EL EXAMEN DE LAS “YERBAS AMARGAS”

Parashá Nasó

Uno de los episodios más enigmáticos de la Torá se refiere a la Sotá, la mujer sobre la cual cae la sospecha de adulterio y el procedimiento que se debe seguir para esclarecer la situación: su culpabilidad o inocencia. No obstante esta indicación de la Torá, de acuerdo con el Talmud, Rabí Yojanán ben Zakai descontinuó la práctica de la ceremonia debido al incremento de los casos de adulterio. Estos asuntos se solucionaron con el divorcio de la pareja. Sin embargo, persiste el interés por esta inusual ceremonia y vamos a describirla.

Si la esposa tiene un comportamiento dudoso, el marido le advertirá –en presencia de dos testigos– que debe evitar sus encuentros clandestinos con una persona específica. Si desatendiendo esta advertencia, se observa que la mujer en cuestión ingresó con esa persona a un lugar donde podía haber ocurrido un encuentro sexual y no hay testigos que afirmen lo ocurrido, se puede proceder al examen de las “yerbas amargas”.

Este examen se puede realizar sólo bajo el consentimiento de ambas partes: tanto del marido como su esposa.

Una corte local escucha el alegato de la pareja y envía a dos jueces para que los acompañen al Sanhedrín, la Corte Suprema Rabínica en Yerushaláyim, corte compuesta por setenta y un jajamim que tenía la facultad de decidir asuntos de la mayor trascendencia. En este sentido, el Primer Ministro de Asuntos Religiosos del Estado de Israel, el rabino Fishman, tenía el sueño de constituir un Sanhedrín que pudiera reflexionar acerca de algunos problemas que la modernidad estaba planteando al judaísmo. Lamentablemente ese anhelo nunca se concretó, en parte, debido a la falta de unidad de criterio en el entorno religoso.

En todo momento, la mujer bajo sospecha sabe que si desea admitir su falta no tendrá que pasar por el examen de las “aguas amargas” y su destino será el divorcio. Cuando se encuentra ante el Sanhedrín, recibe esta instrucción en público.

La ceremonia se realiza en un portal que mira hacia el Kódesh HaKodashim, lugar en el cual un Kohén efectúa un juramento y una maldición. “HaShem ocasionará que tu muslo caiga y que tu vientre se hinche”, y la mujer debe responder: “Amén, amén”. Este párrafo, que incluye el Nombre HaShem, se escribe sobre un pergamino. Se introduce agua consagrada del Kiyor en un receptáculo de barro y se incluye polvo del santuario sobre la superficie del agua. El pergamino se introduce en el agua de tal modo que la escritura se disuelva en el líquido.

Seguidamente, el Kohén rasga la ropa de la mujer, le descubre la cabeza, le revuelve el cabello, le hace la advertencia formal y le formula el juramento de causa. La mujer toma la mezcla del agua con el escrito disuelto, mientras tiene en la mano una ofrenda de granos. Esta agua se denomina “Mei hamarim hameorerim” (aguas amargas).

Si la mujer es culpable, su cara adquiere color verde, los ojos sobresalen de sus órbitas y sus venas se hinchan. Muere inmediatamente, a menos que tenga algún mérito anterior.

La misma suerte le aguarda al hombre con quien tuvo la relación ilícita. De acuerdo con el Talmud, eso ocurre solamente si el esposo está libre de pecado.

De acuerdo con Rashí, el gran comentarista bíblico, esta ceremonia también evitaba que se procreara un Mamzer, el hijo bastardo que luego cargaría con la culpa de la madre y que no podría casarse con un miembro del pueblo judío.

Mientras que si estas “aguas amargas” confirman la inocencia de la mujer, seguramente saldrá próximamente embarazada de su esposo, cesarán los rumores y retornará el Shalom báyit al hogar.

Tanto el agua como el polvo, ingredientes incluidos en las “aguas amargas”, pueden considerarse como elementos indispensables para la vida. El caso del agua es conocido, ya que según los exegetas del texto bíblico, el ser humano no puede sobrevivir más de tres días sin este preciado líquido.

El caso del polvo es ilustrado a continuación. Reb Yosef Dov Ber Haleví Soloveitchik, autor de la famosa obra Beit Haleví y abuelo de mi maestro, distingue entre la ceniza y el polvo. El polvo tiene una característica especial: nunca tuvo forma específica, pero se puede introducir una semilla en este elemento para que florezca y dé fruto, y se puede confeccionar artesanalmente algún utensilio de esta materia. En cambio, la ceniza en algún momento tuvo forma y ahora se convierte en un elemento básicamente inútil.

En el Génesis, Dios promete que la simiente de Avraham será como las estrellas o como el polvo de la tierra.

Mientras que la simbología de las estrellas conduce a pensar en el ámbito celestial y espiritual, el polvo también puede ser considerado como el componente indispensable para la agricultura, fuente del sustento de las criaturas que habitan la tierra.