ÚLTIMOS DÍAS DE MOSHÉ

VAYÉLEJ

En los últimos momentos de su vida Moshé convocó al pueblo, no sólo a sus líderes. El pueblo consiste de padres y madres que deben tener voz y voto en la determinación del futuro, jóvenes que tienen intereses particulares y deben ser escuchados. En general, se deben atender las necesidades de la familia, el eje fundamental del pueblo; su fortaleza es el secreto de la supervivencia del pueblo judío a través de las vicisitudes de la historia. Incluso se debían atender las esperanzas del Guer, el extranjero que no tiene raíces en el pueblo. En numerosas oportunidades, la Torá destaca que fuimos extranjeros, diferentes, sin parientes en Egipto. De cierta manera, esta es la suerte de muchas personas que sien- ten que son extranjeros en su propia tierra, cuando no pue- den identificarse con los valores que rigen la sociedad.

Tal vez debido al irrisorio número de miembros del pueblo judío, cada uno tiene que ser contado y debe hacer valer su contribución al colectivo, pero, en realidad, el mismo concepto es válido para el resto de la Humanidad. El progreso es una función de la inclusión, la participación y cooperación entre los diferentes integrantes y estratos de la sociedad. Al mismo tiempo se establecía un principio importante: el Berit que se pactó en el monte Sinaí y que entonces se estaba reconfirmando no se había establecido entre Dios y un grupo sacerdotal selecto del pueblo. El Berit entre Dios y el pueblo hebreo era, en realidad, un pacto entre Dios y cada individuo; por ello, como hemos repetido en numerosas ocasiones, los Diez Mandamientos fueron dichos en el singular de la segunda persona. No reza: “No matarán”. Reza “No matarás”. La responsabilidad del cumplimiento de la ley recae sobre el individuo, los padres no mueren por los pecados de los hijos, ni los hijos mueren por los pecados de los padres.

Este mensaje era crucial en el momento del cambio de guardia, cuando Yehoshua asumió el liderazgo después de la muerte de Moshé. Se pasó de una relación individual entre los patriarcas y Dios a una relación entre cada miembro del pueblo y Dios. Durante la residencia del pueblo hebreo por más de dos siglos en Egipto pudieron conocer directamente cuáles eran los cultos idólatras de otros pueblos y, por ello, su compromiso con el pacto con el Dios que se había revela- do en el monte Sinaí era un acto consciente, después de haber estado cara a cara con las posibles alternativas en Egipto. Mientras que Moshé se formó en el palacio del faraón y empezó a ejercer el liderazgo del pueblo a la edad de los ochenta años, Yehoshua era un joven que creció en el seno del pueblo. Muchas personas lo conocieron durante su niñez y esa excesiva familiaridad presentaba un problema para el futuro líder. Por ello, Moshé procedió a la transmisión de mando a Yehoshua en presencia de todo el pueblo, no sin antes haber escrito el texto completo de la Torá que entregó a los Kohanim. Porque Yehoshua no será un líder arbitrario, tendrá que regirse por las normas contenidas en el texto sagrado.

Moshé encomendó a Yehoshua: Jazak veemáts, “ten confianza en tus acciones porque Dios estará a tu lado”. Este conocimiento del apoyo Divino, la certeza de que Dios no lo abandonará incluso en los momentos de mayor dificultad, cuando el horizonte sólo presenta amenazantes nubes, esta seguridad en la protección celestial dio vigor y fuerza espiritual para que el pueblo pudiera sobreponerse a todos los obstáculos que seguramente se presentaron durante el período de la conquista de la Tierra Prometida.

La Torá escrita que Moshé entregó a los Kohanim tenía que ser leída públicamente cada siete años en una ceremonia denominada Hakhel, la cual se menciona al final del libro Shemot. Además de escuchar nuevamente cuál era la Voluntad de Dios, la lectura acentuaba la historia común del pueblo que se remontaba a los patriarcas y consistía en una renovación del compromiso, del Berit del pueblo con Dios y de Dios con su pueblo.