MOSHE RABENU: UN LÍDER BÍBLICO DISRUPTIVO

¿Cómo se puede optar por el liderazgo? Una forma de hacerlo es ofreciendo soluciones a los problemas del colectivo. Moshé podría haber asumido un papel de liderazgo al aliviar el sufrimiento de nuestros antepasados ​​en Egipto. No podemos olvidar la realidad de esos tiempos: “avadim hayinu leFar’ó beMitsrayim”, fuimos esclavizados y atormentados, y seguramente habríamos apreciado cualquier alivio que pudiera hacer más tolerable una situación terrible.

Moshé podría haber declarado: “Vamos a eliminar el trabajo de 14 horas por día”. “Exigiremos que trabajemos solo 10 u 11 horas diarias”. Él podría haber argumentado que beneficiaría tanto a los hebreos como a los egipcios. Nadie puede producir efectivamente en un día de trabajo tan largo y agotador. Podría haber argumentado que con menos horas, los hebreos se volverán más eficientes y eso beneficiaría a sus capataces.

“Si debemos salir a buscar paja para elaborar los ladrillos, habrá menos horas de producción y las edificaiones propuestas no se terminarán a tiempo”, argumentaría más adelante.

Lo anterior podría haber sido una plataforma política básica para Moshé. Sus sugerencias permitirían más tiempo para cimentar los lazos familiares, permitir que los padres se unan con los hijos. Habría sido aclamado por todos si hubiera tenido éxito con estas peticiones ante el Faraón.

Moshé, sin embargo, eligió un camino diferente. No abogó por una carga de trabajo más liviana y por más materiales de construcción. Fue un irruptor. Simplemente dijo: “Salgamos de aquí”. Mejor enmarcado en lo familiar: “Deja ir a mi gente”.

Moshé desafió la autoridad absoluta de un Faraón o de cualquier otra persona. Ningún ser humano tenía derecho a imponer un yugo a otra persona, predicó. Ninguna persona podría convertirse en el amo o señor de otra persona. Todos los humanos son creados a imagen de Dios. Todos somos igualmente libres. Todos estamos dotados de dignidad.

Tan pronto como nuestros antepasados ​​salieron de Egipto, se encontraron con las aguas del Mar Rojo por un lado y por el otro, los carros de guerra de los egipcios en plena persecución para recuperarlos. El Faraón había argumentado anteriormente: “Vehaya ki tikrena miljamá…”, en caso de guerra, pueden unirse a nuestros enemigos y ascender de la tierra, escapar. Obviamente, los egipcios no estaban listos para prescindir de la mano de obra barata, la mano de obra esclava provista por los hebreos que en realidad no era barata, era gratis. Sin embargo, en un momento de enojo y dolor, al ver a su propio primogénito asesinado, el Faraón sintió que ya era suficiente y literalmente expulsó a los hebreos de la tierra. Al día siguiente, después de una reflexión seria, el gobernante egipcio se dio cuenta que había cometido un error, de hecho, había tomado una decisión económica estúpida. Condujo sus carruajes de guerra en la persecución de sus esclavos hebreos.

Pero Dios dispuso lo contrario. Separó las aguas del Mar Rojo, permitió a los hebreos escapar, mientras ahogaba a los egipcios que seguían pensando que el milagro también los incluía.

Los hebreos llegaron a Mará donde encontraron que las aguas eran amargas. Se realizó otro milagro para ellos, las aguas endulzaron, haciéndolas potable. “Sham sam lo jok umishpat”: allí, en Mará, leyes y juicios fueron promulgados. Nuestros rabinos especulan sobre la naturaleza de estas leyes y juicios. Su respuesta es que los hebreos fueron instruidos sobre Shabat, las leyes sociales y el ritual de la Novilla Roja, la Pará Adumá. Lo anterior fue un conjunto de instrucciones disruptivas.

A través de Shabat se les enseñó que no es una cuestión de si la cantidad de horas diarias de trabajo era justa. A los hebreos se les dijo que hay un derecho inherente aplicable a todos, incluidos los sirvientes. Los seres humanos y los animales tienen derecho a descansar un día a la semana, sin tener que realizar ninguna tarea. No solo es un derecho, es una obligación. Así damos testimonio de que Dios creó el mundo. Porque incluso el Todopoderoso descansó el Séptimo Día de la Creación, enseñando así a la humanidad una verdad básica. El trabajo es importante. El hombre fue colocado en Gan Eden “leovdá uleshomrá”: para trabajar y proteger el Jardín del Edén. Sin embargo, el hombre también es un ser espiritual que tiene que elevarse por encima del resto de la creación. El hombre necesita un día para evaluar el camino que recorre, pensar sobre sus logros y fracasos. Necesita reflexionar sobre este hecho: “Si a través del estudio de la Torá de Dios y los hechos de Jésed, ¿me estoy acercando al Todopoderoso? ¿Mis acciones y pensamientos están elevando mi espíritu, de modo que me acerque más a la fuente original: el Creador que sopló en mi nariz “nishmat jayim”, el aliento de la vida, mi alma?

Además, el hombre no puede ser sometido a los vaivnes de ningún otro ser humano, incluidas las decisiones caprichosas de un gobernante. Incluso los mismos reyes deben obedecer las leyes. No están por encima de la ley, no obstante que Luis XIV argumentaría siglos más tarde: “L’Etat c’est moi”, “Yo soy el Estado”. Un rey judío era un rey constitucional. Se le instruyó que escribiera una Torá adicional que debía llevar consigo en todo momento. Fue una clara lección: el rey no es infalible, es mortal. Solo las Leyes de Dios comprenden la totalidad de la verdad, leyes que incluyen a un Rey que debe vivir de acuerdo con los mismos instructivos.

Al volver a nuestra cita inicial: “avadim hayinu leFar’oh beMitsrayim”, observamos en la redacción del texto que éramos los esclavos personales de un hombre, el Faraón. No éramos los esclavos de los egipcios. Nuestros rabinos ya señalaron que el edicto que requería arrojar a cada niño al Nilo, incluía también a los niños egipcios. Aparentemente, los astrólogos del Faraón le habían dicho que iba a nacer un líder y no sentía ningún impedimento moral para matar también a niños egipcios inocentes. Tal era el poder de un déspota, cuya voluntad debía ser obedecida, sin reservas. Bajo tales circunstancias, Moshé viene con un conjunto de leyes perturbadoras: “jok umishpat”, reglas que se aplican a todos los hombres, los gobernados y sus gobernantes. “Heashir lo yarbé vehadal lo yam’it”: los ricos y los pobres son tratados por igual bajo la ley. Un juez no debe permitir que uno de los litigantes permanezca en pie mientras el otro se siente en un tribunal de justicia.

Los reyes y los déspotas no simpatizaban con esta nueva cosmovisión. Significó un rechazo de suposiciones de siglos de antigüedad que habían dado a los jefes crueles una supuesta legitimidad sobrenatural. Un “no” a la esclavitud y un “no” al poder absoluto, se convirtió en un mensaje perturbador y muy potente.

Como los reyes y los autócratas eran represivos, también lo eran sus dioses que constantemente pedían tributo y obediencia ciega. La “Pará Adumá” debe evaluarse en este contexto. La función principal de las cenizas de este animal no era desafiar nuestra inteligencia mediante la formulación de un proceso aparentemente contradictorio, ya que mientras que las cenizas sirven para purificar lo impuro, vuelven impuros a los Kohanim que participaron en su elaboración.

La función de las cenizas de la “Pará Adumá” no solo era un contrapeso a la impureza. Su función básica era el “letaher”, para purificar. En Egipto y en otras naciones que adoran a los ídolos, los dioses siempre exigían obediencia total. Los sobornos debían ofrecerse para obtener sus favores y buena voluntad.

Moshé, sin embargo, presenta una deidad diferente, un Dios que no es visible, que no tiene necesidades que humanos puedan satisfacer. Él no puede ser comprado o sobornado. Este Dios no exige sacrificios humanos como testimonia Akedat Yitsjak, la atadura de Yitsjak sobre un altar para ser sacrificado, hecho que no se consumó porque se ofreció un animal para reemplazarlo. Él exige que lo ames: “veahavtá et HaShem Eloheja”, y “vaahevjá”, y Él te amará.

Las cenizas de la Pará Adumá no solo tienen el propósito de perdonar y borrar las malas acciones anteriores, sino que también las purifican. Vienen no solo para “lejaper”, para expiar, sino que vienen a “letaher”, a limpiar, a elevarte.

El Dios que Moshé presenta, ama a la viuda y al huérfano, y los protege. Da instrucciones para amar al extraño, porque “éramos extranjeros en Egipto”. Aunque fuimos esclavizados, también fuimos alimentados y no debemos olvidar eso. Cuando el hambre azotó toda el área geográfica, los egipcios nos acogieron y nos salvaron de la inanición. Si bien Amalek es el archienemigo del pueblo judío, los egipcios no son retratados como un mal que debe ser erradicado para siempre. Aunque nos esclavizaron, también tenemos una deuda de gratitud, porque nos mantuvieron vivos. Sin embargo, la esclavitud no es compatible con la dignidad humana y nunca debemos regresar a Egipto. Egipto es el culto a los muertos, no inspira la vida. Mientras Egipto adora los edificios y lugares, las pirámides, nosotros santificamos el tiempo.

El período oscuro de la esclavitud fue temporal, cuando se mira con la lente de la historia. Tal vez incluso necesario, porque el sufrimiento une a las personas y les permite comprender a los oprimidos, empatizar con los menos afortunados que claman por comprensión y reconocimiento. El Faraón se dio cuenta de que los hebreos se estaban convirtiendo en una entidad cuando razonaba: “hiné AM Benei Yisrael …”, y se convirtió en el primero en llamar a los hebreos un pueblo, una nación. El exilio y la futura esclavitud se convirtieron en los catalizadores para forjar una hermandad y un objetivo común, un destino compartido, indispensable para la construcción de la nación.

No es de extrañar que la expresión “zéjer liTsiat Mitsráyim” sea ubicua, presente en cada recitación de “Kidush” y en la oración de todos los Días Sagrados. Este evento, junto con la entrega de la Torá en Sinaí, se convirtieron en las experiencias definitorias que manifestaron la singularidad del pueblo judío. Tan profundas fueron estas experiencias que siglos de diáspora no han logrado debilitar la determinación de sobrevivir a pesar del odio y las persecuciones, el rechazo de las otras religiones monoteístas. A diferencia de los griegos y romanos de la antigüedad, los filisteos y los amalecitas, el pueblo judío fue bendecido con continuidad y vitalidad hasta el día de hoy, como lo expresa maravillosamente el moderno Estado de Israel.