ÉXODO Y TRAVESÍA

Parashá NASÓ

Nuestros sabios postularon la existencia de diferentes niveles de comprensión de un texto, más aún cuando se trata de un texto sagrado. Por un lado está el mensaje claro y aparente del escrito, pero también se puede leer entre líneas y deducir intenciones adicionales. Un elemento fundamental de toda exégesis es la tradición oral, que arroja luces tradicionales y nuevas sobre el texto bíblico. A través de los tiempos se han añadido nuevas interpretaciones, algunas de ellas incentivadas por razones sociales y políticas de la época. Más aún, cada individuo tiene la potestad de interpretar y explicar el texto sagrado de acuerdo con su razonamiento y experiencia,  desde luego, sin violar los principios fundamentales del judaísmo.

Los capítulos de esta semana contienen una descripción de la travesía de nuestros antepasados por el desierto. Está claro que la movilización de un par de millones de personas exigía una logística precisa. Tres campos concéntricos fueron utilizados cuando acampaban. El círculo exterior estaba ocupado por las diferentes tribus y el círculo medio por la tribu de Leví con sus tres divisiones internas y los Kohanim.

En el centro estaba el Mishkán, que servía de residencia de la Shejiná, la Presencia de Dios. La santidad del Mishkán irradiaba por todo el campamento.

La tumá, impureza ritual, era incompatible con la santidad del campamento que se nutría de la Shejiná. Por lo tanto, se excluía de su medio a los que se habían contagiado con alguna impureza. Se consideraron varias formas de impureza, siendo la más severa la del tsarúa, la persona que mostraba una erupción sobre la piel. Los jajamim interpretaron que tsaráat era una manifestación externa de un mal espiritual: lashón hará, la lengua malévola. Esta observación es acorde con la opinión que afirma que hay elementos espirituales que causan las enfermedades físicas.

Tal como muchos sostienen, existe una relación entre el ánimo, la salud emocional y la salud física. Este tsarúa no podía permanecer en el perímetro del campamento, tenía que permanecer fuera de él cuando se acampaba. Su condición contagiaba no sólo a través del contacto personal directo, sino que se transmitía por permanencia en la misma habitación.

El zav, la persona que presentaba emisiones de líquido –la menstruación o la emisión de semen, por ejemplo– podía permanecer en el campamento externo porque su contagio era menos intenso: se transmitía sólo a través del contacto directo o cuando se ocupaba un asiento que había sido utilizado por el zav.

La persona que había estado en contacto con un difunto también adquiría la condición de tumá, pero en este caso sólo estaba excluida del área del Mishkán. La Torá testimonia que nuestros antepasados se adhirieron estrictamente a esta reglamentación.

Durante la existencia del Beit HaMikdash, se cumplían estas mismas restricciones. Dado que el Beit HaMikdash ocupaba el lugar central del culto durante siglos, la “pureza espiritual” se convirtió en un elemento fundamental, porque la tumá impedía la participación en su entorno.

Empezamos nuestra breve exposición señalando que hay muchas maneras de interpretar el texto bíblico; sin embargo, se debe tener cuidado de no introducir elementos que no están presentes. En este caso, estamos frente a gezerat hakatuv, una regla, sin explicación, impuesta por el texto.

Sin embargo, podríamos reflexionar si acaso nos está enseñando la Torá una ley básica de la medicina.

Tal vez, la Torá nos está instruyendo que la santidad y la tumá son incompatibles. Cuando tomamos en cuenta que el pueblo judío fue seleccionado por Dios como Mamléjet Kohanim vegoi Kadosh, “un Reino de Sacerdotes y un Pueblo Sagrado”, nos instruye a ser muy celosos de cualquier comportamiento inmoral que pueda colidir con nuestro cometido fundamental.

Según la Torá, una sola persona que esté en un estado de impureza ritual puede contaminar todo el campamento.

Aparentemente, el mal se propaga con rapidez y no puede ningún acomodo con la perversidad. Según el texto de Tehilim, “Ohavei HaShem sinú ra”, quienes aman a Dios deben odiar el mal.

LOS LIBROS DE LA TORÁ

Parashá BEMIDBAR

La historia judía es el relato del encuentro del pueblo hebreo con Dios y la relación mutua entre las partes conocida como el berit, el pacto que Dios entabló inicialmente con los patriarcas y luego con el pueblo en su totalidad en el monte Sinaí. Bereshit, el primer libro de la Torá, describe la naturaleza del berit que Dios selló con los patriarcas, cuyas vidas describen cómo se constituyó la familia en el eje fundamental tanto del pueblo judío como de su credo.

El segundo libro, Shemot, destaca la relación de Dios, esta vez no con extraordinarias individualidades tales como los patriarcas, sino con el pueblo en su totalidad. Se nota la transformación de una fe de familia o tribal en la evolución hacia una comunidad que se relaciona con Dios. Esta relación con Dios afirma que el pueblo hebreo tiene que ser Am kadosh: un pueblo consagrado al servicio de Dios, a hacer conocer al Creador entre las naciones y el comportamiento moral que ello exige para que la historia de la Humanidad apunte a una etapa idílica, la era mesiánica, cuando la armonía y el entendimiento sean una realidad en la convivencia humana.

Al mismo tiempo, Dios se compromete a proteger al pueblo hebreo, tal como lo hizo en Egipto cuando los liberó de la esclavitud.  La relación entre pueblo y Dios se concreta en el enunciado de los Diez Mandamientos, carta fundamental del berit. Las instrucciones acerca del Mishkán sirven para profundizar la relación que tendrá también un símbolo concreto para la permanencia de Dios en el seno del pueblo, tal como reza la Torá: Veasú li Mishkán veshajantí betojam, “y me erigirán un Tabernáculo y residiré entre ustedes”.

El tercer libro, Vayikrá, describe el proceso asociado con el korbán, el sacrificio que permitirá que el pueblo manifieste su gratitud al Creador. Tal como indica la raíz de la palabra Korbán, el sacrificio es un medio para el acercamiento a Dios, para entablar un diálogo no verbal con el Creador.

Además, varios capítulos están dedicados a la enumeración de un conjunto de leyes que no están directamente enunciadas en los Diez Mandamientos, pero que tienen un gran contenido social. Tal vez el capítulo que le exige al pueblo ser kedoshim, convertirse en sacro y permanecer apartado del gentío que desconoce la responsabilidad moral y la conducta ética, caracterizan más que cualquier otro factor el parámetro distintivo del pueblo judío.

El berit también incluyó la promesa de conducir al pueblo a la Tierra Prometida y es allí donde concluye el relato de la Torá. Moshé conduce al pueblo hasta la frontera de Israel y entrega el mando a Yehoshúa, que capitaneará la conquista de esta tierra. Pero este relato pertenece a la segunda parte del Tanaj: los Neviim, y en particular a los libros Yehoshúa, Shoftim y Shemuel I y II.

La historia judía es el relato del incumplimiento del berit por ambas partes, porque todo berit es una relación recíproca. Pasarán muchos siglos después de la conquista de la Tierra Prometida para que el pueblo se despoje de la idolatría y se acoja a las admoniciones de los profetas que los señalaban de ser desleales, tal como una mujer que traiciona a su marido. La ingratitud a Dios simbolizada por la presencia de la idolatría nunca se hizo presente en el segundo Beit HaMikdash, pero esta vez la envidia y la enemistad sin causa condujeron a su destrucción y al exilio que tiene ahora la opción de concluir gracias al establecimiento de Medinat Israel.

Bemidbar describe las peripecias de la travesía por el desierto, la rebelión de Kóraj, el episodio de los Meraglim, los espías que produjeron un informe negativo sobre la imposibilidad de conquistar la tierra que Dios les había prometido.

Nuestros capítulos empiezan con el censo del pueblo, dividido en tribus que se mantendrán con cierta independencia hasta los días del profeta Shemuel, que los transforma en un pueblo con un proyecto y un programa nacional.

¿A QUIÉN LE PERTENECE LA TIERRA?

Parashá BEHAR - BEJUKOTAI

El tema que destaca en estos capítulos bíblicos es la obligación de propiciar el descanso (Shabat) de la tierra cada siete años. Haciéndose eco, tal vez, de los seis días de la Creación, la Torá ordena que la tierra también tenga derecho a un descanso periódico, según el cual el día es sustituido por el año, dado que la siembra y la consecuente cosecha son procesos que exigen meses y no días.

Consciente del beneficio para la agricultura, Maimónides argumenta en su Guía para los Perplejos que el propósito de la Torá al exigir que la tierra “descanse” cada siete años es resguardar su productividad para que la cosecha sea más abundante. Es conocido que la tierra sufre de un marcado agotamiento cuando no se permite su “descanso”.

No obstante muchos otros comentaristas argumentan que, a partir de la premisa de que la Torá no es un manual de agricultura, no se puede inscribir esta ordenanza que prohíbe la siembra en el séptimo año dentro de un marco de leyes cuyo objetivo sea la protección de la “salud” de la tierra. El objetivo de la mitsvá tiene que ser el bienestar del ser humano, su finalidad debe ser la elevación espiritual del individuo para encauzarlo por un sendero de rectitud. El beneficio agrícola es un corolario, el sujeto del teorema es el hombre, su relación con el prójimo, su dependencia del Creador.

Según el Midrash, la desobediencia de este instructivo, Shemitá, produce el exilio. La tierra “vomita” a quienes la explotan y expulsa a los que no la dejan descansar. La consecuencia del exilio es que se ausenten quienes aren la tierra para depositar las semillas que a su vez obliguen a la tierra a “trabajar”. El exilio permite que la tierra “descanse”.

El año de Shemitá también puede interpretarse como una devolución simbólica de la tierra que es pertenencia de Dios, el Creador del universo. La noción de posesión de la tierra es problemática porque, generalmente, la adquisición de un objeto se realiza a través de una mejora que se practica sobre una materia prima. La persona se adueña del fruto del árbol al arrancarlo de la rama, o tal vez por haberlo sembrado y cuidado.

¿Por qué se recita una bendición especial sobre el pan, Hamotsí léjem min haárets, a diferencia de otros alimentos que comparten la bendición con alimentos afines, tales como las frutas y los dulces, en cuyo caso existe una bendición genérica? El caso del pan es diferente, porque para su consumo se debe pasar por varias etapas previas. La siembra del trigo es sucedida por la separación del grano de la concha, que luego es triturada por el molino para producir la harina que será amasada, y recién después de ser horneada, puede ser ingerida en forma de pan.

¿Acaso es posible adquirir una hectárea sin haberla trabajado? En realidad, la tierra es del Señor. Nos posesionamos de ella cuando aramos, sembramos, cuidamos y cosechamos.

Pero en realidad, el único dueño de la tierra es Dios. La Shemitá nos obliga a recordar, periódicamente, que podemos gozar del usufructo que es el fruto de nuestra labor, pero quien dota la tierra con una energía interior, la cual permite que crezcan los árboles y los arbustos, las verduras y los granos que nos sustentan, es el verdadero amo y señor de la tierra: el Creador.

BEJUKOTAI

UN FARO DE LUZ PARA LAS NACIONES 

Los exégetas bíblicos asumen que la Torá es ante todo un texto moralista, que traza cuál es la línea de conducta que el ser humano debe asumir como hijo del Creador, a quien debe reconocer como el Adón Olam, el Señor del Universo, o tal como algunos traducen este concepto: el Señor Eterno.

Pero, al mismo tiempo, este código de conducta conduce invariablemente a la convivencia social y produce felicidad espiritual para el individuo.

Dado que el hombre fue lo último que Dios hizo en los seis días de Bereshit, los jajamim asumen que todo lo creado fue hecho en función de la Humanidad y sus necesidades.

El sol y la luna fueron creados obviamente para alumbrar el ambiente, y para que el ser humano pudiera calcular los días y años y supiera la fecha de las celebraciones.

Este concepto es reforzado por nuestros capítulos, que exhortan a la persona a comportarse de acuerdo con los dictámenes y promete que el cumplimiento de los imperativos

divinos inducirá a la tierra para que haga brotar su fruto, y que los cielos serán generosos con el agua de las lluvias. En cambio, si la persona no cumple las mitsvot, Dios le enviará

un severo castigo por medio de la naturaleza: además de una naturaleza rebelde que no responderá porque no dará fruto, el enemigo humano que siempre acechará, lo perseguirá y

doblegará.

La lectura de estas admoniciones, conocidas como Tojajá y repetidas con ciertas variantes en el Deuteronomio, intimida al lector o a quien escucha estas advertencias durante la lectura de la Torá en la sinagoga. Muchos acostumbran leer los versículos con menos decibeles y, en algunas co munidades, el lector de la Torá o el gabai es llamado para la lectura de estos versículos. Incluso está la tradición de no llamar a nadie durante esta lectura, debido al temor de que sea el objetivo personal de las admoniciones y sufra sus consecuencias.

En el transcurso de la Tojajá, súbitamente aparece un versículo alentador que afirma vezajartí: Dios recuerda el Berit, el pacto que entabló con Yaacov, Yitsjak y Avraham, e incluso recordará la tierra, una referencia a la Tierra Prometida. Como una señal de alivio y esperanza, quien lee la Torá levanta la voz, sube los decibeles al recitar esta promesa divina.

No obstante las numerosas transgresiones, Dios también toma en cuenta el mérito ancestral y, por ello, se supone que será compasivo y reducirá la severidad del merecido castigo.

La inclusión del “recuerdo” divino acerca de las bondades de los patriarcas apunta al hecho de que dentro de toda tragedia también se puede encontrar la semilla de la salvación.

Una enseñanza rabínica afirma que el día de la quema del Beit HaMikdash nació el Mashíaj. No hay acontecimiento demoledor que no contenga simultáneamente el germen de la salvación. El intento de vezajartí era eliminar la desesperación, incluso en los momentos de mayor oscuridad, y sirvió como “luz de esperanza” para un pequeño sector de quienes pasaron por la “noche” del Holocausto, según la dramática expresión de Elie Wiesel. De alguna manera, Dios no los abandonaría debido al mérito de sus antepasados.

Una interpretación alterna de vezajartí alega que el versículo forma parte de la Tojajá, constituyendo una admonición adicional. Tal vez se puede excusar o entender el comportamiento inmoral de quien nunca aprendió a regir su comportamiento, pero ¿cómo se pueden disculpar los errores y aberraciones espirituales de los descendientes de los Patriarcas, cuya conducta personal fue ejemplar?

El entorno no judío siempre ha exigido una conducta intachable para el judío, dispuesto a tolerar las debilidades de otros. En el caso judío juzga con el mayor grado de severidad todas las acciones. En el caso del Estado de Israel se exige un comportamiento moral óptimo, que no tolera el castigo de quienes atacan físicamente al Estado y desean destruirlo.

Tal vez la Tojajá alude al comportamiento ejemplar que el pueblo “elegido” tiene que asumir, porque una de sus tareas es or lagoyim, constituirse en un faro de luz para las naciones.

SENSIBILIDAD SOCIAL DEL KOHÉN

Parashá Emor

El tema inicial de nuestros capítulos es el Kohén, sus características y obligaciones, privilegios y tareas. Los Kohanim, miembros de la tribu de Leví, son los descendientes de Aharón –hermano de Moshé Rabenu– quienes fueron seleccionados como los líderes espirituales del pueblo hebreo. Sus tareas incluían el servicio diario de los Korbanot y la transmisión de las leyes e instructivos Divinos. Mientras que Moshé se mostraba un tanto alejado del pueblo, su hermano Aharón logró establecer un diálogo directo con las multitudes.

Por ejemplo, cuando Moshé tardó en descender del monte Sinai, los hebreos se dirigieron a Aharón, quien en un momento de aparente debilidad accedió a la fundición del oro en un “becerro” que se convirtió en el elemento de devoción para el pueblo. Sincronizado con las necesidades emocionales del pueblo, evitó males mayores al ceder momentáneamente a sus demandas para ganar tiempo y permitir que Moshé retornase.

Mientras que la actividad intelectual y espiritual era primordial, la sensibilidad del Kohén hacia las necesidades emocionales del pueblo, como testimonia el caso citado, sirvió para crear un lazo existencial entre el Kohén y cada miembro de la naciente nación hebrea.

En este sentido, citamos un episodio mencionado por el rabino Jacob J. Shacter de Yeshiva University. En los años 30 del siglo pasado, dos grandes figuras rabínicas coincidieron en un lugar de veraneo: Rabí Chaim Ozer Grodzensky yRabí Meir Yechiel HaLevi Holzstock, el Rebe de Ostrowiec.

Después de las correspondientes formalidades, Rabí Chaim Ozer le pidió al Rebe de Ostrowiec que articulara alguna explicación novedosa de los capítulos de nuestro texto bíblico.

Finalmente, el Rebe accedió porque Rabí Chaim Ozer se refirió a él como Gavra Raba, un gran hombre. El Rebe quería utilizar la oportunidad para señalar que Gavra Rabano era realmente la persona que tenía mayores conocimientos, sino que el calificativo se refería a una cualidad diferente de la persona.

El Talmud enseña que, si bien la Torá afirma que el incumplimiento de ciertas normas acarrea el castigo de 40 azotes, los jajamim, de acuerdo con la Torá shebealpé, modificaron esta cantidad y establecieron que 39 era el número requerido de latigazos. Este texto del Talmud continúa con la afirmación de que las personas que se ponen de pie delante de la Torá y no lo hacen en la presencia de un Gavra Raba, el individuo que es estudioso de la Torá, cometen una simpleza, una necedad. Esta norma se encuentra hacia el final de Devarim, el último libro de la Torá.

Cuestiona el Rebe de Ostrowiec: ¿por qué tuvo que esperar el Talmud hasta los últimos capítulos de la Torá, cuando un caso paralelo aparece en nuestro texto? La Torá ordena en nuestros capítulos que se debe contar 50 días desde el día después del Shabat (segundo día de Pésaj) para festejar Shavuot. Y en este caso, el Talmud también modifica la cifra de 50 para señalar que se deben contar 49 días solamente.

De nuevo observamos el poder intelectual de los jajamim, quienes podían interpretar el texto escrito de laTorá de tal manera que se modificara la celebración de Shavuot, situándola en una fecha diferente. Por lo tanto, seguramente hay que ponerse de pie en presencia de un Gavra Raba, la persona erudita en el contenido de la Torá.

Concluye el Rebe señalando que el Talmud tuvo que esperar hasta el episodio de los 39 azotes en la Parashá Ki Tetsé porque, en ese caso, los jajamim mostraron compasión por el sufrimiento, incluso el del pecador cuando rebajaronun latigazo de su castigo. O sea que Gavra Raba, no es necesariamente un apelativo que se refiere al cúmulo de conocimientos o a quien realiza proezas intelectuales insólitas. Gavra Raba es el individuo que muestra sensibilidad y solidaridad con quien está humillado, quien se apiada de la persona, incluso con aquella que tomó un rumbo equivocado en la vida.

La descendencia de Aharón continúa, sin interrupción, hasta el presente. No obstante, la inexistencia del Beit HaMikdash y la ausencia de los Korbanot, la labor del Kohén sigue vigente porque simboliza la urgencia de limar las asperezas entre posiciones conflictivas, la búsqueda del entendimiento y la paz en el seno del pueblo hebreo. Sobre todo, la solidaridad con los más necesitados y muchas veces abandonados por la sociedad.

SANTIDAD MANIFESTADA EN LA CONDUCTA SEXUAL

Uno de los temas básicos de estos capítulos es la expiación por los pecados que ofrece Yom Kipur. Así reza el texto: “Porque en este día (Yom HaKipurim) se les perdonará para purificarlos de todos sus pecados, delante del Señor quedarán purificados”. Nuestros capítulos se refieren inicialmente a la muerte de Nadav y Avihú, hijos de Aharón, que perecieron en el acto de la ofrenda al Señor. Los exégetas ofrecen diversas opiniones acerca de la naturaleza del pecado de estos insignes líderes espirituales que condujo a su muerte prematura.

Fue un caso de serefat neshamá veguf kayam, “la extinción del espíritu y la permanencia del cuerpo”.

La utilización del concepto esh zará, “fuego extraño”, como causante del castigo, exige explicación. Tal vez debían haber esperado que la llama descendiera del cielo en el momento del sacrificio. El hecho de que la Torá advirtiese, después del relato de este trágico episodio, que el Kohén no debe acercarse para hacer una ofrenda mientras está en estado de ebriedad, sugiere que tal vez en eso consistió el pecado de Nadav y Avihú, quienes se intoxicaron para alcanzar un estado de éxtasis antes de la ofrenda. Según otra versión, ofrecieron opiniones legales en la presencia de sus mayores: Moshé y Aharón.

Es posible que la Torá deseara destacar que el líder tiene que responder a una disciplina más severa, porque su conducta sirve de ejemplo para el colectivo. Yom Kipur, a través de su cualidad de “santidad”, se convierte en un vehículo para la obtención del perdón. En el caso del pueblo, en general, nuestro texto hace una advertencia acerca de las relaciones sexuales incestuosas prohibidas, como otra conducta relacionada con el concepto de santidad. Es interesante destacar la relación entre dos palabras provenientes de la misma raíz: Kadosh y Kedeshá, la primera se refiere a la santidad y la segunda denota a la prostituta utilizada en el culto idólatra. De acuerdo con la tradición judía, la santidad y la desviación sexual son cualidades opuestas, no pueden convivir.

Tal vez por ello, el tema de la lectura de la Torá de la tarde de Yom Kipur se refiere a las relaciones sexuales ilícitas. Por otro lado, el judaísmo considera al matrimonio como el estado ideal para el hombre y la mujer, en cumplimiento de la primera mitsvá que recibió Adam: “Perú urevú umil’ú et haárets”, multiplicar la especie humana para cubrir todos los rincones de la tierra.

A tal fin se realizaban encuentros entre los jóvenes en edad de casarse al concluir el día sagrado. Es posible que ésta sea una razón adicional para la escogencia de la lectura de la tarde, que servía para alertar cuáles parejas eran aceptables, y así descartar las relaciones incestuosas.

Dado que la Torá no menciona el estado matrimonial de Nadav y Avihú, hay quienes sugieren que su pecado consistió en negarse a contraer matrimonio. Consideraron que no había doncella merecedora de sus atenciones. Tal vez pensaron que su misión sacerdotal era incompatible con las relaciones matrimoniales cotidianas. Pero al relacionar Kedushá con el comportamiento sexual, la Torá destaca que la santidad no debe referirse exclusivamente a la relación del hombre con Dios. A diferencia de otras confesiones, el judaísmo exige que el Kohén también forme su propio hogar, porque la Kedushá no debe permanecer aparte, en un nivel celestial.

Al contrario, se debe propiciar el intercambio, que la Kedushá penetre en la vida cotidiana de la persona. De manera similar, la Teshuvá, el arrepentimiento y la expiación por los pecados, no debe centrarse tan sólo en el día de Yom Kipur. El espíritu de la fecha sagrada debe sobrepasar el límite de ese día para influenciar el comportamiento del individuo durante el resto del año.

KEDOSHIM  /  LA OTRA CARA DE LA SANTIDAD

El mensaje del éxodo de Egipto es clarísimo: ningún pueblo puede esclavizar a otro pueblo, la libertad es un derecho inalienable, así lo afirma la Constitución estadounidense y lo reafirma la nueva Constitución venezolana. Debido a que éste es un mensaje fundamental, la Torá insiste en condenar la inmoralidad de la conducta egipcia, su culto a la muerte e insensibilidad ante el sufrimiento humano. La salida de Egipto era necesaria para mantener en alto el sentimiento de dignidad de los hebreos, pero simultáneamente tenían que alejarse de ese entorno para no contagiarse de sus aberraciones morales. Por ello, Dios envió a Moshé a que los salvara de la servidumbre egipcia.

La meta del éxodo era igualmente clara: arribar a la Tierra Prometida, a Canaán. ¡Cuán dolorosa había sido para Moshé la decisión divina de impedirle el acceso a esa tierra! Mientras que Moshé había sido el fiel emisario para enfrentar al faraón y conseguir su consentimiento para el éxodo, la entrada a la Tierra Prometida exigía un liderazgo diferente: joven y audaz, liderazgo que asumió Yehoshúa.

Aunque Moshé no dirigiría la entrada a Canaán, sus últimos discursos consistían en advertencias para el pueblo, a fin de que no adoptara las costumbres idólatras de los cananeos.

Si por un lado Dios los sacó de Egipto debido a la inmoralidad que permeaba su ambiente, ¿por qué los condujo a Canaán, una tierra sumida en la idolatría y todo tipo de desviaciones e inmoralidades? ¿Se estaba cambiando acaso malo por peor? La respuesta estaba en el monte Sinaí, lugar dónde recibieron un instructivo que sería un antídoto, una vacuna contra el contagio de la inmoralidad: los Diez Mandamientos.

Entre el éxodo de Egipto y la entrada en la Tierra Prometida, tuvieron la experiencia de la Revelación Divina en el Sinaí. Se abría ahora un nuevo espacio: Kedushá, la santidad.

Se instituyó un sistema de sacrificios que servirían para echar puentes, para acercar al hombre a Dios. La edificación  del Mishkán, como símbolo de la Presencia de Dios en la comunidad, sería un recordatorio del Berit, el pacto entre el hombre y Dios. Atá bejartanu, Dios había escogido al pueblo hebreo para que fuera su mensajero, el portavoz que tenía la responsabilidad de invitar a la Humanidad a que reconociera al único Dios como creador del universo y diseminar la idea de kedushá por los confines de la tierra.

Esta kedushá tenía dos aspectos. El primero consistía en el korbán y el kohén, el Mishkán y las festividades. Así encontramos que el día más sagrado, Yom Kipur, incluye al Kohén

Gadol y al korbán: el sacrificio. La santidad de ese día, aunada a los elementos mencionados, “abre la puerta” de entrada al Kódesh HaKodashim, el lugar más sagrado del Mishkán.

El segundo aspecto de kedushá se manifiesta en nuestro texto mediante una serie de ordenanzas de carácter social que se refieren a la relación entre el hombre y su prójimo, y su conducta sexual. Por ejemplo, dejar intacta una esquina del campo para que el pobre pueda alimentarse, no mentir, ser imparcial en el juicio, no vengarse, ayudar al forastero, son instructivos cuyo cumplimiento produce la kedushá personal.

Existe el aspecto ritual de la kedushá que gira alrededor del Mishkán y las festividades, pero también existe la kedushá individual, que es el resultado de un comportamiento de acuerdo con valores morales y espirituales.

Mientras que en el Mishkán, y luego en el Beit HaMikdash, con los korbanot que allí se ofrendaban, el feligrés era básicamente un espectador y adquiría kedushá por medio de su presencia y participación pasiva en el ritual; en el segundo caso, para adquirir kedushá, tenía que ser el actor principal, totalmente participativo.

Al considerar que Moshé fue el “emisario” de Dios para

el éxodo de Egipto y por ello no está mencionado en la Hagadá que recitamos la noche del Séder de Pésaj, con la excepción de una cita bíblica, el pueblo hebreo tuvo un papel pasivo, como si hubiera sido forzado a salir de la esclavitud.

Así interpretan algunos exégetas las primeras palabras del texto bíblico: Beshalaj Paró et haam, “Cuando el faraón expulsó al pueblo”, como si los hebreos hubieran tenido que ser empujados para salir, hecho que se puede deducir de su expreso deseo de volver a Egipto ante cualquier adversidad en el desierto. Por otro lado se observa que la entrada en la Tierra Prometida se realizó por la conquista. Esta vez Dios inspiró, pero fueron nuestros antepasados quienes tuvieron que batallar y luchar para poder poblar la tierra de Canaán.

Aunque Canaán presentaba inmoralidades tales como las que se practicaban en Egipto con algunas modalidades adicionales de idolatría, ya los hebreos habían cambiado.

Dios había enseñado al pueblo hebreo el camino de la kedushá; ahora sabían que la santidad era también una función de sus acciones. El ambiente de Canaán sería muy peligroso y demoraría siglos hasta que se pudiera extirpar el paganismo, tal como lo testimonia el libro de Melajim que relata cómo, en la época del rey Yoshiyahu, el kohén Jilkiyahu encontró en ejemplar del Séfer HaBerit el texto sagrado que fue leído ante la congregación, para luego expulsar los vestigios de idolatría que se encontraron en el Beit HaMikdash. En la época del segundo Beit HaMikdash desaparece totalmente la idolatría pero surgen nuevos desafíos: ahora será sinat jinam, el odio gratuito que tendrá que ser conquistado, porque la lucha espiritual es constante. Tal como la libertad física tiene que ser reconquistada en cada generación, de manera similar la lucha interior del hombre contra la tentación también es una constante. Sólo los ángeles celestiales están libres de la incitación al pecado. Ser humano quiere decir escoger, diferenciar entre lo que es moral y lo que no lo es, entre la solidaridad y el egoísmo, entre la mezquindad y el altruismo.