LA ENFERMEDAD DE LA PIEL ACTIVADA POR EL VERBO

Parashá METSORÁ

El bienestar total de la persona es una preocupación fundamental para la Torá, desde
el punto de vista físico, emocional y espiritual. Vejai bahem, el propósito de la Mitsvá es
la vida, la plenitud de la misma.

Por ello, en caso de enfermedad, la persona tiene que
dirigirse a un médico para que cure su malestar. No se trata de una opción sino de una
obligación. Por ejemplo, una persona no puede colocar su vida en peligro si el ayuno
puede provocar una crisis peligrosa para su salud. Incluso se violan las reglas de Yom
Kipur en ese caso. Venishmartem meod lenafshotejem, “Y cuidarán muy bien sus
vidas”, orderna la Torá.
No es de extrañar que el tema del Metsorá, el leproso, preocupe al texto sagrado. La
Torá ordena que cuando la persona observe lesiones sobre su cuerpo, el crecimiento
indebido de vellos, el cambio de color de la piel, se dirija inmediatamente al Kohén para
la evaluación de su condición. El Kohén tiene el conocimiento y la potestad de
sentenciar cuál es el grado de gravedad de esta condición y, cuando lo considere
apropiado, puede declarar que la persona tiene Tsaráat, una aflicción que exige su
separación del resto de la comunidad por un tiempo prudencial: siete días.
Existen varios pasos que la persona afectada debe cumplir, incluyendo el ofrecimiento
de un Korbán de expiación. Aunque la aflicción se manifiesta sobre la piel, un órgano
externo del ser humano, está claro que la Torá considera que el malestar es un reflejo
de una condición interna, de un desequilibrio espiritual de la persona. Aparentemente,
la enfermedad es vista desde dos prismas. El primero es la manifestación física de la
dolencia, pero al mismo tiempo se debe enfrentar el posible deterioro emocional y
espiritual que subyace al síntoma fisiológico.
Los jajamim interpretaron el vocablo Metsorá, como Motsí shem ra, el indebido uso de
la palabra, e identificaron a la injuria verbal del prójimo como la causa de la enfermedad
cutánea. La Torá quiso destacar que la agresión no tiene que tener ser de orden físico
o material, porque la acometida verbal puede ser más penetrante y dolorosa que
cualquier golpe que la persona pueda asestar a su prójimo. Por encima de las guerras
y los conflictos armados, el destino de la Humanidad depende de la palabra y la idea, el
pensamiento y la reflexión. Prueba de ello es el mensaje que el pueblo judío ha
diseminado, el conjunto de normas contenidas en los Diez Mandamientos que, hasta el
día de hoy, constituye la carta fundamental moral para todos.
El mal uso de la palabra excluye a la persona de la sociedad que depende de la
cooperación y del esfuerzo mancomunado. Tal vez, la expulsión del Metsorá por un
período de siete días tenía el propósito de permitir la reflexión sobre una actuación
indebida, para la toma de conciencia acerca de la convivencia, que sólo puede ser una
realidad en el mar- co del comportamiento leal y sincero de todos los miembros de la
sociedad.

Somos testigos de la efectividad del mensaje verbal que puede unir o separar a la
gente, promover el odio o el afecto. Los déspotas y autócratas de todas las edades se
valen del poder persuasivo e inflamatorio de su discurso, siendo el caso de Hitler el
más perverso de los últimos tiempos.
En el caso de la enfermedad, el judaísmo instruye: Yefashfesh bemaasav, la persona
debe reflexionar, iniciar un proceso de introspección para analizar el origen y las
causas de su dolencia que generalmente se manifiestan tanto en el campo fisiológico
como en el espiritual.
¿Por qué instruye la Torá que el Metsorá se dirija al Kohén? Se debe recordar que una
de las funciones principales del sacerdocio bíblico era Lehorot, la educación. El antídoto
para la enfermedad que tiene una raíz espiritual debe empezar por el estudio del texto
sagrado y la incorporación de las Mitsvot a la vida cotidiana. Solamente a través del
conocimiento se puede encaminar la persona hacia una vida de convivencia, el
comportamiento que exige la apropiada utilización de la capacidad verbal y que sitúa al
ser humano por encima de las otras criaturas que Dios creó para poblar la tierra.