El pecado, el perdón y la pureza ritual

SHEMINÍ

Moshé había procedido a la consagración de los kohanim y en el octavo día, sheminí, que corresponde al día de la erección del Mishkán en el desierto, se le dieron las instrucciones a Aharón para que hiciera la ofrenda de un becerro. Según nuestros jajamim este becerro era simbólico, porque se demostraba de tal manera que el pecado del éguel hazahav, el “becerro de oro”, en el que Aharón había tenido una participación importante, quedaba expiado y perdonado. Moshé tuvo, en un principio que decirle a Aharón, kerav el hamizbéaj acércate al altar, porque su hermano no se sentía seguro de sí mismo, después del mencionado episodio. Aharón, en el momento del sacrificio, tiene que pedir perdón por sus propios errores primero, y luego pedir el perdón por los pecados de todo el pueblo. No es cuestión de cortesía. Porque, únicamente una persona de integridad y de conducta intachables, puede interceder por otros. Por lo tanto, para poder pedir perdón por el pueblo, Aharón debe enfrentar, primero, su propia situación y obtener la dispensa por sus acciones.

En el judaísmo, la obtención del perdón es un proceso que requiere varias etapas. Ante todo es indispensable hakarat hajet, el reconocimiento y la admisión de haber errado. Porque uno tiene que llegar a admitir que ha pecado para poder cumplir con su propósito de enmienda y emprender un nuevo camino. La segunda etapa consiste en el arrepentimiento y el recogimiento sinceros por la falta cometida. El tercer y último paso es la firme determinación de no volver a cometer el mismo error en el futuro. La fórmula para la obtención del perdón es aparentemente simple y directa. Sin embargo, cada uno de los pasos enumerados está acompañado de angustia y necesita coraje. En el proceso de reconocer las faltas que cometemos es necesaria una apreciación objetiva y la confrontación honesta de las debilidades que nos caracterizan. Pero al mismo tiempo se activan en nuestro ser numerosos mecanismos emocionales que sirven para protegernos de las molestias y del dolor, tratan de racionalizar y justificar nuestras acciones impidiendo así que se produzca un genuino auto análisis.

El episodio de la trágica muerte de Nadav y Avihú, hijos de Aharón, es uno de los temas importantes de nuestra lectura. La Torá relata que estos kohanim se acercaron a Dios con su ofrenda, pero con un “fuego extraño” que no había sido ordenado y que fueron muertos en el acto. ¿Cuál es el significado de la expresión “fuego extraño”? Algunos expositores sugieren que Nadav y Avihú debían haber esperado a que el fuego descendiera del cielo para consumar su sacrificio y por no hacerlo así, perecieron. Rabí Eliézer sostiene que su falta consistió en que pretendieron explicar la ley y su aplicación en presencia de Moshé, el gran maestro del pueblo. Un  discípulo, no debería intentar dilucidar un texto o responder  una pregunta, sí su maestro y mentor se encuentra en el mismo lugar. Rabí Yishmael sugiere que Nadav y Avihú estaban ebrios en el momento del sacrificio, basándose probablemente en el hecho que la Torá instruye, a la conclusión del episodio, que todo kohén debe de abstenerse de tomar vino (bebidas alcohólicas) antes de entrar al Mishkán.

Cualquiera que fuese la interpretación de los sucesos, el castigo parece ser demasiado severo en relación a la falta cometida. No obstante, es posible especular, a raíz de este episodio, que el líder religioso tiene responsabilidades cuyo incumplimiento se refleja en castigos ejemplares. Las prerrogativas y los privilegios que el rol de kohén otorgan, están unidos a obligaciones y deberes mayores de que los que el pueblo tiene. Las acciones del kohén tienen eco y resonancia en la comunidad. Por lo tanto, cuando éste comete una falla intencional, el castigo tiende a ser ejemplar y severo.

El tema de kashrut, que trata acerca de las comidas permitidas y de los alimentos prohibidos, es el motivo central de algunos  capítulos. Según el entendimiento de los jajamim, el hombre y la mujer, en un principio, fueron vegetarianos. Después del episodio del diluvio el hombre recibe la dispensa para comer carne. Naturalmente, para comer carne es necesario matar a un animal y entre las leyes que recibe Nóaj, se encuentra una que prohíbe arrancar una extremidad del cuerpo de un animal vivo. Para comer la carne de un animal, dice esta ley, es necesario matar al animal primero.

En nuestra lectura se especifican los animales cuya carne nos es permitida. En el caso de los cuadrúpedos, estos requieren tener la pezuña partida y ser rumiantes. La Torá menciona tres animales que son rumiantes, pero cuya pezuña no está partida, tal como el camello. El cerdo es el ejemplo contrario citado, porque tiene la pezuña partida, pero no es rumiante. (Recuerdo haberlo leído, pero no puedo ubicar la fuente, que no se ha encontrado ningún animal, además de los que están mencionados en nuestra lectura, que posea únicamente una de las dos características mencionadas. O bien tienen las dos características, la pezuña partida y el ser rumiantes, o carecen de ambas). Pueda que esta ley sea la raíz de la expresión en yídish de mostrar dos jázer físel, que quiere decir mostrar la pata de cerdo. Porque si juzgamos al cerdo, únicamente por sus patas, llegamos a la conclusión que este animal es kasher. El dicho yídish nos alerta para no llegar a conclusiones apresuradas sobre la  base de evidencias incompletas.

En la práctica judía, el proceso de kashrut requiere de pasos adicionales para poder ingerir la carne de un animal. El punto esencial es que tenemos que partir de un animal kasher para poder comer su carne después de cumplir con cierto proceso adicional. En el caso de los peces, se requieren aletas y escamas para obtener el calificativo de kasher. En vista de que dado que los crustáceos y los moluscos no poseen estas características, no pueden calificarse de kasher. La Torá enumera una serie de aves que no deben formar parte de nuestra dieta. Son, generalmente, las aves de rapiña. La  halajá señala como kasher a las aves de corral. En el caso de una ave desconocida en un lugar, se requiere una masorá, que es un antecedente tradicional de haber sido ingerida como kasher en algún otro lugar. También están incluidos como kasher una serie de insectos, cuya identificación exacta en la nomenclatura moderna, nos es difícil. Por lo tanto, nos abstenemos totalmente de comer insectos. (Tengo entendido que en ciertas comunidades del Norte de África existía una tradición de comer ciertos insectos que, según la halajá habían sido identificados como permitidos). En las palabras de la Torá, el motivo de las leyes de kashrut está ligado con la noción de santidad. Leemos en Vayikrá (Levítico) XI, 44: “Por cuanto Yo soy el Eterno, vuestro Dios, vosotros os santificaréis, pues Yo soy santo, por lo cual no mancharéis vuestras almas con ninguno de los reptiles que reptan sobre la tierra”.

Existe una extensa literatura acerca de las razones para la observancia del kashrut. Los razonamientos con los cuales puede uno identificarse, no siempre son relevantes para otros. Personalmente, considero que el kashrut pertenece a las reglas que estimulan y fortalecen los mecanismos personales para desarrollar una mayor independencia y libertad de acción. Las complejas y minuciosas reglas en este campo no permiten que me convierta en dependiente de la comida o en un glotón. Me alimento para vivir, pero no vivo para comer. La observancia del kashrut me obliga a reflexionar y a ser cuidadoso en el proceso de consumir los alimentos. Después de todo, una criatura de Dios, aunque sea un animal, tuvo que ser sacrificada para que yo pueda alimentarme. (Incidentalmente, en el judaísmo, la caza como deporte está prohibida). No se puede disparar al primer animal que aparezca. Es necesario todo un proceso de preparación (shejitá, bediká, hadajá y melijá. El animal es sacrificado por un shojet, que es especialista en la materia, de acuerdo a un conjunto de reglas religiosas; su carne es puesta en remojo por un tiempo especifico y luego se cubre con sal durante otro lapso, antes de ser consumida) lo que nos hace estar  conscientes de que un ser vivo ha perdido la vida para saciar nuestra hambre. En últimas cuentas, es un factor adicional que me enseña a ser mesurado en el proceso de satisfacer el hambre, a controlar mis deseos y ser el dueño de mis pasiones, para poder ejercer el libre albedrío y poder tomar las decisiones, independientemente, de apetitos pasajeros. Es el propósito de sacralizar, de espiritualizar aun el acto más rutinario, como es el de comer. Retrasar un poco el placer, la satisfacción del apetito, es un comienzo de vigilancia que va algo más del hedonismo.