SE FORJA UN PUEBLO

BEMIDBAR

El cuarto libro de la Torá comienza con el censo del pueblo, el conteo de la gente para señalar que el colectivo está compuesto por individuos y que la efectividad de la comunidad es una función de la salud social y emocional de sus integrantes.

Además, muchas Mitsvot dependen de la relación entre la persona y el prójimo. ¿Cómo se puede practicar Jésed, una de las características Divinas que el ser humano debe emular? Se requiere de “otro”, de un amigo o conocido, un extraño o forastero, para cumplir con la tarea fundamental de ser solidario con las necesidades del prójimo.

Cuando el futuro Rebe de Kotzk era un niño y estaba estudiando el Jumash con su maestro, un día formuló el siguiente cuestionamiento: si es que nuestros antepasados recibían a diario una porción del Maná que caía del cielo y, por lo tanto, nunca sufrieron hambre en el desierto, ¿cómo practicaron la Tsedaká, ya que todos tenían suficiente comida?

Una alusión al hecho de que el pobre proporciona la oportunidad para compartir el pan sensibiliza a quienes tienen más para ayudar al prójimo.

Bemidbar quiere decir en el desierto. Aparentemente, Dios consideró que era indispensable para la formación de la nación hebrea que sus miembros pasaran primero por un largo período de esclavitud, para que pudieran identificarse con los oprimidos y perseguidos en la sociedad. De esta manera se sensibilizarían frente al sufrimiento y el dolor. Al mismo tiempo fue necesaria una extensa travesía por el desierto, donde no hay siembra ni cosecha, para que tomaran conciencia de su dependencia de Dios. Aunque los egipcios les habían prestado y regalado oro y piedras preciosas antes de su salida de Egipto, estos tesoros no podían ser utilizados para mitigar el ambiente inhóspito del desierto. En ambos casos, el carácter del pueblo se fortaleció y nutrió por la adversidad, por el ingenio que tuvieron que utilizar para superar los problemas del día a día. Cada uno se alimentaba con el mismo Maná y bebía de las mismas fuentes de agua, no había distinción entre ricos y pobres. Todos dependían igualmente de Dios.

Las leyes y las normas generalmente son el resultado de un proceso evolutivo. Las costumbres se convierten en tradiciones que, a su vez, en cierto momento adquieren la estructura de un código formal. Tal vez por ello Dios entregó la Torá en el desierto, lugar en el cual no podía haber ese cúmulo de experiencias que luego fueron plasmadas en un documento legal. O sea que la Torá no es el resultado de las experiencias históricas de una sociedad, sino la expresa voluntad de Dios.

La causa y razón del tradicional sentimiento de solidaridad que existe entre los integrantes del pueblo hebreo –hecho que ha seguido vigente a través de la historia hasta el presente– tiene sus raíces en la experiencia común de la esclavitud, donde el capataz egipcio era el enemigo común.

De manera similar, el ambiente hostil del desierto, la falta de agua y la amenaza constante de los diferentes grupos violentos que allí habitaban, obligó al hebreo a unir filas con el prójimo, a superar las diferencias debido al peligro que amenazaba por igual a todos. El censo sirvió para identificar el número de varones disponibles para la defensa y los diferentes trabajos, pero sobre todo permitió que aflorara un mayor sentimiento de solidaridad entre los hebreos.

Más allá del peligro común y el destino compartido en el desierto, se creó la unidad en el seno del pueblo a través de la enseñanza de la Torá que compartían y el comportamiento que ello implica. Así interpreta Rashí el versículo que reza Vayijan en lugar de Vayajanú, el singular en lugar del plural, para destacar que cuando los hebreos acamparon al pie del

Sinaí, el pueblo se sintió unido como uno solo, en el singular, porque tomaron conciencia de su futuro común.