Desde el Tabernáculo hasta la sinagoga

TERUMÁ - Éxodo XXV - XXVII,19

IMG_0245Los capítulos anteriores promulgan algunas de las diversas leyes y preceptos según los cuales debemos regir nuestras vidas. Sirven para explicar que los Diez Mandamientos no son la suma total del judaísmo, sino que se requiere una minuciosa atención a los más mínimos detalles de la vida personal y social. (Hay quienes consideran que los Diez Mandamientos contienen, o constituyen la suma de todas las mitsvot de la Torá). Cabe destacar que la gran mayoría de estas leyes son instrucciones dirigidas al individuo. Los Diez Mandamientos,por ejemplo, no fueron enunciados en el plural. “No matarás”, reza uno de esos mandamientos, utilizando el singular en la segunda persona. Aunque reconocemos la necesidad de legislar para la comunidad en su totalidad, como se demuestra con el establecimiento de arei miklat, las ciudades de refugio para quienes, sin la intención de hacerlo cometieron un crimen capital. La abrumadora mayoría de las leyes, sin embargo, está dirigida al individuo. De tal modo, el judaísmo señala que cada tiene una responsabilidad personal ineludible pero el logro del bienestar común y en la conducta moral y ética dentro del marco de la sociedad.

Esta noción de la responsabilidad individual es consecuente con el relato bíblico de la creación del hombre. En Bereshit, Dios crea un solo hombre y una sola mujer, ellos son la suma total de la sociedad humana y quienes perciben la totalidad del universo. Por lo tanto, según nuestros jajamim, debemos considerar que la existencia y el futuro del mundo dependen de las acciones individuales de cada uno de nosotros. Tal vez ésta sea la enseñanza primordial del judaísmo, a excepción de nuestra concepción de la existencia de un solo Dios. La enseñanza básica es la responsabilidad individual en el ejercicio del libre albedrío y, simultáneamente, el de la santidad de la vida individual. En el judaísmo no se puede exponer una sola vida humana en beneficio de muchos. Cada ser humano tiene un valor espiritual infinito y por lo tanto dos vidas no valen más que una sola vida.

         Moshé tarda cuarenta días y cuarenta noches en el Monte Sinaí para recibir la Torá con sus detalladas explicaciones. El pueblo se inquieta por la tardanza de Moshé e insta para que se le construya una deidad visible y palpable, que se traduce en el éguel hazahav, un becerro de oro. Este hecho es detallado en capítulos posteriores. Pero a raíz de esta rebelión, a escasos días de la revelación Divina, viene una concesión. Dios decide la construcción de un templo, de un tabernáculo portátil el que será simbólicamente. Su habitación durante la travesía por el desierto y permitirá visualizar de manera material el contenido espiritual que se deseaba transmitir. Siglos más tarde, el rey Shelomó construirá el primer Beit HaMikdash que es un Templo para el servicio de Dios sobre el mismo monte en el cual Avraham demostró su disposición a ofrecer como un sacrificio a su único hijo Yitsjak.

Para los efectos de la construcción de este tabernáculo que se denomina Mishkán en nuestro texto, Dios instruye a Moshé para que solicite la contribución de los materiales requeridos. Se necesitaba oro, plata y cobre; lana azul y roja; tintes y pieles de animales; maderas y aceites; especies y piedras preciosas. Desde los días del nacimiento de nuestro pueblo en adelante, la noción de contribución, terumá en el texto de la Torá, formará parte de la vida cotidiana comunitaria judía.

La noción de caridad es ajena al vocabulario judío. La palabra tsedaká que usualmente utilizamos para traducir el concepto de caridad, proviene de la raíz tsédek que significa justicia. En nuestra concepción, es “justo” compartir con los menos afortunados. La tsedaká es obligatoria y no voluntaria. La ayuda al prójimo y el compartir la abundancia no están basados en el concepto de “amor”, sino en la obligatoriedad que exige la noción de justicia. El mundo está basado sobre tres pilares, dicen nuestros jajamim, y tsedaká es uno de ellos.

En realidad, la vida social, religiosa, cultural y educativa de la comunidad judía contiene el factor de tsedaká como un ingrediente esencial. Las estructuras sociales de las comunidades judías de la Edad Media hasta los albores de la segunda guerra mundial hacían especial énfasis en la ayuda a los pobres y a los necesitados. Existían grupos que se ocupaban de proveer de dote a las jóvenes que carecían de posibilidades, de extender créditos y préstamos sin intereses a las personas de escasos recursos económicos. Los fondos para el funcionamiento de todos estos grupos provenían de los aportes de los miembros de las comunidades. Podrían documentarse fácilmente las bases de tsedaká de nuestra propia comunidad en Caracas, y en forma similar, la de comunidades judías en diferentes partes del mundo.

La palabra terumá que identifica a nuestra lectura semanal proviene de la raíz que significa elevación. Contribuir a una causa sagrada y justa es, por lo tanto, una manera de ascender, de escalar personalmente, porque uno transciende sus necesidades inmediatas y se enriquece espiritualmente al atender las solicitudes del prójimo. El poder dar es muy superior al tener que recibir.

El Mishkán contenía una serie de elementos que luego formarían parte de la estructura del Beit HaMikdash, que es el Templo de Jerusalem. Hay planos y detalles específicos para la elaboración de los utensilios y objetos que albergaba este Mishkán. Había un arón, el arca de madera, recubierto por una lámina de oro, que contenía las piedras sobre las cuales estaban grabados los Diez Mandamientos. La cubierta de esta arca, kapóret en hebreo, era de oro macizo y tenía la efigie de dos keruvim en sus extremos. (Según nuestros jajamim estos keruvim tenían la apariencia de dos bebés). Sobre una mesa de madera, shulján, recubierta con una lámina de oro, se colocaba el léjem hapanim, los panes siempre presentes. Una menorá, una lámpara confeccionada de un trozo de oro martillado, de siete brazos, uno de los cuales siempre permanecía encendido, completaba una parte esencial del Mishkán. Además de los postes y de las telas que formaban la estructura exterior, se construyó un mizbéaj, un altar de madera para ofrecer los sacrificios indicados. En cada uno de estos renglones se señalan las medidas exactas para su construcción y elaboración.

Nuestras sinagogas están construidas siguiendo el plano esencial del Mishkán. El arón hakódesh o hejal contiene los rollos de la Torá (en la ausencia de las dos piedras originales con los Diez Mandamientos que de todas maneras no podrían estar presentes simultáneamente en todas las sinagogas). El ner tamid, una luz que siempre permanece encendida, recuerda la luz eterna de un brazo de la menorá, cuya réplica está presente en nuestra sinagoga. La mesa desde la cual se dirigen los rezos, ocupa el lugar del shulján de los panes.

En la sinagoga de la Unión Israelita de Caracas se escogieron deliberadamente ciertos materiales para su terminación. El arquitecto y escultor Harry Abend seleccionó el acero inoxidable y el bronce para hacer alusión a la terumá, a la contribución de oro, plata y cobre que se solicitó a nuestros antepasados según el texto de nuestra lectura semanal. La cúpula de la sinagoga está revestida de elementos que simbolizan las “nubes” que señalaron el camino para la travesía del desierto. Los emblemas de las doce tribus ubicadas en el entorno de esta cúpula son una manifestación de la unidad esencial entre ashkenazim y sefaradim, entre los que provienen de Polonia y los que llegaron de Marruecos, porque todos somos los descendientes de Yaacov, el padre de aquellos que encabezaron y dieron nombre a las doce tribus.