Un arameo errante fue mi padre

Deuteronomio XXVI - XXIX,8 - Parashá KI TAVÓ

Una vez asentados en Israel, Moshé instruye a nuestros antepasados con respecto a sus obligaciones, a pesar de que él no los conducirá a la conquista de la tierra prometida. La primera de estas mitzvot tiene relación con los bikurim que son los primeros frutos (de las siete especies que caracterizan a la Tierra de Israel) que deben ser ofrecidos al kohén en el lugar elegido por Dios. La entrega de estos frutos está acompañado por un sipur, la recitación de varios versículos de nuestro texto que destacan que la Providencia guió nuestro destino desde el momento en que el patriarca Yaacov descendió a Egipto hasta el momento de la conquista.

Después de varios siglos de esclavitud y de una travesía nómada por el desierto, el pueblo estaba ansioso de labrar las nuevas tierras para poder alimentarse con el fruto de sus esfuerzos. Al igual que todo campesino, anticipaban intensamente la oportunidad de saborear los frutos que habían producido con su trabajo. Pero la Torá les exige que los primeros frutos destinen al culto religioso. La enseñanza es clara. El hombre tiene que reconocer que Dios, a través de la naturaleza, es quien hace crecer al fruto. El hombre ara, siembra y riega, pero para poder cosechar se requiere del vigor y de la posibilidad de reproducirse que la tierra le otorga a la semilla, todo lo que proviene de Dios.

La Torá no estipula la cantidad de frutos que deben ser presentadas al kohén en una cesta en el momento de los mencionados bikurim. El kohén podía retener la cesta si estaba confeccionada de mimbre, pero si era de algún metal debía devolverla al donante. El Talmud sugiere una cantidad mínima de frutas correspondiente a una sesentava parte del producto total. Rambam, basándose en elTalmud, describe el proceso de la selección de los primeros frutos. Al entrar al huerto, dice Rambam, se inspeccionan los árboles y se amarra una cinta sobre los primeros frutos, (incluso si todavía no están maduros), separándolos de esta manera para que formen parte de los bikurim. Uno mismo debe traer los bikurim a Yerushaláyim y no enviarlos a través de un mensajero. El kohén que recibía los bikurim, podía consumirlos únicamente en Yerushaláyim.

La tradición consiste en colocar la cesta sobre el hombro y según la Mishná, hasta el mismo rey Agripas lo hizo, cargando él mismo los bikurim una vez en el Har haBáyit, el Monte del Templo, hasta la azará, el interior del Beit HaMikdash. En aquel momento los leviyim entonaban el canto de las palabras del salmo, aromimejá HaShem ki dilitani…, “te ensalzaré, Eterno, porque Tú me has sostenido y no toleraste que mis enemigos se regocijaran de mi”. La cesta era presentada al kohén al mismo tiempo que se repetían unos versículos de nuestro texto a los cuales Rambam denomina vidui, que quiere decir confesión. Este vidui debía recitarse en hebreo y a su conclusión se colocaba la cesta al lado del mizbéaj, que es el altar.

En cambio, Shemá Israel, que es la afirmación básica de nuestra fe, puede ser recitada en cualquier idioma. Porque lo más importante es entender la idea contenida en Shemá Israel. Lo esencial es comprender el alcance intelectual de la afirmación de la existencia de un solo Dios. Pero, en el caso de los bikurim, hay un ceremonial esplendoroso y la misma entrega de los frutos al kohén contiene el mensaje esencial de que nuestros esfuerzos son vanos sin la Divina Providencia. En un principio, quienes conocían bien el texto que acompaña a los bikurim, lo recitaban de memoria, y los que no lo sabían, escuchaban su lectura. Pero dado que las personas que no conocían bien las palabras textuales empezaron a abstenerse de presentar los bikurim, los jajamim instituyeron que el texto original fuera leido en voz alta para todos, sin distinción alguna.

La Torá ordena que para la ceremonia de los bikurim, veanita veamartá, deba alzarse la voz y recitar, aramí oved aví, recordando que nuestro patriarca Yaacov había sido un arameo errante antes de bajar a Egipto. Durante el yugo egipcio, Dios escucha nuestro lamento y se hace eco de nuestro sufrimiento. Dios nos saca de la esclavitud y nos trae a la tierra donde fluye la leche y la miel. Y he aquí los bikurim, los primeros frutos obtenidos gracias a la bondad Divina que constituyen  motivo de regocijo y de alegría.

Como consecuencia del episodio de los meraglim, los espías, todos los que habían llegado a la mayoría de edad en Egipto, perecen en el desierto y, por lo tanto no participan en la conquista de la tierra. Los que ahora se encargan de presentar los bikurim son sus descendientes o aquellos que habían sido menores de edad en el momento de la salida de Egipto. El éxodo era entonces un hecho reciente en la historia de nuestro pueblo. Sin embargo, nuestros jajamim insisten en que las instrucciones de laTorá son válidas para todas las épocas y el texto original se debe repetir. Siglos después, cada uno se presentará delante del kohén recitando igualmente, aramí oved aví…, vayareu otanu hamitzrim vayaanunu,  “Un arameo errante era mi padre…, pero los egipcios nos maltrataron”. Esta afirmación implica que aún persiste, en cada persona, el sentimiento de haber sido maltratado por los egipcios, no obstante los muchos siglos que nos separan de esa época. De manera similar, Moshé Rabenu afirma en un capítulo anterior lo et avotenu karat HaShem et haberit hazot…, que quiere decir, no (sólo) con nuestros padres concertó este pacto (en el Monte Sinaí) sino (también) con nosotros, que estamos vivos aquí y ahora.

La noche del séder, recitamos en la Hagadá, jayav adam lirot et atzmó keilu hu yatzá mimitzráyim, que quiere decir que cada quien  debe considerar como si él mismo hubiese participado en el éxodo de Egipto. Hacemos un salto y nos ubicamos en el lugar y en la época de nuestros antepasados en Egipto. En efecto, recitamos estos mismos versículos de nuestro texto semanal y abundamos en detalles adicionales, para señalar que yetziat mitzráyim es un hecho  inseparable de nuestra formación y nacionalidad. Yetziat mitzráyim da testimonio de la intervención de Dios en la historia y de Su respuesta a nuestras súplicas. Sí  existe Quien responde a las plegarias y sí existe, Quien se interesa por los oprimidos. Especialmente en los momentos cuando sentimos la aparente ausencia de la divinidad, yetziat mitzráyim afirma que en el momento oportuno se da la intervención Divina.

La historia (religiosa e ideológica) del pueblo judío no consiste en un análisis de hechos y de pensamientos que pertenecen al pasado y que tienen posible influencia sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro. Nuestra historia pasada es parte integral de nuestro presente. Los tiempos verbales no están claramente definidos en la gramática del idioma hebreo. Tal como ein mukdam umeujar baTorá, que quiere decir que el relato de la Torá no sigue un orden cronológico, en cierto sentido los sucesos que, en diferentes épocas, les acaecieron a nuestros antepasados son actuales y forman parte de nuestro presente.

Nunca permitimos que Israel perteneciera exclusivamente al relato de las hazañas de otros tiempos. En todo momento, Éretz  Israel era parte integral de nuestras discusiones y estudios, de nuestros escritos y oraciones. Elevamos nuestras plegarias por la lluvia en Sheminí Atzéret durante el largo exilio de casi dos mil años en el momento que ésta era necesaria para Israel, al igual que lo hubiéramos hecho de haber residido entonces sobre la Tierra Prometida. El exilio fue un hecho físico real. Pero idealmente, nunca abandonamos esa tierra. Por lo tanto, el retorno en nuestro tiempos aIsrael, no exigió ajustes emocionales trascendentales para el judío y tampoco se hizo necesario un período de consolidación social y política lo que para otros pueblos suele ser una realidad en la etapa inicial de su formación nacional independiente.