: profeta de Profetas Moshé: el señor de los Profetas

BEHAALOTEJÁ - Números VIII - XII

La tribu de Leví desempeña un papel singular en el relato bíblico. En el momento de la rebelión del éguel hazahav, que es el becerro de oro, son ellos los que responden al llamado de Moshé, para luego ser reconocidos como los oficiantes del culto en reemplazo de los primogénitos. En estos capítulos se enseña sobre el momento de su consagración. Cada uno de los miembros de esta tribu tenía que servir durante veinticinco años, a los veinticinco años de edad. Luego se relata la única celebración del Pésaj que se dio en los cuarenta años de la travesía del desierto. Hay quienes sostienen que esto fue debido a que el berit milá no se practicó durante esos años y por lo tanto no se podía celebrar la festividad. La Torá establece, kol arel lo yojal bo, que el incircunciso no puede ingerir el sacrificio Pascual, por este motivo no podía celebrarse esta festividad de la libertad. (En la Torá el vocablo Pésaj hace referencia únicamente al sacrificio que se ofrece el día catorce de Nisán. La festividad que hoy denominamos Pésaj, recibe la nomenclatura de Jag Hamatsot en la Torá).

Respondiendo a la pregunta sobre las personas que por motivos de impureza ritual o por encontrarse a una distancia que les impide llegar a tiempo para ofrecer el Pésaj, Dios instruye a Moshé que existe la posibilidad de hacer un sacrificio un mes más tarde (Pésaj shení). El guer, que en el lenguaje del Talmud denota a un converso al judaísmo, se debe regir por las mismas leyes, dice la Torá. Los jajamim cuestionan si es adecuado que un guer -afirme de acuerdo al texto de la Hagadá- que sus antepasados fueron esclavos en Egipto. Según algunos eruditos, el guer de la Torá no es idéntico al guer del Talmud que hace referencia a una persona que adhiere de manera voluntaria al judaísmo. Sostienen estos estudiosos, que el guer de la Torá es el extranjero que decide abandonar la idolatría pero que aún no ha decidido incorporarse plenamente a la tradición judía. De todas maneras, la Torá manifiesta la igualdad ante la Ley de todos aquellos que quieren participar en nuestros ritos y se identifican con nuestro destino. Por lo tanto deciden que el guer debe afirmar también que sus antepasados fueron esclavos en Egipto. La conversión al judaísmo significa la inclusión en un nuevo árbol genealógico e implica hacer suya la historia del pueblo judío.

En el libro de Shemot nos encontramos con la expresión nevieja, que en ese contexto señalaba que Aharón sería el portavoz de Moshé, quien tenía dificultades de lenguaje (kevad pe). Ahora nos encontramos con este mismo vocablo, pero con un significado distinto. El espíritu de Dios desciende sobre Eldad y Meidad, y estos comienzan a profetizar. Un joven, que según Rashí es Guershom, un hijo de Moshé, hace sonar una alerta sobre lo ocurrido. Yehoshua reacciona con violencia (porque se sugiere que anunciaban la muerte de Moshé y la sucesión de Yehoshua al frente del pueblo). Moshé, en cambio, aspira a que en todo momento el espíritu Divino pueda estar presente, en el seno del pueblo.

Estamos ante la presencia de una nueva figura bíblica, la del naví, el profeta. Moshé, el gran líder y libertador del pueblo, es, al mismo tiempo, el prototipo del naví. En las palabras de Rambam, Moshé es el Adón haneviim, el señor de todos los profetas. Dios se comunica constantemente con él. Vayedaber Hashem el Moshé lemor: “y Dios le habló a Moshé diciendo”, es un versículo que aparece constantemente en la Torá. De acuerdo con Saadiá Gaón, el naví es principalmente un mensajero de Dios. Sus habilidades en el ámbito de los milagros y sus conocimientos acerca de lo oculto y de los sucesos futuros son muy limitados y se circunscriben a las necesidades correspondientes a su misión. Desde la perspectiva de Yehudá Haleví la profecía es propia del pueblo judío y fue transmitida desde Adam a aquellos que fueron aptos y merecedores de recibir esta herencia singular. La profecía, en su opinión, requiere de un entorno especial que sólo se encuentra en Érets  Israel. Para Rambam la profecía es la culminación del estado de perfección en el terreno de la moralidad, del intelecto y del espíritu. Rambam cuestiona la historicidad de ciertos eventos en la Biblia, tales como el relato de los mensajeros que se le aparecen a Avraham y el de la lucha de Yaacov con un supuesto ángel. Para Rambam estos son episodios que pertenecen al mundo de la visión profética. Rambán difiere radicalmente de la opinión de Rambam al asumir una interpretación literal del texto bíblico en los casos mencionados.

Mucho se habla acerca de las facultades de predicción del profeta. (Recordemos el dicho que afirma que predecir los acontecimientos es un acto muy peligroso). No obstante, considero que el naví es, en su esencia, un factor perturbador del status quo. El naví es el modelo de la persona indignada e insatisfecha por el comportamiento de los integrantes de la sociedad que lo circunda. Es aquel quien cuestiona por vocación. Para el profeta, las injusticias diarias, a las cuales solemos acostumbrarnos, son  la causa de sus constantes denuncias y exhortaciones. No dedica su atención a la solución de los problemas filosóficos y teológicos tales como el por qué y el propósito ulterior de la existencia. Su preocupación está enfocada hacia las injusticias cotidianas: contra la viuda y el huérfano, contra el pobre y el desamparado, que le sirven de modelo, como blanco de los abusos.

En la visión aristotélica, los dioses no se ocupan de las cosas que consideran triviales tales como el bienestar y la desgracia humanas. Existen hechos que pueden considerarse como minucias cósmicas tales como los atentados de los fuertes contra los débiles. Para el naví, en cambio, la lucha contra estos males se convierte en la razón de su existencia y en el propósito fundamental de su misión. El naví está aparentemente programado para reaccionar violentamente contra la injusticia, sin tomar en cuenta las consecuencias personales que sus acciones pueden ocasionarlo. Así nos encontramos, por ejemplo, con el profeta Natán que se enfrenta al poderoso rey David para reclamarle directamente sus acciones en el caso de Bat Sheva.

La fuente de la inagotable energía del naví radica en su amor por el ser humano y la compasión que siente por sus sufrimientos. Su dedo acusador no se limita a señalar a los culpables de algún crimen. El naví considera que la sociedad que alberga a los explotadores de los menos afortunados es igualmente responsable de los males. La lectura de un Amós y de un Yeshayahu, por ejemplo, revelan que sus ideas y denuncias corresponden a una sensibilidad social contemporánea. Esta es una de las categorías que utilizamos para calificar cualquier obra literaria de excepcional. Su contenido es aplicable a nuestros tiempos, por lo tanto, la naturaleza humana ha sido bien analizada y calibrada. El lenguaje es literariamente valioso y las ideas contenidas en estos mensajes son fundamentales para el género humano.

Moshé demuestra su calidad de naví cuando, al salir por primera vez del palacio del faraón, defiende el honor del hebreo maltratado por el capataz egipcio. Con este acto, Moshé se pone en peligro y efectivamente pierde su situación de privilegio en la Corte egipcia. Un naví no puede permanecer indiferente cuando presencia una injusticia. Y Moshé es ante todo, el Adón haneviim, el señor de todos los profetas.

DIFERENTES ASPECTOS DEL MISHKÁN

Parashá BEHAALOTEJÁ

Los Kohanim habían sido consagrados al servicio de Dios: era el turno del resto de la tribu de Leví. La Torá recuerda que esta tribu fue escogida en sustitución de los primogénitos que habían participado en el episodio del Éguel Haza- hav, hecho que los descalificó para integrar el liderazgo religioso.

Con esta consagración se podía dar inicio a las actividades del Mishkán. Por ello, resulta tardío el relato de la consagración de los Levitas, hecho que conduce a opinar, no obstante, que nos encontremos en la sección de Bemidbar. Esta consagración se produjo inmediatamente después del levantamiento del Mishkán, siguiendo el principio Ein mukdam umeujar baTorá, “la Torá no sigue un orden cronológico”.

¿Cuál era la función del Mishkán? Originalmente, el propósito de esta construcción era dar albergue a la Shejiná, la Presencia Divina. Tal como reza el texto bíblico, Veasú li Mikdash veshajantí betojam, “Y me harán un Tabernáculo y residiré entre ellos”. Esta circunscripción de la Presencia de Dios en un lugar específico, debe entenderse como la obligación de “servir” a Dios en cualquier lugar donde se encuentre. Siendo el Mishkán, el paradigma de la Presencia de Dios dentro del pueblo.

Al mismo tiempo, el Mishkán era el repositorio de las Lujot: las dos Tablas con su grabado de los Diez Mandamientos que Moshé había recibido en el monte Sinaí. De tal manera que también servía para el encuentro continuo entre Moshé y Dios. De acuerdo con esta percepción la tribu de Leví no tiene un papel trascendental en el Mishkán. Forman parte de los elementos, humanos y materiales, que allí se encuentran.

Pero hay otra función que debe desempeñar el Mishkán, como el sitio céntrico donde el pueblo puede expresar su religiosidad e ir al encuentro con el Creador. ¿Cómo se expresó la interacción del pueblo con Dios? Por medio del Korbán: el sacrificio. En este sentido, el Kohén desempeña un rol fundamental.

Nos encontramos frente a un doble rol del Mishkán. Por un lado sirve de “residencia” para Dios, para que se encuentre “cercano” al pueblo que extrajo de la esclavitud egipcia. De acuerdo con esta función del Mishkán, el actor principal, quien inicia la relación es Dios. Cuando se lo ve como el lugar de la ofrenda, es el ser humano quien inicia el acercamiento a Dios.

En la Parashá Bemidbar se describió la ubicación del Mishkán durante la travesía por el desierto. El campamento hebreo consistió de cuatro flancos en los diferentes sentidos cardinales donde hacían residencia tres tribus diferentes en cada lado. El Mishkán fue ubicado en el centro del campamento donde estaba resguardado en sus alrededores por la tribu de Leví. Quienes tenían el acceso inmediato al recinto sagrado eran los Kohanim y los Leviyim, pero no se debe olvidar que ellos a su vez estaban rodeados por el pueblo entero.

La presencia de la “Nube Divina” que descansaba sobre el Mishkán impedía que Moshé penetrara ese recinto, de acuerdo con el primer relato de la construcción del Tabernáculo. Ahora se nos informa que la posición de la “Nube Divina” servía para alertar acerca del momento del cese y del comienzo de la travesía por el desierto. Inicialmente la Torá hace hincapié en el rol del Mishkán en la relación de Moshé con Dios. Ahora se nos informa que el Mishkán desempeñaba un rol que incluía a todo el pueblo en su afán de pro- curar un acercamiento con el Creador.

Mientras que Moshé tenía encuentros íntimos con Dios, hablaban Panim el Panim, y los Kohanim oficiaban durante los sacrificios; la función de la tribu de Leví era más mundana. Su tarea consistía en desmontar, cargar y nuevamente erigir el Tabernáculo durante los desplazamientos en el desierto. Por ello, por su vocación de servicio, los Leviyim siempre estuvieron muy cercanos al pueblo. En efecto, de acuerdo con el texto bíblico, todo el pueblo participó en su consagración.

EL LIDERAZGO ADECUADO AL MOMENTO

Parashá BEHAALOTEJÁ

Después de la revelación en el monte Sinaí y haber “visto” y “oído” los eventos extraordinarios que acompañaron el otorgamiento de la Torá, el pueblo tuvo enfrentar la difícil y tortuosa realidad del desierto. Acostumbrados a una vida de esclavitud pero con cierto grado de seguridad en Egipto, les había llegado el momento de la incertidumbre y lo desconocido.

Tenían que pagar el precio de la libertad, que es la responsabilidad.

En este entorno, el liderazgo de Moshé es puesto a prueba, liderazgo que será cuestionado por los hebreos que se rebelan ante cualquier dificultad. Apenas a tres días de caminata del Sinaí, nuestros antepasados se quejaron amargamente ante el Señor, hecho que causó su furia, y reaccionó enviando llamas celestiales que consumieron un flanco del campamento. La gente clamó ante Moshé, quien elevó una oración a Dios y el fuego se calmó. Este lugar recibió el nombre de Tav’erá, que proviene de la raíz “quemar”.

La Torá no revela el contenido de esta “queja amarga”, tal vez con toda intención, para señalar que no había una causa específica. La rebeldía había sido el resultado del temor por lo desconocido y la incertidumbre provocada por el desierto.

Un segundo episodio de esta clase no se hizo esperar: los hebreos se quejaron por el aburrimiento que provocaba el maná que descendía de los cielos. Cansados de la misma dieta diaria, exigieron carne. Alegaron que, en Egipto, la comida había sido abundante y variada. Recordaron el pescado gratuito que ingerían y los diferentes vegetales que acompañaban las comidas. La respuesta fue una provisión abundante de carne, seguido por una severa plaga que diezmó al pueblo. Este episodio es conocido como Kivrot Hataavá, el lugar que el apetito desmedido había convertido en tumbas.

Debido a estos episodios que ocurrieron en el segundo mes después del Sinaí, Moshé se quejó ante Dios de que le era imposible dominar y guiar un pueblo agitador. La carga era demasiado fuerte para Moshé. Tal vez en respuesta a este clamor, Dios le instruye que escoja “setenta mayores” que puedan asistirlo en la tarea de la conducción del destino de los hebreos. De esta manera se conformó el primer Sanhedrín.

En realidad, la idea de los “mayores” existió incluso cuando Moshé se encontró en Midyán, donde fue instruido por Dios que volviese a Egipto para presentarse ante Par’ó para exigirle que le permitiera al pueblo hebreo salir desierto para rendirle culto a su Dios. De acuerdo con el Midrash, cuando Dios instruye que reúna a los “mayores” hebreos en Egipto, se refiere efectivamente a un grupo existente de “setenta mayores” que habían sido escogidos porque habían recibido severos golpes de los capataces egipcios, debido al escaso número de ladrillos que los hebreos produjeron cuando cesaron de proveerles la paja necesaria para su elaboración.

Incluso cuando Moshé ascendió al Har Sinai, estuvo acompañado por Aharón, Nadav, Avihú y “setenta mayores”, quienes presenciaron el esplendor del Señor, comieron y bebieron. Dado que esta institución había sido establecida con anterioridad como hemos visto, ¿por qué fue necesaria la instrucción Divina de crear un nuevo grupo, el Sanhedrín? Aparentemente, el grupo anterior no estuvo a la altura de la espiritualidad del monte Sinaí, porque comieron y bebieron ante el esplendor de la Presencia Divina. Por ello, probablemente perecieron en el episodio de Kivrot Hataavá, y ahora era necesario escoger un nuevo contingente para integrar los “setenta mayores”.

Quizás la enseñanza fundamental se centra en dos diferentes tipos de liderazgo. Un primer grupo de “setenta mayores” había sido apto para conducir el destino del pueblo bajo el yugo de la esclavitud y en la primera etapa, que culminó con la revelación en el Sinaí. La travesía por el desierto exigía ahora un liderazgo con una visión diferente, “mayores” que tuvieran que luchar contra los peligros del desierto y que, al mismo tiempo, tendrían que preparar al pueblo para una vida de independencia y soberanía en tierra propia.

El nuevo liderazgo tenía que convertir algunas tribus en un Mamléjet Kohanim veGoi Kadosh, un “reino de sacerdotes pueblo consagrado”. Tenían que responder a la interrogante “¿cómo se pueden integrar al terreno social y político los principios morales y éticos que la Torá predica?”. Los próximos capítulos revelarán que ante las fronteras de la Tierra Prometida, el pueblo se torna temeroso y visualiza que Israel está poblada por gigantes invencibles. La tarea de Moshé con la asistencia de los “mayores” fue gigantesca: la transformación de una mentalidad esclava en una actitud de libertad y superación, condición acompañada por el afianzamiento de una valoración apropiada del ser, circunstancia indispensable para la conquista.

Efectivamente, cuando llegó el momento de la conquista, Dios consideró que Moshé no era apto para esa nueva tarea y vino la sucesión: Yehoshúa, un joven que había crecido bajo el manto de la libertad del desierto, que desconocía la esclavitud egipcia, el líder adecuado para la tarea de la conducción del pueblo para el establecimiento de ese Mamléjet Kohanim veGoi Kadosh en la Tierra Prometida.

LA PROLIFERACIÓN DE LA PROFECÍA

Parashá BEHAALOTEJÁ

El texto bíblico correspondiente a esta semana incluye algunas reglas acerca del encendido y cuidado de la Menorá, elemento fundamental en el Beit HaMikdash, templo que sería erigido siglos después en Jerusalén. Esta tarea le fue encomendada a Aharón, una función que luego ejercerían sus descendientes, los Kohanim. Al mismo tiempo, los otros integrantes de la tribu de Leví también fueron consagrados para el servicio divino. Si bien anteriormente los primogénitos habían sido destinados al servicio de Dios, después del azote de las plagas en Egipto, Dios escogió en su lugar a la tribu de Leví para que se desempeñara en el culto religioso del Beit HaMikdash al lado de los Kohanim.

También está incluido el tema del Korbán Pésaj que se ofreció el 14 de Nisán, cuando se conmemoró el primer aniversario del sacrificio pascal antes de salir de Egipto. Dado que esta celebración de Pésaj no se menciona en otra oportunidad, se puede asumir que fue la única vez que se realizó, pues el consumo de este sacrificio se limita a las personas circuncidadas y el Brit Milá no se practicó durante la travesía de cuarenta años por el desierto.

Sobresale en estos capítulos del texto bíblico la escogencia de setenta ancianos consejeros, quienes junto a Moshé compartirían la tarea de juzgar en los litigios y explicar las leyes de la Torá de acuerdo con la sugerencia hecha por su suegro Yitró. Estos ancianos fueron investidos con la facultad de la profecía, característica espiritual cuyo depositario humano original era Moshé, el profeta por excelencia. El relato de esta selección de consejeros incluye el episodio de las profecías de dos miembros de la comunidad: Eldad y Medad. Cuando Yeshoshua, quien sucederá a Moshé en el mando del pueblo, los acusa de profetizar, Moshé responde:

“Ojalá que todo el pueblo pudiera profetizar”. Este intercambio entre Moshé y su discípulo Yehoshua obliga a reflexionar acerca de la naturaleza y propósito de la profecía.

Si partimos de la noción de que la profecía proviene directamente de una inspiración divina auténtica, ¿por qué provocó la actuación de Eldad y Medad el aparente reproche de Yehoshua? De acuerdo con el Talmud, la dificultad no era el acto profético: tal vez el problema residía en el contenido de la profecía.

El Talmud sugiere tres posibilidades: primero, Eldad y Medad anunciaban que Moshé había muerto y que Yehoshua conduciría al pueblo hebreo a la Tierra Prometida. Otra opinión afirma que profetizaron acerca de las aves que Dios enviaría para los hebreos cuando se quejaron por la falta de carne en el desierto. La tercera alternativa que revela el Talmud se refiere a su profecía acerca de la guerra de Gog y Magog en el fin de los días.

El profesor Hillel Neumann sugiere que una posible solución a la interrogante se puede encontrar en la diferenciación que algunos hacen entre una religión histórica y una secta. Se sugiere que lo que caracteriza a la secta es un liderazgo carismático, el alegato de una inspiración divina directa y la posesión de poderes proféticos. Por ello, las sectas enfrentan grandes dificultades de continuidad después de la muerte de su líder, ya que este hecho implica la obvia pérdida del carisma personal que había sido una base fundamental de su atractivo original.

Cuando Eldad y Medad anunciaron una solución para satisfacer el apetito de la gente que quería comer carne, al profetizar acerca de lo que ocurriría en el fin de los días, estaban retando el liderazgo de Moshé, que aparentemente no había respondido a estas inquietudes. Por ello, tal vez Yehoshua señalaba que, incluso bajo una inspiración divina, cuando ésta es expresada por un líder carismático, podía socavar el liderazgo tradicional y auténtico. En nuestro caso, el liderazgo de Moshé.

La respuesta de Moshé, en cambio, apunta hacia la legitimidad de la confrontación ideológica o en el mundo religioso.

Más aún, la confrontación de ideas es positiva y saludable, siempre y cuando los argumentos sean verificables y la intención sea noble.