LOS INESCRUTABLES DESIGNIOS DE DIOS

Parashá KI TETSÉ

Milton Steinberg fue una de las figuras rabínicas más prominentes de su época debido a su sensibilidad y calidad humana. Su libro “As a Driven Leaf” es la historia novelada dla vida de Elisha ben Abuya, el Taná que abandonó la fe cuando enfrentó un conflicto interno de carácter universal; por ello, esta obra continúa teniendo resonancia en el espíritu de los lectores. El tema del libro es: ¿cómo se puede retener la fe cuando, muchas veces, la realidad contradice las promesas de la tradición?

El punto en referencia es la ley de Shilúaj hakán: ahuyentar a la madre antes de apropiarse de los polluelos o huevos del nido. El Talmud es categórico cuando sostiene que se debe silenciar a quien sostiene que esta ley es una manifestación de la piedad de Dios por su creación. Maimónides, siguiendo la enseñanza del Talmud, en su comentario sobre la Mishná señala que no se puede sostener que esta ley es una demostración de la compasión de Dios por las aves, porque si esta fuera la razón, no estaría permitido sacrificar un ave para la comida.

Más aún, la Torá promete que quien cumple la ley de Shilúaj hakán será premiado con Arijat yamim, vivirá por mucho tiempo. A primera vista, esta ley no aparenta tener gran contenido moral, porque no se refiere a la relación entre el hombre y uno de sus semejantes, mientras que una recompensa de larga vida debería estar reservada para una mitsvá de mayor importancia. Por otro lado, está claramente prohibido el comportamiento cruel con un animal. No se debe herir a un animal y mucho menos matarlo, a menos que sea para utilizar su carne o piel. Por ello, la caza no está concebida para el judío, porque para ingerir la carne de ese animal es necesario utilizar la metodología de la Shejitá, cuya práctica requiere la intervención de una persona especialmente preparada que debe sacrificar al animal con un cuchillo muy afilado y de acuerdo con un reglamento muy rígido.

En efecto, la Torá promete Arijat yamim en el caso de “honra a tu padre y a tu madre”, instrucción que forma parte de los Diez Mandamientos. Aunque de manera general, la Torá se abstiene de especificar tanto la recompensa como el castigo, hay casos –como en los citados– en los que se hace una excepción.

Resulta muy difícil hacer una equivalencia entre Shilúaj hakán y Kibud av veem, la honra que se debe a los padres. La salud de la sociedad –en realidad, la base en la cual se apoya– es la familia, y en especial, la relación entre padres e hijos. Elisha ben Abuya, conocido en el Talmud como Ajer para evitar la divulgación de su nombre, perdió la fe cuando vio a un joven subiendo por una escalera hacia un nido y, en ese momento, escuchó la voz del padre que instruía a su hijo para que ahuyentara a la madre ave antes de agarrar a los polluelos. Lamentablemente, la escalera cedió, el joven cayó y murió en el instante. Este acontecimiento produjo una crisis de fe en el espíritu de Elisha ben Abuya. Si tomamos en cuenta que ambas mitsvot prometen una larga vida, aquí había una demostración de lo contrario.

¿Cómo se puede resolver esta aparente contradicción? Una primera respuesta es que la recompensa por las mitsvot no se concreta en este mundo. Ni el castigo ni la recompensa se reciben durante la vida terrenal, porque están reservados para el Más Allá. De tal manera que no hay contradicción cuando se observa a un asesino, a una persona de una conducta totalmente inmoral, que goza de beneficios materiales. El castigo está reservado para otra dimensión. Sin embargo, en este caso es difícil aplicar este concepto, porque Arijat yamim se refiere probablemente a una larga vida sobre la tierra.

Un segundo intento de explicación se apoya en la incapacidad humana. Señala que somos ignorantes de los designios del Creador, y que incluso en las ocasiones en que observamos inconsistencias y contradicciones debemos tener absoluta confianza en la Justicia Divina, porque nuestro intelecto y comprensión son limitados: los seres humanos no pueden penetrar y comprender la Sabiduría Infinita del Creador.

Hay quienes sostienen que esta ley promete un mayor bienestar como estímulo. Porque si una mitsvá tiene por objeto evitar el sufrimiento de un animal, para que la madre no presencie el momento cuando se le arrebata su polluelo, ¿cuánto más abundante será la recompensa cuando se hace el bien a otra persona?

Se puede argumentar que el vocablo Arijat yamim no se refiere a una cantidad mayor de días sobre la tierra. Podría interpretarse, tal vez, como una promesa de que cada día será más largo y provechoso. Todos conocemos a personas que saben utilizar cada momento y a otras que desperdician sus años. Una vida regida por la moralidad conduce a una existencia más provechosa, no por la cantidad de los días, sino por su cualidad, por la tranquilidad y el sentimiento de satisfacción que produce una acción noble, el comportamiento solidario con la sociedad.

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