Absolución, purificación y arrepentimiento – El precepto número seiscientos trece

NITSAVIM Deuteronomio XXIX,9 - XXX - VAYÉLEJ Deuteronomio XXI

La lectura de nuestros capítulos coincide con el período anual de los Yamim Noraim, los días espiritualmente solemnes, Rosh HaShaná y Yom Kipur. Estos días deben ser dedicados a la teshuvá que es el retorno a nuestras raíces (que incluye el arrepentimiento por las fallas cometidas) y la búsqueda de la kapará que es el perdón Divino. Nuestro texto hace referencia a este tema al afirmar veshavtá ad HaShem Eloheja veshamatá bekoló, que quiere decir y retornarás (hasta) a Él y escucharás (acatarás) Su voz.

Harav Soloveitchik diferencia entre los dos vocablos kapará que quiere decir expiación o absolución y tahará que significa purificación. Así reza el texto en el Séfer Vayikrá, ki vayom hazé yejaper alejem letaher etjem, mikol jatotejem, lifnei HaShem titeharu, que quiere decir por cuanto ese día (el kohén gadol) hará expiación por vosotros, para purificaros de todos vuestros pecados ante el Eterno. Citando nuestra tradición, Soloveitchik señala que el propio día de Yom Kipur nos otorga kapará, que es la absolución. Pero, tahará que es una especie de purificación (de limpieza espiritual) tiene que ser lograda por cada uno de nosotros.

El judaísmo considera que toda falta o pecado produce un castigo como consecuencia de este. En otras palabras, pecado y castigo constituyen un par, un binomio. El pecado nos conduce, invariablemente, a ciertos resultados nefastos. Según una Mishná, sejar averá, averá, significa que el castigo por los pecados es el tener que vivir con la culpa emocional de haber cometido el error. En otra Mishná, en cambio, leemos sejar mitsvá behai alma leka, que quiere decir que en este mundo no se recibe la recompensa (y el castigo) por las acciones. Pero, en algún momento y en algún lugar las consecuencias de nuestras acciones se manifiestan.

El día de Yom Kipur es el momento de la absolución Divina por los errores cometidos. Tal como los mandatarios terrestres tienen la prerrogativa de otorgar el perdón, así también el Creador nos perdona anualmente por nuestros errores. Nuestros jajamim, con el probable propósito de evitar que se abuse de la generosidad Divina, nos advierten que uno no debe llevar una vida alegre y despreocupada, sin controles, pensando que el día de Yom Kipur nos absuelve totalmente. Podemos considerar que Yom Kipur nos otorga una nueva oportunidad en la vida. Conceptualmente afirmamos, hagamos borrón y cuenta nueva. Una vez cumplido el castigo (y en Yom Kipur perdonado por Dios) el pecado queda borrado y anulado.

Cabe entonces preguntarnos, ¿volverá acaso esta persona a pecar de nuevo?  Una vez obtenido el perdón Divino, ¿qué impide que la persona vuelva a reincidir en los mismos errores, que cometa nuevas faltas? Es aquí donde introducimos el concepto de tahará, que como dijimos quiere decir purificación. Con kapará se obtiene el perdón, pero la noción de tahará sugiere un cambio radical en la personalidad del ser humano, para que no reincida en los errores del pasado. La absolución puede venir desde afuera, pero la transformación de la personalidad tiene que venir desde adentro, de nuestro más profundo fuero. Hay quienes critican nuestros sistemas carcelarios porque castigan, pero no transforman al criminal. En algunas oportunidades, se convierten más bien en cursos de postgrado para los pequeños malhechores a quiénes endurecen y fortalecen en su camino criminal.

Adín Steinzaltz cita una fábula en la que los animales de la selva decidieron hacer teshuvá porque concluyeron que sus pecados eran la causa de sus males. El tigre y el lobo admiten que acechan y matan a otros animales y se les perdona por su crimen. Después de todo es parte de la naturaleza de estos animales el acosar y devorar a otras criaturas que son más débiles. Así, cada uno de los animales se confiesa en voz alta y es perdonado por sus faltas. Finalmente, la oveja dice que en una oportunidad se comió la paja que servía de forro para las botas de su amo. Todos los demás animales concluyen de inmediato que esa era la causa de todos sus males. Procedieron a sacrificar a la oveja y consideraron que con ese acto de ajusticiamiento habían obtenido, para todos, el perdón deseado. La moraleja obvia de que el mundo está dispuesto a perdonar a los fuertes, pero que es implacable con los débiles, es posiblemente, una interpretación superficial de la fábula. Para Steinzaltz la enseñanza de la fábula reside en nuestra disposición personal de enfrentar únicamente los pecadillos. De esta manera nos escapamos de la ineludible necesidad de un examen profundo, de nuestro espíritu. Evitamos el doloroso enfrentamiento con nuestras grandes fallas, que es lo que permite iniciar el proceso de tahará, la purificación, y que puede darse solamente cuando se produce un cambio de personalidad radical.

Teshuvá es el retorno hacia el prototipo ideal del judío. Este retorno requiere remontarse al pasado y reescribir los sucesos, como si fuera posible revivir lo ocurrido. No es suficiente el arrepentimiento por lo sucedido. Es necesario trasladarse en un eje temporal hacia el pasado, enfrentar la misma situación que condujo al error, y actuar, esta vez, (desde el punto de vista de la metafísica) decisiva firmemente, moral y responsablemente. Si nuestro presente y futuro dependen en gran medida de nuestras actuaciones pasadas, es obvio que debemos revivir lo sucedido en forma diferente, para que la influencia de ese pasado también sea diferente en nuestro comportamiento futuro.

Para dar comienzo a un sincero proceso de teshuvá se requiere llegar a la conclusión, en las palabras del profeta Hoshea, ki jashaltá baavoneja, “porque tropezaste en tu iniquidad.” Cuando sentimos el vacío de nuestras vidas, la falta de dirección y de sentido en nuestra existencia, estamos afirmando ki jashalta baavoneja y permitimos el inicio del proceso de teshuvá. Teshuvá carece de final. Teshuvá es un proceso de acercamiento hacia las raíces, que nunca termina, porque nunca llega. Así dice el citado Hoshea, shuva Israel ad HaShem Eloheja, que quiere decir retorna Israel, ad, “hasta” (acercándonos cada vez más, pero obviamente sin poder llegar a la divinidad propia) el Señor, tu Dios. El versículo de nuestro texto semanal que citamos inicialmente también menciona el retorno ad, el acercarse, porque es imposible llegar al Ser que es infinito, con pisadas humanas las que por definición son finitas.

Teshuvá requiere que se descarten las conductas que condujeron al error, y se asuman nuevas estructuras de comportamiento. Desde cierto punto de vista, de lo que se trata es de canalizar en una nueva dirección los impulsos, que en el pasado nos llevaron al pecado. Así dicen nuestros jajamim, si no fuera por el yétser hará, que es la inclinación hacia el mal, el hombre no se casaría, ni construiría un hogar. El yétser hará, es tan sólo una predisposición que puede ser modificada a fin de derivarla hacia una dirección distinta a la anterior. Teshuvá es imponer una orientación diferente y positiva tanto a nuestra vida como a nuestro modo de ser.

VAYÉLEJ

El precepto número seiscientos trece

Deuteronomio XXI

El tema de nuestro texto son los últimos días de Moshé. Es el momento de la transferencia del manto del liderazgo a Yehoshua. Jazak veemats, “sé fuerte y valiente”, le dice Moshé a Yehoshua, por la doble tarea que tenía por delante: servir de líder a un pueblo que había calificado de am keshé óref, “un pueblo de dura cerviz”, y enfrentar la difícil empresa que significaba el próximo inicio de la campaña para la conquista de Erets Israel.

Moshé escribe el texto de la Torá y hace entrega de este a los kohanim, los sacerdotes y a los zekenim, los ancianos, que constituyen la dirigencia espiritual del pueblo. La Torá es el documento que da testimonio del berit, el pacto entre el Creador y Su pueblo. Moshé ordena que esta Torá sea leída cada siete años en la festividad de Sucot, en una convocatoria especial denominada Hakhel. Según los jajamim, en esa ocasión el mélej Israel, que era el rey, leía la Torá en voz alta. Al mismo tiempo señalan cuáles eran los capítulos del séfer Devarim que tenía que recitar. La selección del mélej para la lectura pública de la Torá en presencia de las masas, constituye un honor muy singular. Pero, tal vez, la intención era totalmente diferente. El propósito más probable fue el de establecer el marco debido e imponer un límite a los poderes del mélej, quien tiene que regirse por las mitsvot contenidas en la Torá. Estas mitsvot eran conocidas por todos. Porque Moshé, también le dice al pueblo, veatá kitevú lajem, que quiere decir y ahora escríbanlo ustedes, palabras que nuestros jajamim interpretan como la obligación individual de escribir un ejemplar de la Torá. La escritura de la Torá es la última mitsvá y es la número seiscientos trece.

Aun cuando uno reside en una comunidad donde hay una sinagoga con un Séfer Torá, es necesario aparentemente, escribir un ejemplar de este texto sagrado. En caso de la pérdida de ese ejemplar, uno debe escribir nuevamente una Torá. (Por lo tanto, al donar mi Torá a una sinagoga, continúo bajo la obligación de escribir otro ejemplar). Según Rabenu Asher, la finalidad de la escritura individual de la Torá es para que sea utilizada como un texto de estudio. Dado que estamos acostumbrados a los libros, (los libros no abundaban en épocas anteriores porque se copiaban a mano) uno se identifica con el espíritu de esta mitsvá adquiriendo ejemplares del Tanaj, la Mishná, el Talmud y sus comentarios. El Talmud afirma, sin embargo, que, si uno recibe una Torá como parte de una herencia paterna, este hecho no lo exime de la mitsvá de escribir la Torá. Se puede deducir, por lo tanto, que el estudio no es la única razón de esta mitsvá, si lo fuera, en este caso no sería necesario escribir un nuevo texto. La Torá recibida en herencia podría utilizarse para el estudio.

Hay quienes sostienen que la razón de escribir individualmente la Torá, aun cuando se haya recibido un ejemplar por herencia, tiene el propósito de aumentar el número de Sifrei Torá en la comunidad. Este razonamiento, apoya nuestro argumento anterior donde sostenemos que el propósito de la escritura es motivar el estudio. Porque el disponer de más ejemplares de la Torá, permite que un número mayor de personas tenga la posibilidad de estudiar su contenido. Por lo tanto, por el hecho de donar una Torá a una sinagoga, contribuyo a ampliar el alcance de su uso.

La importancia de la Torá en la vida judía le otorga un lugar de privilegio y de veneración (recordando siempre que la Torá es sagrada, únicamente, porque contiene la palabra revelada de Dios). Existen numerosos relatos acerca de personas que tuvieron que abandonar todas sus posesiones en tiempos de guerra, pero que lograron rescatar, cargándolos consigo en todo momento, los rollos de la Torá pertenecientes a su familia. Según Rambam se puede vender una Torá, solamente si el producto de esa venta se utiliza para la continuación de los estudios sagrados o para brindarle a una joven la posibilidad de casarse.

El mélej Israel tenía que escribir un ejemplar adicional de la Torá. El primero de estos ejemplares, en cumplimiento de su obligación como la de todo judío, se guardaba en el lugar donde estaba el tesoro del reino. El segundo ejemplar tenía que estar con él en todo momento. Cuando iba a la guerra, durante un juicio, o en caso de algún litigio. Así leímos en capítulos anteriores de Devarim, vehaytá imó vekará vo kol yemei jayav, que quiere decir y (la Torá) estará con él (el rey de Israel) y la leerá todos los días de su vida. Prosigue este pasuk señalando el propósito de este segundo ejemplar de la Torá, lemaan yilmad leyirá et HaShem Elohav lishmor et kol divrei haTorá hazot veet hajukim haele laasotam, que quiere decir para que aprenda (el rey) a temer al Eterno su Dios y sepa cumplir todas las palabras de esta Ley y sus preceptos.

Indudablemente, el principal aporte espiritual del pueblo judío a la humanidad es, su concepción monoteísta de la Divinidad. El judaísmo afirma que existe un solo Dios, que es el Creador de todo el universo, y todo lo que existe proviene de El. Por eso, nadie nació para ser superior a otro. Todos provenimos de la misma fuente. Sin embargo, propongo que la Torá (y en especial la interpretación del Talmud de este texto escrito) es nuestro distintivo especial y extraordinario. En ausencia de Torá, no hay judaísmo.

El estudio de los textos de la Torá es la dedicación religiosa más importante. La Mishná nos enseña que Talmud Torá kenégued kulam, que el estudio de la Torá es primordial y que tiene prioridad sobre otras actividades. Por lo tanto, el talmid jajam, el estudioso y conocedor de estos textos sagrados, ocupa un lugar de privilegio en la sociedad judía. A modo de ilustración se puede decir que se ha establecido una ecuación entre la Torá y el talmid jajam. Nuestra tradición le otorga personalidad propia al rollo de la Torá. Por ejemplo, cuando un ejemplar de la Torá se inutiliza porque los pergaminos han sufrido un deterioro tal que su reparación ya no es posible, esa Torá debe enterrarse como en el caso de un ser humano. La relación que se establece entre el estudioso y el texto sagrado se asemeja a la de dos interlocutores que tienen vida y personalidad individuales.

El estudio de la Torá no se limita a la actividad intelectual. El talmid jajam se involucra emocional y espiritualmente con la Torá. Tal como la tradición judía le asigna personalidad al día Shabat, al referirse a Shabat malketá, que quiere decir la reina de Shabat y se anticipa con fervor su llegada a través del servicio religioso denominado Kabalat Shabat, también se le otorga a la Torá características que usualmente son reservadas para los humanos. El estudio de la Torá se convierte en un diálogo entre el estudioso y el texto sagrado. Tal vez sea ésta una razón adicional para el requisito que un sofer, que es un escriba, tenga que escribir los rollos, letra por letra. En la escritura de un ejemplar de la Torá se requiere la apropiada kavaná que es la intención religiosa y por lo tanto, un ejemplar impreso es ritualmente inválido. El sofer tiene que escribir el texto de su puño y letra y de tal modo se enseña que la Torá necesita de la interacción con el ser humano. lo bashamáyim hi, “(la Torá) no está en los cielos”, es la expresión, en un capítulo anterior, para destacar su cercanía y relevancia. Al mismo tiempo es evidente que el estudio y cumplimiento (befija uvilevavejá laasotó) de las normas que contiene, constituyen la esencia de la condición judía.

Absolution, Purification and Repentance – Precept Number Six Hundred and Thirteen

NITSAVIM - Deuteronomy XXIX, 9 - XXX VAYELECH - Deuteronomy XXI

The reading of our chapters coincides with the annual period of the Yamim Noraim, the spiritually solemn days, Rosh HaShana, and Yom Kippur. These days should be dedicated to teshuvah, which is the return to our roots (which includes repentance for mistakes made) and the search for kapara, which is Divine forgiveness. Our text refers to this issue by stating veshavta ad HaShem Eloheja veshamata bekolo, which means and you will return (to) Him and hear (obey) His voice.

Harav Soloveitchik differentiates between the two words kapara, which means expiation or absolution, and tahara, which means purification. Thus reads the text in the Sefer Vayikra: ki vayom haze yechaper alechem letaher etchem, mikol chatotechem, lifnei HaShem titeharu, which means because on that day (the Kohen Gadol) will make atonement for you, to purify you from all your sins before the Eternal . Citing our tradition, Soloveitchik points out that Yom Kippur itself grants us kapara, which is absolution. But, tahara that it is a kind of purification (of spiritual cleansing) has to be achieved by each one of us.

Judaism considers that every fault or sin produces a punishment as a consequence of it. In other words, sin and punishment constitute a pair, a binomial. Sin invariably leads us to certain dire results. According to a Mishnah, sechar avera, avera, means that the punishment for sins is having to live with the emotional guilt of having made the mistake. In another Mishnah, however, we read sechar mitsva behai alma leka, which means that in this world you do not receive reward (and punishment) for actions. But, at some point and somewhere the consequences of our actions manifest themselves.

The day of Yom Kippur is the moment of Divine absolution for the mistakes made. Just as earthly rulers have the prerogative to grant forgiveness, so the Creator annually forgives us for our mistakes. Our Chachamim, with the probable purpose of preventing Divine generosity from being abused, warn us that one should not lead a joyous, carefree life without control, thinking that the day of Yom Kippur totally absolves us. We can consider that Yom Kippur gives us a new chance in life. Conceptually we affirm, let’s start a clean slate. Once the punishment is completed (and on Yom Kippur forgiven by God) the sin is erased and nullified.

It is then worth asking ourselves, will this person ever sin again? Once Divine forgiveness has been obtained, what prevents the person from repeating the same mistakes again, from committing new mistakes? It is here where we introduce the concept of tahara, which as we said means purification. With kapara, forgiveness is obtained, but the notion of tahara suggests a radical change in the personality of the human being, so that he does not relapse into the mistakes of the past. The absolution can come from outside, but the transformation of the personality has to come from within, from the deepest of our being. There are those who criticize our prison systems because they punish, but do not transform the criminal. At times, they become more like postgraduate courses for petty criminals whom they harden and strengthen in their criminal path.

Adin Steinzaltz quotes a fable in which the jungle animals decided to do teshuva because they concluded that their sins were the cause of their evils. The tiger and the wolf admit that they stalk and kill other animals and are forgiven for their crime. After all, it is part of the nature of these animals to harass and devour other creatures that are weaker. Thus, each of the animals confesses aloud and is forgiven for their faults. Finally, the sheep says that on one occasion it ate the straw that served as lining for its master’s boots. All other animals immediately conclude that this was the cause of all their ills. They proceeded to sacrifice the sheep and considered that with that act of execution they had obtained, for all, the desired forgiveness. The obvious moral that the world is willing to forgive the strong but is unforgiving of the weak is possibly a superficial interpretation of the fable. For Steinzaltz the teaching of the fable lies in our personal disposition to face only the peccadilloes. In this way, we escape from the inescapable need for a deep examination of our spirit. We avoid the painful confrontation with our great faults, which is what allows us to start the process of tahara, purification, and which can only occur when a radical personality change occurs.

Teshuva is the return to the ideal prototype of the Jew. This return requires going back to the past and rewriting the events as if it were possible to relive what happened. Regret for what happened is not enough. It is necessary to move on a temporal axis towards the past, face the same situation that led to the error, and act, this time, (from the point of view of metaphysics) decisively, firmly, morally and responsibly. If our present and future depend to a great extent on our past actions, it is obvious that we must relive what happened in a different way, so that the influence of that past is also different in our future behavior.

To begin a sincere teshuva process requires reaching the conclusion, in the words of the prophet Hoshea, ki chashaltá baavonecha, “because you stumbled in your iniquity.” When we feel the emptiness of our lives, the lack of direction and meaning in our existence, we are affirming ki chashalta baavonecha and allowing the teshuva process to begin. Teshuva has no end. Teshuva is a process of approaching the roots, which never ends. Thus, says the aforementioned Hoshea, shuva Israel ad HaShem Elohecha, which means Israel return, ad, “until” (getting closer and closer, but obviously without being able to reach our own divinity) the Lord, your God. The verse of our weekly text that we initially cited also mentions the return, ad, the approaching, because it is impossible to reach the Being that is infinite, with human footprints which by definition are finite.

Teshuva requires that the behavior that led to the error be discarded, and new structures of behavior be assumed. From a certain point of view, it implies we channel in a new direction the impulses, that led us to sin in the past. This is what our chachamim say, if it weren’t for the yetser hara, which is the evil inclination, man would not marry, nor would he build a home. The yetser hara is just a predisposition that can be modified in order to divert it to a different direction. Teshuva means to impose a different and positive orientation both to our life and our way of being.

VAYELECH

Precept number six hundred and thirteen

Deuteronomy XXI

The subject of our text is the last days of Moshe. It is time for the transfer of the mantle of leadership to Yehoshua. Chazak veemats, “be strong and courageous,” Moshe tells Yehoshua, for the double task ahead of him: serving as a leader to a people that he had described as am keshe oref, “a stiff-necked people,” and facing the difficult undertaking that meant the next start of the campaign for the conquest of Erets Israel.

Moshe writes the text of the Torah and delivers it to the kohanim, the priests and the zekenim, the elders, who constitute the spiritual leadership of the people. The Torah is the document that bears witness to the berit, the covenant between the Creator and His people. Moshe orders this Torah to be read every seven years on the Sukkoth holiday, in a special convocation called Hakhel. According to the Chachamim, on this occasion the Melech Israel, the king, read the Torah aloud. At the same time, they instruct which chapters of Sefer Devarim had to be recited. The selection of the Melech for the public reading of the Torah in the presence of the masses is a very unique honor. But, perhaps, the intention was totally different. The most likely purpose was to establish the proper framework and impose a limit on the powers of the melech, who must abide by the mitsvot contained in the Torah. These mitsvot were known to all. Because Moshe also tells the people, veata kitevu lachem, which means “and now write it”, words that our Chachamim interpret as the individual obligation to write a copy of the Torah. The Torah scripture is the last mitsva and it is number six hundred and thirteen.

Even when one resides in a community where there is a synagogue with a Sefer Torah, it is apparently necessary to write a copy of this sacred text. In case of loss of that copy, one must rewrite a Torah. (Therefore, by donating my Torah to a synagogue, I remain under an obligation to write another copy.) According to Rabbenu Asher, the purpose of individual Torah writing is to be used as a study text. Since we are used to books (books were not abundant in earlier times because they were copied by hand) one identifies with the spirit of this mitzvah by acquiring copies of the Tanach, the Mishnah, the Talmud, and their commentaries. The Talmud states, however, that if one receives a Torah as part of parental inheritance, this fact does not exempt him from the mitzvah of writing the Torah. It can be deduced, therefore, that study is not the only reason for this mitzvah, if it were, in this case, it would not be necessary to write a new text. The inherited Torah could be used for the study.

There are those who maintain that the reason for writing the Torah individually, even when a copy has been received by inheritance, is for the purpose of increasing the number of Sifrei Torah in the community. This reasoning supports our previous argument where we consider that the purpose of writing is to motivate the study. Because having more copies of the Torah allows a greater number of people to have the opportunity to study its content. Therefore, by donating a Torah to a synagogue, I am helping to expand the scope of its use.

The importance of the Torah in Jewish life gives it a place of privilege and veneration (always remembering that the Torah is sacred only because it contains the revealed word of God). There are numerous accounts of people who had to abandon all their possessions in times of war, but who managed to rescue, carrying them with them at all times, the Torah scrolls belonging to their family. According to Rambam, a Torah can be sold only if the proceeds of that sale are used for the continuation of sacred studies or to give a young woman the possibility of marriage.

The Melech Israel had to write an additional copy of the Torah. The first of these copies, in fulfillment of its obligation like that of every Jew, was kept in the place where the kingdom’s treasure was. The second copy had to be with him at all times. When he went to war, during a trial, or in the event of a dispute. So, we read in previous chapters of Devarim, vehayta imo vekara vo kol yemei chayav, which means and (the Torah) will be with him (the King of Israel) and he will read it every day of his life. This pasuk continues pointing out the purpose of this second copy of the Torah, lemaan yilmad leyira et HaShem Elohav lishmor et kol divrei haTorah hazot veet hachukim haele laasotam, which means so that he (the king) learn to fear the Eternal his God and know how to fulfill all the words of this Law and its precepts.

Undoubtedly, the main spiritual contribution of the Jewish people to humanity is their monotheistic conception of the Divine. Judaism affirms that there is only one God, who is the Creator of the entire universe, and everything that exists comes from Him. Therefore, no one was born to be superior to another. We all come from the same source. However, I propose that the Torah (and especially the Talmud’s interpretation of this written text) is our special and extraordinary hallmark. In the absence of Torah, there is no Judaism.

The study of the texts of the Torah is the most important religious dedication. The Mishnah teaches us that Talmud Torah keneged kulam, that the study of Torah is paramount and that it takes precedence over other activities. Therefore, the talmid chacham, the scholar and connoisseur of these sacred texts, occupies a privileged place in Jewish society. By way of illustration, it can be said that an equation has been established between the Torah and the talmid chacham. Our tradition gives the Torah scroll its own personality. For example, when a copy of the Torah is rendered useless because the scrolls have suffered deterioration beyond repair, that Torah must be buried as in the case of a human being. The relationship established between the scholar and the sacred text is similar to that of two interlocutors who have individual lives and personalities.

Torah study is not limited to intellectual activity. The talmid chacham becomes emotionally and spiritually involved with the Torah. Just as Jewish tradition assigns personality to Shabbat, when referring to Shabbat Malketa, which means the Queen of Shabbat and her arrival is fervently anticipated through the religious service called Kabbalat Shabbat, the Torah is also given characteristics that are usually reserved for humans. The study of the Torah becomes a dialogue between the scholar and the sacred text. Perhaps this is an additional reason for the requirement that a sofer, who is a scribe, has to write the scrolls, letter by letter. In writing a copy of the Torah, the proper kavana is required which is the religious intention, and therefore a printed copy is ritually invalid. The sofer has to write the text in his own hand and thereby we learn that the Torah needs interaction with a human being. Lo bashamayim hi, “(the Torah) is not in heaven,” is the expression, in a previous chapter, to highlight its closeness and relevance. At the same time, it is evident that the study and fulfillment (beficha uvilevavecha laasoto) of the norms it contains constitute the essence of the Jewish condition.

ÚLTIMOS DÍAS DE MOSHÉ

VAYÉLEJ

En los últimos momentos de su vida Moshé convocó al pueblo, no sólo a sus líderes. El pueblo consiste de padres y madres que deben tener voz y voto en la determinación del futuro, jóvenes que tienen intereses particulares y deben ser escuchados. En general, se deben atender las necesidades de la familia, el eje fundamental del pueblo; su fortaleza es el secreto de la supervivencia del pueblo judío a través de las vicisitudes de la historia. Incluso se debían atender las esperanzas del Guer, el extranjero que no tiene raíces en el pueblo. En numerosas oportunidades, la Torá destaca que fuimos extranjeros, diferentes, sin parientes en Egipto. De cierta manera, esta es la suerte de muchas personas que sien- ten que son extranjeros en su propia tierra, cuando no pue- den identificarse con los valores que rigen la sociedad.

Tal vez debido al irrisorio número de miembros del pueblo judío, cada uno tiene que ser contado y debe hacer valer su contribución al colectivo, pero, en realidad, el mismo concepto es válido para el resto de la Humanidad. El progreso es una función de la inclusión, la participación y cooperación entre los diferentes integrantes y estratos de la sociedad. Al mismo tiempo se establecía un principio importante: el Berit que se pactó en el monte Sinaí y que entonces se estaba reconfirmando no se había establecido entre Dios y un grupo sacerdotal selecto del pueblo. El Berit entre Dios y el pueblo hebreo era, en realidad, un pacto entre Dios y cada individuo; por ello, como hemos repetido en numerosas ocasiones, los Diez Mandamientos fueron dichos en el singular de la segunda persona. No reza: “No matarán”. Reza “No matarás”. La responsabilidad del cumplimiento de la ley recae sobre el individuo, los padres no mueren por los pecados de los hijos, ni los hijos mueren por los pecados de los padres.

Este mensaje era crucial en el momento del cambio de guardia, cuando Yehoshua asumió el liderazgo después de la muerte de Moshé. Se pasó de una relación individual entre los patriarcas y Dios a una relación entre cada miembro del pueblo y Dios. Durante la residencia del pueblo hebreo por más de dos siglos en Egipto pudieron conocer directamente cuáles eran los cultos idólatras de otros pueblos y, por ello, su compromiso con el pacto con el Dios que se había revela- do en el monte Sinaí era un acto consciente, después de haber estado cara a cara con las posibles alternativas en Egipto. Mientras que Moshé se formó en el palacio del faraón y empezó a ejercer el liderazgo del pueblo a la edad de los ochenta años, Yehoshua era un joven que creció en el seno del pueblo. Muchas personas lo conocieron durante su niñez y esa excesiva familiaridad presentaba un problema para el futuro líder. Por ello, Moshé procedió a la transmisión de mando a Yehoshua en presencia de todo el pueblo, no sin antes haber escrito el texto completo de la Torá que entregó a los Kohanim. Porque Yehoshua no será un líder arbitrario, tendrá que regirse por las normas contenidas en el texto sagrado.

Moshé encomendó a Yehoshua: Jazak veemáts, “ten confianza en tus acciones porque Dios estará a tu lado”. Este conocimiento del apoyo Divino, la certeza de que Dios no lo abandonará incluso en los momentos de mayor dificultad, cuando el horizonte sólo presenta amenazantes nubes, esta seguridad en la protección celestial dio vigor y fuerza espiritual para que el pueblo pudiera sobreponerse a todos los obstáculos que seguramente se presentaron durante el período de la conquista de la Tierra Prometida.

La Torá escrita que Moshé entregó a los Kohanim tenía que ser leída públicamente cada siete años en una ceremonia denominada Hakhel, la cual se menciona al final del libro Shemot. Además de escuchar nuevamente cuál era la Voluntad de Dios, la lectura acentuaba la historia común del pueblo que se remontaba a los patriarcas y consistía en una renovación del compromiso, del Berit del pueblo con Dios y de Dios con su pueblo.

“Ten confianza en tus acciones porque Dios estará a tu lado”

Parashá VAYÉLEJ

En los últimos momentos de su vida Moshé convocó al pueblo, no sólo a sus líderes. El pueblo consiste de padres y madres que deben tener voz y voto en la determinación del futuro, jóvenes que tienen intereses particulares y deben ser escuchados. En general, se deben atender las necesidades de la familia, el eje fundamental del pueblo; su fortaleza es el secreto de la supervivencia del pueblo judío a través de las vicisitudes de la historia. Incluso se debían atender las esperanzas del Guer, el extranjero que no tiene raíces en el pueblo.

En numerosas oportunidades, la Torá destaca que fuimos extranjeros, diferentes, sin parientes en Egipto. De cierta manera, esta es la suerte de muchas personas que sienten que son extranjeros en su propia tierra, cuando no pueden identificarse con los valores que rigen la sociedad.

Tal vez debido al irrisorio número de miembros del pueblo judío, cada uno tiene que ser contado y debe hacer valer su contribución al colectivo, pero, en realidad, el mismo concepto es válido para el resto de la Humanidad. El progreso es una función de la inclusión, la participación y cooperación entre los diferentes integrantes y estratos de la sociedad. Al mismo tiempo se establecía un principio importante: el Berit que se pactó en el monte Sinaí y que entonces se estaba reconfirmando no se había establecido entre Dios y un grupo sacerdotal selecto del pueblo. El Berit entre Dios y el pueblo hebreo era, en realidad, un pacto entre Dios y cada individuo; por ello, como hemos repetido en numerosas ocasiones, los Diez Mandamientos fueron dichos en el singular de la segunda persona. No reza: “No matarán”. Reza “No matarás”. La responsabilidad del cumplimiento de la ley recae sobre el individuo, los padres no mueren por los pecados de los hijos, ni los hijos mueren por los pecados de los padres.

Este mensaje era crucial en el momento del cambio de guardia, cuando Yehoshua asumió el liderazgo después de la muerte de Moshé. Se pasó de una relación individual entre los patriarcas y Dios a una relación entre cada miembro del pueblo y Dios. Durante la residencia del pueblo hebreo por más de dos siglos en Egipto pudieron conocer directamente cuáles eran los cultos idólatras de otros pueblos y, por ello, su compromiso con el pacto con el Dios que se había revelado en el monte Sinaí era un acto consciente, después de haber estado cara a cara con las posibles alternativas en Egipto.

Mientras que Moshé se formó en el palacio del faraón y empezó a ejercer el liderazgo del pueblo a la edad de los ochenta años, Yehoshua era un joven que creció en el seno del pueblo. Muchas personas lo conocieron durante su niñez y esa excesiva familiaridad presentaba un problema para el futuro líder. Por ello, Moshé procedió a la transmisión de mando a Yehoshua en presencia de todo el pueblo, no sin antes haber escrito el texto completo de la Torá que entregó a los Kohanim. Porque Yehoshua no será un líder arbitrario, tendrá que regirse por las normas contenidas en el texto sagrado.

Moshé le encomendó a Yehoshua: Jazak veemáts, “ten confianza en tus acciones porque Dios estará a tu lado”. Este conocimiento del apoyo Divino, la certeza de que Dios no lo abandonará incluso en los momentos de mayor dificultad cuando el horizonte sólo presenta amenazantes nubes, esta seguridad en la protección celestial dio vigor y fuerza espiritual para que el pueblo pudiera sobreponerse a todos los obstáculos que seguramente se presentaron durante el período de la conquista de la Tierra Prometida.

La Torá escrita que Moshé entregó a los Kohanim tenía que ser leída públicamente cada siete años en una ceremonia denominada Hakhel, la cual se menciona al final del libro Shemot. Además de escuchar nuevamente cuál era la voluntad de Dios, la lectura acentuaba la historia común del pueblo que se remontaba a los patriarcas y consistía en una renovación del compromiso, del Berit del pueblo con Dios y de Dios con su pueblo.

LECTURA PÚBLICA DE LA TORÁ

Parashá - VAYÉLEJ

Después de estimular a Yehoshua con la expresión de Jazak Veemats, el deseo de que su liderazgo sobre el pueblo sea fuerte y persistente, Moshé instruye que a la conclusión del período de la Shemitá, el descanso anual de la tierra después de un período de siete años, se debe reunir al pueblo para la lectura pública de la Torá. El momento será propicio para destacar que el año sabático de Shemitá no tiene solamente el propósito del “descanso de las tierras”. Tiene que ser un período de reflexión y estudio, de crecimiento espiritual que será coronado con la lectura pública, que a su vez puede considerarse como un renovado compromiso con la Torá. Al escuchar su contenido debe producirse una movilización y renovación del Berit asumido en Har Sinai: Dios se compromete a velar por el bienestar del pueblo y el pueblo se compromete a cumplir las mitsvot, hacer la Voluntad Divina.

Quien debía efectuar la lectura pública era el rey, el rector administrativo del pueblo, como señal de que la Torá tenía un mensaje público; sus normas debían regir el comportamiento de la sociedad en todas sus manifestaciones. Tanto adultos como niños, ancianos y jóvenes tenían que escuchar esta lectura. Esta reunión recibió el nombre de Hakhel, cuya raíz es Kahal, el colectivo, la totalidad del pueblo hebreo.

Con el establecimiento del Estado de Israel ha habido intentos de renovar esta actividad. En este sentido el gran rabino Yitzchak Herzog escribió una Teshuvá en su libro Heichal Yitzchak, donde sugiere que en ausencia del Beit HaMikdash se puede celebrar “Zéjer leHakhel”, una remembranza de esta actividad, y que el jefe del Estado podría dirigir la lectura pública de la Torá.

Como una nota histórica, cabe mencionar que fue un hijo de este gran rabino, el general Yaacov Herzog, embajador de Israel ante las Naciones Unidas, quien en un célebre discurso reaccionó en noviembre de 1975 a la adopción del infame documento de la Asamblea General que hacía una equivalencia entre Sionismo y racismo. Mientras que la Torá es un documento de convivencia de gran contenido ético, el documento de la ONU tenía la función de promover el odio, una expresión de la inmoralidad de su contenido que solamente era una tergiversación histórica del movimiento sionista. Yaacov Herzog terminó su brillante alocución rompiendo públicamente el papel en el cual estaba escrita esta resolución.

Unos días atrás, en una conferencia de prensa pública, otro general israelí, hijo de Yaacov Herzog, en una conmemoración de los 30 años de esa infame resolución, disertó acerca de su injusticia histórica y nuevamente, ante las cámaras de televisión, rompió el documento. Cabe destacar que la Asamblea General de la ONU subsecuentemente resolvió anular la decisión original, en una enmienda justa a una lamentable decisión anterior.

El gran rabino Yitzchak Herzog había sugerido una reunión masiva ante el Kótel para hacer la lectura de la Torá, que debía ser precedida por el sonido del Shofar. De acuerdo con muchos exégetas, debe leerse el Séfer Devarim, el último libro de la Torá.

También se puede mencionar como dato de interés que, años atrás, una sinagoga de Nueva York programó la lectura pública del Tanaj e invitó a diferentes personalidades públicas a participar en este evento. La audiencia recibió ejemplares del Tanaj mientras que en el podio se hacía la lectura, capítulo por capítulo.

Hakhel es una demostración adicional de la centralidad del estudio de la Torá para todos los sectores de la sociedad.

La presencia de los niños destaca que desde la infancia se debe inculcar el amor por la Torá y el estudio, el factor decisivo para la sobrevivencia del pueblo judío.

El precepto número seiscientos trece

Deuteronomio XXI - VAYÉLEJ

El tema de nuestro texto son los últimos días de Moshé. Es el momento de la transferencia del manto del liderazgo a Yehoshua. Jazak veematz, “sé fuerte y valiente”, le dice Moshé a Yehoshua, por la doble tarea que tenía por delante: servir de líder a un pueblo que había calificado de am keshé óref, “un pueblo de dura cerviz”, y enfrentar la difícil empresa que significaba el próximo inicio de la campaña para la conquista de Éretz Israel.

         Moshé escribe el texto de la Torá y hace entrega del mismo a los kohanim, los sacerdotes y a los zekenim, los ancianos, que constituyen la dirigencia espiritual del pueblo. La Torá es el documento que da testimonio del berit, el pacto entre el Creador y Su pueblo. Moshé ordena que esta Torá sea leída cada siete años en la festividad de Sucot, en una convocatoria especial denominada Hakhel. Según los jajamim, en esa ocasión el mélej Israel, que era el rey, leía la Torá en voz alta. Al mismo tiempo señalan cuáles eran los capítulos del séfer Devarim que tenía que recitar. La selección del mélej para la lectura pública de la Torá en presencia de las masas, constituye un honor muy singular. Pero, tal vez, la intención era totalmente diferente. El propósito más probable fue el de establecer el marco debido e imponer un límite a los poderes del mélej, quien tiene que regirse por las mitzvot contenidas en la Torá. Estas mitzvot eran conocidas por todos. Porque Moshé, también le dice al pueblo, veatá kitevú lajem, que quiere decir y ahora escríbanlo ustedes, palabras que nuestros jajamim interpretan como la obligación individual de escribir un ejemplar de la Torá. La escritura de la Torá es la última mitzvá y es la número seiscientos trece.

Aun cuando uno reside en una comunidad donde hay una sinagoga con un Séfer Torá, es necesario aparentemente, escribir un ejemplar de este texto sagrado. En caso de la pérdida de ese ejemplar, uno debe escribir nuevamente una Torá. (Por lo tanto, al donar mi Torá a una sinagoga, continúo bajo la obligación de escribir otro ejemplar). Según Rabenu Asher, la finalidad de la escritura individual de la Torá es para que sea utilizada como un texto de estudio. Dado que estamos acostumbrados a los libros, (los libros no abundaban en épocas anteriores porque se copiaban a mano) uno se identifica con el espíritu de esta mitzvá adquiriendo ejemplares del Tanaj, la Mishná, el Talmud y sus comentarios. El Talmud afirma, sin embargo, que si uno recibe una Torá como parte de una herencia paterna, este hecho no lo exime de la mitzvá de escribir la Torá. Se puede deducir, por lo tanto, que el estudio no es la única razón de esta mitzvá, si lo fuera, en este caso no sería necesario escribir un nuevo texto. La Torá recibida en herencia podría utilizarse para el estudio.

Hay quienes sostienen que la razón de escribir individualmente la Torá, aun cuando se haya recibido un ejemplar por herencia, tiene el propósito de aumentar el número de Sifrei Torá en la comunidad. Este razonamiento, apoya nuestro argumento anterior donde sostenemos que el propósito de la escritura es motivar el estudio. Porque el disponer de más ejemplares de la Torá, permite que un número mayor de personas tenga la posibilidad de estudiar su contenido. Por lo tanto, por el hecho de donar una Torá a una sinagoga, contribuyo a ampliar el alcance de su uso.

La importancia de la Torá en la vida judía le otorga un lugar de privilegio y de veneración (recordando siempre que la Torá es sagrada, únicamente, porque contiene la palabra revelada de Dios). Existen numerosos relatos acerca de personas que tuvieron que abandonar todas sus posesiones en tiempos de guerra, pero que lograron rescatar, cargándolos consigo en todo momento, los rollos de la Torá pertenecientes a su familia. Según Rambam se puede vender una Torá, solamente si el producto de esa venta se utiliza para la continuación de los estudios sagrados o para brindarle a una joven la posibilidad de casarse.

El mélej Israel tenía que escribir un ejemplar adicional de la Torá. El primero de estos ejemplares, en cumplimiento de su obligación como la de todo judío, se guardaba en el lugar donde estaba el tesoro del reino. El segundo ejemplar tenía que estar con él en todo momento. Cuando iba a la guerra, durante un juicio, o en caso de algún litigio. Así leímos en capítulos anteriores de Devarim, vehaytá imó vekará vo kol yemei jayav, que quiere decir y (la Torá) estará con él (el rey de Israel) y la leerá todos los días de su vida. Prosigue este pasuk señalando el propósito de este segundo ejemplar de la Torá, lemaan yilmad leyirá et HaShem Elohav lishmor et kol divrei haTorá hazot veet hajukim haele laasotam, que quiere decir para que aprenda (el rey) a temer al Eterno su Dios y sepa cumplir todas las palabras de esta Ley y sus preceptos.

Indudablemente, el principal aporte espiritual del pueblo judío a la humanidad es, su concepción monoteísta de la Divinidad. El judaísmo afirma que existe un solo Dios, que es el Creador de todo el universo, y todo lo que existe proviene de El. Por eso, nadie nació para ser superior a otro. Todos provenimos de la misma fuente. Sin embargo, propongo que la Torá (y en especial la interpretación del Talmud de este texto escrito) es nuestro distintivo especial y extraordinario. En ausencia de Torá, no hay judaísmo.

El estudio de los textos de la Torá es la dedicación religiosa más importante. La Mishná nos enseña que Talmud Torá kenégued kulam, que el estudio de la Torá es primordial y que tiene prioridad sobre otras actividades. Por lo tanto el talmid jajam, el estudioso y conocedor de estos textos sagrados, ocupa un lugar de privilegio en la sociedad judía. A modo de ilustración se puede decir que se ha establecido una ecuación entre la Torá y el talmid jajam. Nuestra tradición le otorga personalidad propia al rollo de la Torá. Por ejemplo, cuando un ejemplar de la Torá se inutiliza porque los pergaminos han sufrido un deterioro tal que su reparación ya no es posible, esa Torá debe enterrarse como en el caso de un ser humano. La relación que se establece entre el estudioso y el texto sagrado se asemeja a la de dos interlocutores que tienen vida y personalidad individuales.

El estudio de la Torá no se limita a la actividad intelectual. El talmid jajam se involucra emocional y espiritualmente con la Torá. Tal como la tradición judía le asigna personalidad al día Shabat, al referirse a Shabat malketá, que quiere decir la reina de Shabat y se anticipa con fervor su llegada a través del servicio religioso denominado Kabalat Shabat, también se le otorga a la Torá características que usualmente son reservadas para los humanos. El estudio de la Torá se convierte en un diálogo entre el estudioso y el texto sagrado. Tal vez sea ésta una razón adicional para el requisito que un sofer, que es un escriba, tenga que escribir los rollos, letra por letra. En la escritura de un ejemplar de la Torá se requiere la apropiada kavaná que es la intención religiosa y por lo tanto, un ejemplar impreso es ritualmente inválido. El sofer tiene que escribir el texto de su puño y letra y de tal modo se enseña que la Torá necesita de la interacción con el ser humano. lo bashamáyim hi, “(la Torá) no está en los cielos”, es la expresión, en un capítulo anterior, para destacar su cercanía y relevancia. Al mismo tiempo es evidente que el estudio y cumplimiento (befija uvilevavejá laasotó) de las normas que contiene, constituyen la esencia de la condición judía.