EL REINO ES DE DIOS

Shoftim

Los regímenes occidentales modernos dividen los poderes gubernamentales en tres categorías: ejecutivo, legislativo y judicial. En el caso de la tradición judía, el poder legislativoestá limitado a la interpretación de la Ley de la Torá, que es estudiada constantemente para encontrar la respuesta a una situación económica o social nueva. El poder judicial está en manos de los Batei Din, las cortes rabínicas que escuchan deciden los litigios, encabezados por el Sanedrín. En tiempos bíblicos, el poder ejecutivo estaba en manos del rey, porque una de las primeras mitsvot después de la conquista de la Tierra Prometida era la elección de un rey.

Nuestros capítulos reglamentan la escogencia del rey. Primero, el rey tenía que ser un individuo perteneciente al pueblo hebreo. Por lo tanto, el rey Herodes, que no había nacido de vientre judío, tuvo que ser confirmado por los sabios que exclamaron: “Eres nuestro hermano”. Herodes, para consolidar su mando, se había casado con una princesa hebrea, Mariamne, nieta del rey Hyrcanus II. Además, dice nuestro texto, no debería tener ni muchos caballos, ni muchas esposas, ni demasiado oro y plata.

Una ordenanza específica que el rey tenía que cumplir era escribir un ejemplar de la Torá que debía acompañarlo en todo momento, seguramente como un recordatorio de que todas sus acciones ejecutivas tenían que estar en concordia con los dictámenes del texto sagrado.

El rey también era un juez ante quien se podía apelar la decisión de un Beit Din y, según Maimónides, era el gran estratega en el momento de la guerra. El primer rey, Shaúl, fue ungido por el profeta Shemuel, quien accedió a la petición del pueblo. El texto bíblico del profeta Shemuel relata que los “mayores” se acercaron al profeta con la petición de que nombrara un rey “para juzgarnos, como en todas las naciones”. La reacción de Shemuel fue negativa y advirtió que el rey impondría impuestos adicionales. Pero en última instancia aceptó la petición y Shaúl inició el reino en Israel, pero no estableció una dinastía.

David fue el rey que sucedió a Shaúl y de ese momento en adelante, la estirpe de David ocuparía el trono, salvo en algunas ocasiones. La reacción inicial del profeta Shemuel saca a la superficie la posición ambivalente del judaísmo ante la elección de un rey. Algunos argumentan que la petición de “ser como todas las naciones para conducirnos en la guerra” va en contra del espíritu del judaísmo que, en efecto, desea diferenciarse de otros pueblos. Mientras que los “mayores” sólo querían cumplir con el instructivo de la Torá, los amei haárets, los “ignorantes” de la ley, desearon que fuera quien los condujera en caso de alguna guerra.

Más aun, la elección de un rey como autoridad suprema retaba frontalmente la supremacía del Creador. No se debe olvidar que el pueblo hebreo había sido “escogido” para llevar el mensaje de Dios a la Humanidad. Por lo tanto, para ese pueblo, quien debía tener la última palabra en cualquier circunstancia era Dios. El rey del pueblo hebreo era Dios. Sólo Él es Avinu Malkenu: “nuestro Padre, nuestro Rey”, tal como lo repetimos numerosas veces en los rezos de los Yamim Noraim.

El reinado tuvo sus altibajos en la historia del pueblo judío. Algunos se destacaron por sus cualidades morales yespirituales. En cambio, muchos reyes, embriagados por el poder, abandonaron la tradición ancestral y permitieron la intromisión de “cultos extraños” en el Beit HaMikdash. Sin embargo, la figura del rey David ha quedado incrustada en el alma del pueblo, de tal manera que se canta loas al “mélej jai vekayam”, al rey David que posee vida para siempre.

No obstante, esta nostalgia por el rey y por el reino son claramente un producto del pasado doloroso del pueblo judío. Con el establecimiento de Medinat Israel, nuestro anhelo ha dado un vuelco y nuestro deseo actual es que este estado continúe con su vertiginoso desarrollo en un entorno de paz con un horizonte prometedor.