LA HORA DE LA SIEMBRA

Parashá - NITSAVIM

Sin descartar su desengaño personal por no poder conducir al pueblo hebreo en el proceso de la conquista de la Tierra Prometida, Moisés estaba preocupado por la posible influencia negativa que ejercerían los pobladores de Canaán a través de su culto idólatra. Por ello adelantó una serie de instructivos, cuyo objetivo era señalar que la tierra responde directamente al comportamiento humano. La cosecha no dependía de ningún tótem o ídolo a quien debía ofrecérsele ofrendas o sobornos. Mientras que el hombre ara y siembra, cuida y riega, en última instancia quien induce a la tierra para que brinde su fruto es únicamente Dios. En reconocimiento de este hecho instruyó que se hiciera la ofrenda de los primeros frutos para el Kohén, durante una ceremonia en la cual el agricultor tenía que reconocer que no sólo el producto de la tierra sino el desenvolvimiento de los hechos históricos responden a la voluntad de Dios. ¿Acaso Dios no los había liberado de la esclavitud egipcia? Al escuchar el gemido de su dolor, rompió las cadenas de su servidumbre.

La entrega de los primeros frutos, Bikurim, debe ser un momento de Simjá, alegría espiritual que se produce cuando se comparte con el Leví a quien no se le asignaría una porción durante el reparto de las tierras, y el extranjero, que tampoco podía poseer la tierra, ya que ésta sería dividida para siempre entre las tribus después de la conquista. La enseñanza es clara: no se puede tener Simjá auténtica mientras el vecino padece de hambre. Se alcanza el estado de Simjá solamente cuando se comparte con el menos afortunado. Aunque el pueblo hebreo recibió la Tierra de Israel por decisión divina, virishtá veyashavta ba: para heredarla, tenía que habitarla. El pueblo hebreo estaba entrando en una segunda etapa de su historia nacional. Tanto durante el éxodo de Egipto como en la revelación en el monte Sinaí, el pueblo había tenido un rol pasivo. La promesa había sido HaShem yilajem lajem veatem tajarishún: Dios librará la batalla mientras ustedes permanecen en silencio. Ahora los acontecimientos tomaban otro rumbo: el pueblo tenía que “hacer” para heredar la tierra, tenía que tomar posesión de ella y defenderla de sus posibles enemigos.

Estas apreciaciones tuvieron eco en los albores del sionismo político de principios del siglo pasado. Mientras que la corriente central del movimiento sionista se preocupó por la adquisición de tierras mediante una negociación con los emires y potentados árabes, así como los grandes terratenientes que habían abandonado las tierras y que no habían visto ningún arado pasando sobre su superficie durante siglos, el movimiento sionista revisionista liderado por Zeev Jabotinsky proponía que la tierra tenía que ser habitada y defendida. Los títulos de posesión de nada servirían, el factor determinante sería el jaluts que estuviera “viviendo” sobre los terrenos adquiridos.

La Tierra Prometida no tenía solamente una ubicación geográfica específica. Israel tenía coordenadas espirituales con características sociales de avanzada. La décima parte del producto nacional tenía que ser aportada anualmente para el sustento de la tribu de Leví y los pobres que siempre existen en la sociedad. Si sumamos el diezmo que tenía que recogerse durante las festividades de Shavuot, Sucot y Pesaj, el aporte llegaba a sumar veinte por ciento. La viuda, el huérfano y el extranjero también tenían que gozar de la abundancia de la tierra, y solamente entonces habría Simjá. Et HaShem heemarta, el pueblo hebreo había escogido a Dios, hecho que se traducía en Laléjet biderajav, transitar por Su camino, Lishmor jukav umitsvotav umishpatav, cuidar Sus ordenanzas (incluso cuando no las comprendemos), sus instructivos y dictámenes. Por otro lado, VaHaShem heemirjá: Dios te apartará para Él, para ser su pueblo escogido y convertirte en Am Kadosh LaShem, un pueblo consagrado para Dios.

Está claro que la escogencia del pueblo judío está condicionada por su comportamiento. El cumplimiento cabal de las mitsvot conduce a la escogencia de Dios. He aquí el secreto para todos los pueblos: para lograr el acercamiento a Dios y ser “escogido” por Él, se debe conducir una vida regida por el sentimiento de solidaridad con la viuda y el huérfano y todos los desplazados por la sociedad.

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One thought on “LA HORA DE LA SIEMBRA

  1. DAVID EL GRAN REY DE ISRAEL, ESCRIBIÓ AL RESPECTO EN EL SALMO 41:1.
    “BIEN AVENTURADO EL QUE PIENSA EN EL POBRE, PORQUE EN EL DIA MALO LO LIBRARÁ EL SEÑOR”

    Y SALOMÓN SU HIJO DIJO:
    “EL QUE DA AL POBRE, NO TENDRÁ POBREZA, Y EL BIEN QUE HA HECHO: SE LO VOLVERÁ A PAGAR”
    Proverbios 28:27.

    Gracias hermano Pynchas Brener, por recordárnoslo..!

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