LA MORALIDAD EN LAS RELACIONES SEXUALES – LA KEDUSHÁ DEL PUEBLO HEBREO

AJAREI MOT y KEDOSHIM

Una de las funciones principales de Yom Kipur es servir como un medio para la obtención de Tahará, la pureza espiritual.

El perdón de los pecados que produce Yom Kipur permite que la persona adquiera pureza, desde el prisma religioso.

Hacia el final de estos capítulos, la Torá exhorta Kemaasé Érets Mitsráyim asher yeshavtem ba, lo taasú, “no repitan las acciones que son propias de Egipto”, con lo cual advierte que los hebreos no deben portarse de acuerdo con la conducta egipcia, especialmente en lo que respecta a las relaciones sexuales. El texto continúa con una serie de prohibiciones sobre el incesto, que se define como las relaciones sexuales consanguíneas entre un hombre y su madre, hermana, nieta o tía. También se incluye como incestuosa la relación entre el hombre y la esposa de su padre, esposa de su hijo, cuñada. Adicionalmente están prohibidas las relaciones sexuales con una mujer y su hija, una mujer y su nieta, una mujer y su hermana. Todas estas relaciones se denominan Guilui arayot, “mostrar o destapar la desnudez”.

Aparentemente, estas prácticas eran comunes en Egipto y más aún en Canaán, mientras que una idea central en la Torá es la negación de la validez moral de los hábitos de estos pueblos. Esta conducta tiene antecedentes desde la época de Nóaj, cuando su hijo Jam observa la desnudez del padre y, según algunos exégetas, tiene relaciones homosexuales con el padre cuando éste estaba ebrio. De acuerdo con el texto bíblico, tanto Mitsráyim como Canaán eran descendientes de Jam. Siglos después, la Torá testimonia cómo Sarai, esposa de Avraham es secuestrada en la corte del faraón. Sobresale el episodio de la seducción de Yosef por la esposa de Potifar, relatos que subrayan la prominencia de los actos sexuales en la vida de los monarcas y potentados de estas civilizaciones. Conducta similar se observa en las ciudades de Sedom y Amorá, lugar donde Lot se había residenciado.

Este hecho sale a relucir después de que las ciudades fuesen destruidas y de que las hijas de Lot tuvieran relaciones sexuales con el padre, aunque algunos exégetas razonan que las hijas creían que el mundo entero había sido destruido y sólo a través de una unión sexual con el padre se podría dar continuidad a la Humanidad.

En los primeros días del éxodo de Egipto, los hebreos giran hacia al lugar denominado Báal Pe’or por la deidad de esa ciudad y cuyo culto giraba alrededor de los actos sexuales y las prostitutas “sagradas”. De acuerdo con algunos intérpretes del texto bíblico, cuando los hebreos “recuerdan” el pescado que comieron en Mitsráyim, la referencia en realidad tiene que ver con la prolífica procreación de los peces y con el libertinaje sexual existente en Egipto, a diferencia de los Diez Mandamientos, que ponen límites al apetito sexual.

Por lo antedicho, los patriarcas insistieron en que sus hijos buscaran esposas en el seno de sus familiares, quienes aunque no eran monoteístas, tampoco estaban inmersos en el aspecto sexual de la idolatría.

Está claro que la instrucción acerca de la práctica del Brit Milá está íntimamente ligada con un mensaje acerca de la actividad sexual. Incluso el Korbán Pésaj está relacionado con esta Mitsvá, porque el incircunciso no podía participar en la ofrenda y en la celebración del Séder de Pésaj. La libertad obtenida a través del éxodo estaba condicionada, o más bien tenía el propósito de posibilitar un comportamiento regido por la Torá, a diferencia de los hábitos sexuales relacionados con la idolatría. Por ello, en la tarde del día más sagrado del calendario hebreo, la tarde de Yom Kipur, la lectura de la Torá versa sobre las relaciones incestuosas prohibidas.

Mientras que la idolatría hacía una ecuación entre el acto sexual y la fertilidad de la tierra (al menos esa era la práctica del culto a Báal Pe’or), el judaísmo propone que la abundancia de las lluvias y la producción agrícola son una consecuencia del comportamiento moral del individuo. En efecto, ese es el mensaje que leemos en el Shemá cuando Dios advierte Vehayá im tishmeú el Mitsvotai, “y será, si ustedes observan mis instructivos”, entonces las lluvias caerán en su debido tiempo y tendrán una abundante cosecha.

Aunque la prohibición acerca de las relaciones sexuales prohibidas es responsabilidad de cada individuo, la Tierra Prometida no las tolera, de acuerdo con Rambán. Sugiere que Rajel falleció en el camino cuando Yaacov regresó a la Tierra de Israel para que el patriarca no tuviera simultáneamente dos esposas mientras estaba residenciado en la tierra sagrada, no obstante que la Torá no había sido completamente revelada para ese momento.

KEDOSHIM

LA KEDUSHÁ DEL PUEBLO HEBREO

Dios exige que el pueblo hebreo sea Kadosh, consagrado y santificado, tal como es Él. Está claro que ser como Dios es imposible, porque Él es único. ¿Qué quiere decir entonces Kadosh? Según Rashí, implica mantenerse aparte, ya que el pueblo hebreo no debe contagiarse de los males de la sociedad circundante. Tal como el primer patriarca se posicionó en el lado opuesto de la “orilla”, hecho al que alude el apelativo de Ivrí (porque Éver quiere decir “una ladera del río”), asimismo el pueblo hebreo debe mantenerse firme en su posición moral, incluso en desafío a la opinión mayoritaria.

Los primeros versículos del texto bíblico indican en qué consiste la condición de Kadosh: temor por los padres, cuidado del Shabat, apartarse de la idolatría, cumplimiento de las normas de los sacrificios, atención a las necesidades de los pobres apartando las esquinas de los campos para ellos, no robar, no mentir, no invocar el nombre de Dios en vano, pagar el sueldo a tiempo, no maldecir al sordo y no colocar un obstáculo ante un ciego, ser correcto en el juicio tanto con el pobre como con el rico, no permanecer indiferente ante el derrame de sangre del prójimo, no odiar a un hermano, amonestarlo cuando se equivoca, no vengarse, amar al prójimo como a uno mismo.

Es obvio que la persona que conduce su vida de acuerdo con las exigencias antes enumeradas será un individuo excepcional. Será Kadosh, porque habrá superado cualquier inclinación por el mal, será solidario con sus congéneres.

Desde un prisma teológico, cabe plantear la interrogante de si Kadosh es una condición que Dios impuso sobre el pueblo hebreo. Eso quiere decir que Dios escogió al pueblo hebreo por encima de las otras naciones y, por lo tanto, es una condición permanente, independiente del comportamiento de este pueblo que, sin embargo, puede recibir el castigo por el yerro y la recompensa por la buena acción.

Pero siempre permanece Kadosh, consagrado por Dios. Una segunda opción sería que la condición de Kadosh fuera el resultado de la conducta ejemplar del pueblo hebreo. El pueblo es Kadosh, o tal vez adquiere Kedushá, cuando cumple con los imperativos anteriormente enumerados y pierde esa condición cuando se aleja de las normas exigidas. O sea que la condición de Kadosh es temporal, una función del comportamiento humano. Un adjetivo y no un sustantivo. Visto de otra manera, el apelativo de Kadosh lo otorga Dios o es una condición que el pueblo obtuvo por su comportamiento ético. Si Dios otorga este calificativo, quiere decir que el pueblo hebreo le pertenece y, por ello, le encomendó observar las Mitsvot. De acuerdo con el Méshej Jojmá (Rabí Meir Simjá de Dvinsk), el pueblo hebreo recibió la Kedushá en el monte Sinaí.

El Midrash, en cambio, sugiere que la Kedushá de Dios es totalmente independiente de la Kedushá del pueblo hebreo. Dios es siempre Kadosh, mientras que la Kedushá del pueblo hebreo es una función de su apego a las Mitsvot. Shabat es un día Kadosh y cuando el hebreo observa las leyes de este día adquiere más Kedushá. O sea que la Kedushá no es el resultado de un encuentro trascendental entre el pueblo y Dios en el Sinaí, sino que es un proceso que evoluciona constantemente de acuerdo con la práctica de la ley enunciada en el Sinaí.

Mi maestro Joseph B. Soloveitchik se inclina por esta segunda posición y afirma que el pueblo hebreo produce, engendra la Kedushá a través de su comportamiento. Raphael Yarhi cita a Malbim, quien diferenció entre Am Segulá, un pueblo elegido y Goi Kadosh, la nación consagrada.

De acuerdo con Malbim, Dios escogió al pueblo hebreo y lo convirtió en Am Segulá, pero el pueblo se elevó a sí mismo para ser Goi Kadosh. Y a través de esta Kedushá, el pueblo santifica a Dios, de tal manera que la Kedushá de Dios es una función de la Kedushá del pueblo. Eso quiere decir Kidush HaShem, la santificación del Nombre de Dios. Un acto de Kedushá del individuo produce el Kidush HaShem, la santificación de Dios. De esta manera se acentúa la relación entre la persona y Dios. Dios tiene influencia sobre la persona, pero la persona también deja un huella sobre Dios, “intensifica” la Kedushá de Dios a través de sus actos terrenales.

PUREZA RITUAL DE LA TORÁ y EL MALESTAR DEL ALMA

Parashá TAZRÍA y METSORÁ

En los capítulos de Sheminí, al describir algunos de los animales que no se deben comer, el texto menciona: “De su carne no comeréis y no tocaréis sus cadáveres, son impuros para ustedes”. La prohibición incluye el contacto con el animal muerto porque produce la tum’á, la impureza ritual. El Talmud cuestiona si esta regla es aplicable a todo el pueblo y responde que solamente los Kohanim deben abstenerse de entrar en contacto con el cadáver y, más aún, con un difunto humano. El Kohén no debe tocar el cuerpo de un difunto, ni siquiera estar bajo el mismo techo con el cadáver. Por ello, el Kohén no debe entrar en una casa o una funeraria donde se guarda el cuerpo del difunto antes del entierro.

Aunque no existe una prohibición para que un miembro del pueblo adquiera la contaminación ritual, el estado de Tamé era limitante. La persona que entraba en contacto con un cadáver se convertía en Tamé hasta que no saliera de este estado a través de la Tahará, que exige la inmersión en un Mikvé. Durante el estado de Tamé no podía ingresar al Beit HaMikdash ni compartir la carne de los Kodashim, los sacrificios. Tampoco podía comer Maaser shení, ni Terumá.

Además, la condición de Tamé tiene relevancia en las relaciones matrimoniales, el período después del alumbramiento y situaciones adicionales.

Los jajamim ampliaron la noción de Tum’á y Tahará para incluir la prohibición de comer en la mesa de un Am Haarets, porque se sospecha que en ese hogar no se cumple con las leyes de Maaser.

Se debe destacar que, durante el período de la existencia del Beit HaMikdash, el concepto de Tum’á era equivalente en importancia al concepto de Kashrut que se practica en la actualidad. Ello no quiere decir que el Kashrut no fuera una parte fundamental de la observancia religiosa de aquellos tiempos, solamente que el énfasis estaba sobre las leyes de Tum’á y Tahará.

Según Rambán, el precepto de Kedoshim tihyú, “Sean consagrados”, o tal vez, como interpreta Rashí, “manténganse aparte”, quiere decir también observar las leyes aludidas de Tum’á y Tahará, que apuntan hacia la limpieza física y la pureza ritual.

A decir de Rabí Meir, ¿quién es un ignorante? La persona que consume sus comidas diarias en un estado de impureza ritual.

Los esenios destacaron estas leyes y regían sus vidas por estos principios. Según Flavio Josefa, los esenios estaban divididos en cuatro castas y los más jóvenes pertenecían al rango menor. De tal manera que si un joven tocaba a un miembro de una casta superior, éste tenía que hacer una inmersión.

De acuerdo con el Talmud, “las vestimentas de un ‘ignorante’ no se consideran aptas para un fariseo, las de un fariseo no son aptas para las personas que tienen permiso para comer Terumá, y la de quienes pueden comer Terumá no son idóneas para quienes pueden comer Kódesh, que son las comidas que provienen del Korbán, el sacrificio”. Como consecuencia de esta regla se fueron creando las diferencias sociales que, dicho sea de paso, no tenían que ver con la situación económica de la persona.

Las diferencias de opinión entre las escuelas de Hilel y Shamai también se referían a las leyes de Tum’á y Tahará. Lo que los unos decían que era Tahor, puro, era declarado Tamé, impuro, por los otros. Sin embargo, nunca dejaron de utilizar los utensilios de comida del otro o de comer en las respectivas casas de sus opositores intelectuales.

Raphael Yankelevitz apunta que Ezrá HaSofer amplió el alcance de las leyes acerca la pureza ritual, pero los jajamim insistieron en que el estudio de la Torá no requiere del estado de pureza. De manera que, en el caso del estudio, se pueden juntar personas de diferentes grados de pureza. Así se expresó Rabí Yehudá ben Beterá: “Las palabras de tu boca no tienen que ver con impureza, y cuando un estudiante lo cuestionó, le dijo: abre tu boca para que las palabras que salen de ella sean claras, porque las palabras de la Torá no adquieren impureza, tal como dice el profeta, ‘acaso no son mis palabras como el fuego, dice el Señor’. Tal como el fuego no es susceptible a la impureza, así también lo son las palabras de la Torá”.

METSORÁ – EL MALESTAR DEL ALMA

El gran expositor bíblico y defensor de la ortodoxia, el rabino Samson Raphael Hirsch de Alemania, insistió en que no se debe confundir Tsaráat, la aflicción que ocupa la atención del texto bíblico, con la lepra. En el caso de la lepra se debe acudir al médico; en cambio, para la cura del Tsaráat, la persona indicada es el Kohén, quien examina la herida y dispone cuál debe ser el remedio para su curación. Porque Tsaráat es una manifestación externa de un mal espiritual interno.

Los Jajamim parten de la premisa de que la Torá no es un conjunto de normas cuyo propósito es cuidar la salud física de la persona, aunque ésta sea una consecuencia de observar sus leyes. La tarea fundamental de la Torá es velar por la salud espiritual del individuo y del colectivo, trazar el sendero por el cual la persona puede acercarse a la Divinidad, especialmente a través de la Mitsvá. Por ello, los intérpretes del texto bíblico, empezando por el Talmud, apuntaron que las erupciones cutáneas de Tsaráat eran manifestaciones de una dolencia espiritual. Sugieren que Metsorá es una alusión a Motsí shem ra, la calumnia infundada contra el prójimo.

El rubro de Tsaráat también abarca otras cosas, porque una casa también puede padecer de este mal, o sea que las paredes pueden estar contagiadas. En este caso, la explicación anterior deja de ser adecuada. Además, de acuerdo con muchos expositores, las normas sobre “paredes infectadas” sólo rigen en Érets Israel, la Tierra Prometida. De acuerdo con Rashí, cuando el Kohén ordenaba que las paredes de una casa fueran destruidas por estar irremediablemente contagiadas con Tsaráat, esta acción traía un beneficio a la persona, porque los Amoritas que habían habitado esas tierras durante los cuarenta años que los hebreos pasaron por el desierto, escondieron oro y joyas en sus paredes, tesoros que fueron recuperados por los hebreos cuando derribaron las paredes de estas casas.

Shimon Golan trae a colación la opinión del Zóhar, que sostiene que la razón del Tsaráat en las paredes se debe a que las casas fueron construidas bajo el signo de la idolatría; en tanto que la Tierra Prometida exige que todas las construcciones sean realizadas bajo un patrón de Tahará, pureza espiritual. Por ello, la Torá ordenó que las casas fueran inspeccionadas y, ante cualquier sospecha de impureza, el Kohén podía dictaminar su destrucción para ser luego reconstruida bajo un signo de pureza. Dado que la Divina Presencia toma residencia en la Tierra Prometida, toda edificación debe ser apta para albergar Su Presencia. Por ello, quien construye una casa debe manifestar verbalmente que lo está haciendo para la Gloria de Dios y como una consecuencia de esta acción Dios se hará presente en ese hogar.

Según Rambam, Tsaráat ocurre en un hogar porque albergó Lashón Hará, estp es, porque allí se calumnió a las personas, señal de que la mala lengua puede contagiar incluso a las paredes. Pero el Tsaráat podría desaparecer a través de la abstención de Lashón Hará. En cambio, si la persona no hiciera Teshuvá y no desistiera del mal uso de la lengua, incluso los artículos de cuero y su ropa podían contagiarse con Tsaráat. Efectivamente, eso es lo que pasó con Miryam, quien se atrevió a calumniar a su hermano Moshé.

La aflicción de Tsaráat es una advertencia Divina que se presenta primero en las casas, pero si la persona no cambia su conducta, Tsaráat va avanzando hacia sus enseres y ropa y, finalmente, ataca su cuerpo.

El Midrash sostiene que Tsaráat es el resultado de varias transgresiones: “Maldecir a Dios”, relaciones sexuales ilícitas, derrame de sangre humana, arrogancia, la penetración de un recinto ajeno, el robo, el juramento falso, la profanación del Nombre de Dios y la idolatría.

Está claro que la Torá señala que existe una relación directa entre la salud física y la salud espiritual. Por ello, frente a una enfermedad, la persona debe cuestionar su comportamiento ético y moral, ya que la dolencia es muchas veces una manifestación de un malestar del alma.

SÍNTESIS ENTRE HUMILDAD Y CONFIANZA

Parashá SHEMINÍ

El Mishkán debía servir como “la casa de Dios”, el lugar sagrado desde el cual Moshé tendría una comunicación directa con el Creador, aunque, tal como lo advierte la Torá, Dios reside Betojam, en el seno del pueblo hebreo. Al mismo tiempo, el Mishkán era el sitio para las ofrendas y estos capítulos relatan la ceremonia que se realizó en el octavo día, después de que Aharón y sus hijos fuesen apartados por un período de siete días de purificación antes de emprender el servicio de los sacrificios. En efecto, el primer Korbán fue un becerro, un sacrificio Jatat de expiación, y este becerro tenía como propósito solicitar el perdón por el pecado del “becerro de oro”, ídolo que confeccionaron cuando Moshé tardó en descender el monte Sinaí.

No obstante que Aharón participó en la elaboración del “becerro de oro”, la Torá testimonia que su arrepentimiento por ese pecado permitió que dirigiera junto con sus hijos el servicio de las ofrendas en el momento de la inauguración.

El Talmud especula que Aharón nunca habría cometido este error de no haber sido porque Jur, hijo de su hermana Miryam, fue ultimado por las hordas cuando trató de impedir la elaboración del ídolo. Aharón pensó que correría la misma suerte que Jur y temía por la reacción Divina contra el pueblo frente a ese hecho. No temía por su vida, porque estaba dispuesto a ofrendarla, su recelo se centró en las consecuencias que el magnicidio podría acarrearle al pueblo.

Aharón posiblemente pensó que si Moshé no retornaba, el pueblo sería castigado por la idolatría, pero si en su furia lo hubieran asesinado, el castigo sería mayor. Porque el Creador puede perdonar una falta contra Él, pero es implacable frente al asesinato de un ser humano.

Sin embargo, el comportamiento de Aharón no fue el adecuado, especialmente cuando es contrastado con la acción decisiva de Moshé, quien al descender del monte Sinaí y observar el fervor de la danza idólatra, convocó: Mi LaShem elai, “quien esté con Dios, que venga a mi lado”. La tribu de Leví respondió al llamado. Moshé percibió que quedaba un grupo fiel a las enseñanzas de los patriarcas, para quienes la revelación en el Sinaí había sido una experiencia inolvidable, significativa y duradera. En cambio, Aharón se apoyo sólo en su persona y sintió que no podía enfrentar a una muchedumbre que clamaba por un nuevo líder debido a la ausencia de Moshé.

En efecto, Moshé tuvo que repetir la orden Divina para que Aharón se acercara al Mizbéaj, el altar sobre el cual se realizaría la ofrenda. Aharón no estaba seguro de haber obtenido el perdón de Dios después del episodio del “becerro de oro”. Sentía un enorme amor y empatía por el pueblo, pero también se sentía inseguro sobre si merecía ser el representante del pueblo en el momento de la ofrenda. La Torá señala que el ser humano más humilde era Moshé, pero ello no quiere decir que no pudiera enfrentar una situación de emergencia, que no reaccionaría con energía frente a la injusticia.

A diferencia del padre, los hijos de Ahorna, Nadav y Avihú, padecían de una dosis excesiva de orgullo y según el Talmud su error fue anticipar la muerte de Moshé y Aharón para heredar el mando. Se sentían demasiado seguros de sí mismos. Mientras que Aharón utilizó las vestimentas que fueron adquiridas por el donativo, la participación de todo el pueblo, Nadav y Avihú trajeron sus utensilios personales al Mishkán, como si fuera un servicio individual y no representativo del colectivo.

Tal vez la Torá desea destacar que tanto la inseguridad de Aharón como la excesiva confianza de sus hijos en sí mismos no los hacía aptos para el liderazgo. El líder religioso debe representar una síntesis de estos sentimientos: humildad frente al prójimo a quien debe servir y, al mismo tiempo, confianza en la certeza y justicia de su cometido espiritual.

Falleció EDNA AIZENBERG z”l

Mujer sería, reflexiva y muy comprometida con la causa Judía

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Arribamos a Caracas con la misma nave, figurativamente hablando, en 1967. Mientras vine a Venezuela para ejercer el cargo rabínico de la Unión Israelita de Caracas, la pareja Aizenberg venía invitada por la Bnai Brith de Venezuela.

Al poco tiempo, el rabino Isidoro Aizenberg dejó sentir su presencia con programas para la juventud, con la creación de una sinagoga conservadora en la Sede de la Bnai Brith que atrajo muchísimos feligreses para sus servicios religiosos los viernes de noche. Incluso la primera Bat Mitzvá colectiva se llevo a cabo bajo su dirección con los auspicios de WIZO de Venezuela bajo la presidencia de la difunta Sara Wiesenfeld zl, cuyo esposo el doctor Leon Wiesenfeld ejercía la presidencia de
la Unión Israelita en aquellos días.

La pareja Aizenberg había cumplido reciéntemente 55 años de casados y Edna había sido una auténtica “ézer kenegdó” un apoyo significativo para todas las iniciativas de su esposo y lo acompañó en una igualmente fructífera labor en una sinagoga en Queens, en la ciudad de New York, donde el rabino Isidoro ejerció durante unas décadas.

Pero Edna zl, tenía vuelo propio. Intelectual de primer orden se interesó por la obra de Jacobo Borges que analizó y evaluó. Con su doctorado de la Universidad de Columbia fue nombrada profesora de Hispanic Studies en Marymount Manhattan College de la ciudad de New York.

Fue la autora de una serie de libros que incluyó investigaciones sobre la Shoá, siendo su más reciente obra un análisis de los escritos y actuaciones de intelectuales Latino Americanos durante esa trágica época para el pueblo judío y la humanidad.

Desvirtuó la noción que ese continente simpatizaba con los nazis exclusivamente. Mostró que habían voces disonantes que se escucharon también, no obstante la política oficial de algunos países de la época que determinó que sirvieran de
refugio para criminales nazis.

Tal vez su obra más notable fue “El tejedor del Aleph” donde analizó la influencia de la Biblia y el judaísmo sobre el
pensamiento de Jorge Luis Borges.

Edna era una mujer seria y reflexiva para quien el estudio y el aporte intelectual eran el norte de su vida. Fue querida esposa y madre de dos varones, y tuvo el privilegio de participar, apenas unas días atrás en la Bar Mitzvá de Tal, su nieto menor.

Nafshá tserurá bitsror hajayim

Paz a sus restos

 

La Ausencia de Moshé en la Hagada

Comentario Semanal del Rabino Pynchas Brener

La figura humana que domina la Torá es, sin duda, la de Moshé. Miguel Ángel lo eternizó en mármol y, al contemplar la obra terminada, supuestamente exclamó: “¿Por qué no hablas?”. Moshé, el gran legislador y líder máximo del pueblo, combinó el vigor mental con la sensibilidad emotiva, castigó verbalmente a los hebreos por sus periódicas desviaciones, pero imploró que Dios no los castigara. Incluso estuvo dispuesto a someterse a ser borrado de los anales de la historia si fuese necesario para obtener el perdón divino para el pueblo.

Atendiendo el llamado de Dios en el episodio del Sné, la zarza ardiente, volvió a Egipto, donde era buscado como un criminal. Arriesgó su vida para cumplir con el mandato de Dios: liberar al pueblo hebreo de la esclavitud egipcia. Asistido por su hermano mayor, Aharón, se presentó en el palacio del Faraón en varias ocasiones para solicitar la libertad de culto para su pueblo y, valiéndose de los poderes que Dios había concedido, lanzó diez plagas sobre los egipcios, las cuales finalmente convencieron al Faraón de que se realizara el éxodo.

La Torá insiste en que el relato de estos sucesos debe ser repetido a las nuevas generaciones: vehigadetá levinejá, y “le transmitirás a tus descendientes los detalles de los eventos que condujeron a la liberación de los esclavos, tus antepasados”, así reza la Hagadá, el relato formal que data del segundo Beit HaMikdash.

Rabí Yosí el Galileo dice: “¿Cómo sabemos que los egipcios fueron castigados con diez plagas en Egipto? … Cuando estaban en el mar, se dice: “Y cuando Israel vio el maravilloso poder que el Señor desató sobre los egipcios, la gente temió del Señor, tuvieron fe en el Señor y en su siervo Moshé”.

Este versículo de la Torá es la única mención de Moshé en la Hagadá y, más aún, existen versiones del texto que omiten este versículo.

Está claro que, en el transcurso de este relato que se repite la noche del Séder, Moshé podía haber aparecido en diversas oportunidades. Se recitan las diez plagas, una por una, y se derrama una gota de vino que simboliza posiblemente una lágrima por el daño que cada una de ellas causó. Esta recitación debía haber incluido el nombre de Moshé, quien dio comienzo a las plagas cuando se presentó de madrugada ante el Faraón y convirtió las aguas del Nilo en sangre, impidiendo que el monarca se bañara en ellas.

¿Por qué está ausente el nombre de Moshé del relato de la Hagadá? No puede ser coincidencia, porque Moshé es ubicuo en el texto sagrado. Si se intentara expurgar su nombre del Pentateuco, éste quedaría totalmente acéfalo y mutilado.

El autor de la Hagadá hace hincapié en el hecho de que Dios no utilizó ni un ángel ni un emisario para extraer al pueblo: sólo Él mismo en toda su gloria y majestad se ocupó de sacarlos de Egipto. Tal vez la intención fue señalar que la libertad es una condición esencial del ser humano y Dios optó por no delegar su logro para destacar su condición de valor fundamental. Porque la centella divina que reside en cada ser humano es una referencia a la libertad. Al crear al hombre a su imagen y semejanza, Dios lo había hecho libre, porque el atributo cardinal de Dios es ser absolutamente libre, sin condicionamientos.

Durante el episodio del Éguel Hazahav, el Becerro de Oro, el pueblo intentó deificar a Moshé. Porque el Éguel era, en realidad, un sustituto de Moshé, quien había desaparecido temporalmente. Danzaron frenéticamente alrededor de åla estatua de oro y exclamaron: “Esta es la Divinidad, Israel, que te extrajo de Egipto”.

Es posible especular que el autor de la Hagadá trataba de evitar la confusión entre Dios y hombre. Moshé fue el más grande de los hombres porque habló con Dios “cara a cara”; sin embargo, siguió siendo un hombre. Un hombre grande y excepcional, dotado de talentos nunca igualados, pero siempre un hombre. Tal vez quien compuso la Hagadá quiso evitar el desconcierto y la ambigüedad que invaden al cristianismo cuando propone la encarnación de Dios.