EL ETERNO COMBATE ENTRE EL AMOR Y EL ODIO

Parashá VAYÉSHEV

La visión profética inspirada en la revelación de la voluntad divina está entrelazada con el desarrollo de los eventos, que, a su vez, pronostica la inevitabilidad de los sucesos. Este hecho colide con el libre albedrío del hombre, quien tiene que caminar de acuerdo con una trayectoria trazada de antemano.

Al vaticinarle Dios a Avraham “Tu simiente y los hijos de tus hijos serán extraños, desconocidos en una tierra ajena donde serán esclavizados y oprimidos durante cuatrocientos años”, esta predicción obliga a que suceda una serie de eventos que conducirán a la esclavitud egipcia. Dentro de este escenario, ¿dónde se ubica el libre albedrío? Tal vez en la calidad y especificidad de los sucesos, aunque éstos tengan que ocurrir en el escenario anticipado.

El destino trazado para el exilio se cumple por medio del tema central de nuestros capítulos, que es la relación colmada de celos y rivalidad entre Yosef y sus hermanos. Relación que se alimenta por el excesivo amor y preferencia de Yaacov por Yosef en detrimento de sus otros hijos. Sin embargo, el elemento que hilvana la sucesión de los hechos será los sueños: los sueños de grandeza de Yosef, los sueños de quien le´ servía la copa de vino al faraón y de su panadero y, finalmente, el sueño crucial del faraón.

El texto bíblico recopila el desarrollo progresivo de la relación fraternal. Uno de los primeros episodios bíblicos describe el asesinato de Hével perpetrado por Kayin. Luego viene el destierro de Yishmael para que no ejerza una influencia negativa sobre su hermano Yitsjak. Seguido por la rivalidad de Esav con Yaacov que se manifiesta a través del engaño que produce la amenaza del asesinato. Culmina con la envidia y los celos de los hermanos hacia Yosef, el primogénito de Rajel, la más amada esposa de Yaacov.

Dado que por decisión divina el desarrollo de los hechos obligatoriamente tiene que conducir al destierro de la Tierra Prometida, también sirve para destacar la psicología y la conducta humana en circunstancias de crisis. Los celos producen un odio insondable que ciega a la persona e impide que reconozca la enormidad de la injusticia de su comportamiento posterior. La profesora Yael Shemesh señala que la Torá relata que, después de arrojar a Yosef a una muerte segura en un pozo, los hermanos se sientan a comer, indiferentes a sus súplicas y llanto. Siglos más tarde, Ajashverosh y Hamán también participarán de una comida después de decidir la muerte de los judíos a través de un sorteo. Tal como se señala, la intensidad del odio es mucho mayor que la profundidad del amor. Habrán de pasar muchos años después de tener que postrarse ante Yosef para obtener las provisiones de alimentos; recién entonces nacerá el sentimiento de remordimiento de los hermanos, quienes reconocerán la gran falta que cometieron contra Yosef.

Desde cierta perspectiva, la saga de Yosef y sus hermanos es una enseñanza moral sobre la retribución: el castigo que ineluctablemente recibe la persona por cometer una inmoralidad. Pero hay otra enseñanza: el crimen no produce el resultado deseado. Aunque la “venta” de Yosef lo hace desaparecer del escenario familiar, no se produce el anticipado acercamiento de Yaacov a los hermanos. Al contrario, el padre centra ahora sus sentimientos en el dolor y el luto por la pérdida de Yosef, no puede borrarlo de su memoria, porque el porte y la “belleza” de este hijo están directamente unidos al recuerdo de su preferida, Rajel. Sin estar presente, Yosef continúa siendo el hijo preferido.

Pese al favoritismo que Yaacov demuestra, Yosef no es una figura que, en sus años de juventud, pueda admirarse con facilidad. Es claramente engreído, enamorado de sí mismo, un joven que informa al padre acerca de las debilidades de sus hermanos para acentuar las grietas de sus caracteres. La educación de Yosef y el afinamiento del temple de su fibra moral exigen el alejamiento de la protección paternal.

Tiene que ir al destierro y aprender a valerse por sí mismo, aprovechar su ingenio para evolucionar moralmente.

Egipto se convierte en el laboratorio personal de Yosef. La tentación de la esposa de Potífar y la pasantía por las cárceles del faraón servirán de yunque para los golpes que le inflige el destino. La inseguridad y el peligro, la incertidumbre y las incógnitas, no producen la desesperación del joven mimado. Al contrario, sale a relucir el refinado carácter de su personalidad que había estado sumido en la vanidad.

Incluso, cuando reconoce a sus hermanos, que tienen que postrarse ante él y rogar por el sustento indispensable en los años de hambruna que había azotado a toda la región, no permite que el deseo de venganza se apodere de sus sentimientos. Comprende que los eventos se desarrollaron por la voluntad de Dios: era necesario el destierro para que naciera un pueblo, era necesario el exilio del hogar paternal para que él, Yosef, pudiera convertirse en el primogénito real,padre de dos tribus de Israel: Efráyim y Menashé.