EL LIDERAZGO NO SE EJERCE IMPUNEMENTE

Parashá TAZRÍA - Metzorá

Vayikrá, el libro Levítico del Pentateuco, considera como tema fundamental la kedushá: la consagración o el estado de santidad. Los primeros versículos de nuestros capítulos se refieren a las leyes de pureza que la mujer tiene que observar después de dar a luz, hecho que se inscribe dentro de un marco de santidad: tumá vetahará, impureza y pureza espiritual.

De manera que tanto las normas que rigen la vida familiar como las leyes que deben ser observadas en el culto del Mishkán –y siglos después en el Beit HaMikdash con las ofrendas– están bajo el rubro de kedushá.

¿Cuál es el propósito de los actos o del estado de kedushá? El objetivo no puede ser Dios, quien es un Ser completo, no se puede añadir o incrementar su esencia a través del comportamiento humano. El efecto de la kedushá tiene que ser observado en quien la practica. La kedushá produce un cambio en el hombre y no en la Deidad.

Kedushá implica contracción y limitación. Así dice Rashí en uno de los capítulos posteriores: Kedoshim, equivale a perushim; para ser Kadosh, la persona tiene que apartarse, separarse y diferenciarse. Más aún, quien lidera al pueblo y lo conduce hacia las alturas de la kedushá, a un nivel de mayor espiritualidad, se autoimpone restricciones adicionales y debe someterse a una conducta más exigente.

En un capítulo previo nos enteramos de la tragedia de dos hijos de Aharón que fueron consumidos por las llamas, debido a los carbones no autorizados que utilizaron para la ofrenda. Nadav y Avihú murieron en el acto de la consagración del Mishkán por un pecado, no bien aclarado o especificado, conducta que no hubiera exigido la pena capital si no se tratara de los hijos del Kohén Gadol en el momento de su acercamiento a Dios por intermedio del korbán, el sacrificio.

El mensaje insoslayable de este episodio apunta hacia el mayor grado de responsabilidad que acompaña al liderazgo.

Se debe tomar en cuenta que la ofrenda de Nadav y Avihú no tenía un carácter personal: estaban actuando en nombre del colectivo, y quien asume ese rol tiene que hacerlo con gran responsabilidad. El error es imperdonable.

Por ello no fue escuchado el ruego de Moshé cuando imploró que le fuera permitido conducir al pueblo hebreo a la Tierra Prometida después de la travesía por el desierto durante cuarenta años. Deseaba tan sólo cruzar el Jordán y colocar sus pies sobre la tierra sagrada que Dios había prometido a los Patriarcas. Moshé había desobedecido un instructivo Divino que tampoco está especificado con absoluta certeza en el texto bíblico. Ni Moshé ni Aharón, por haber cometido lo que en el caso de cualquier otro hubiera sido considerado como una falta menor, pudieron conducir al pueblo hebreo a la conquista triunfal de Erets Israel. “Al asher lo kidashtem el Shemí”, “porque no ‘santificasteis’ Mi Nombre”; el pecado estaba ligado con el ideal de santidad que exige un proceder lifnim mishurat hadín, una actuación más allá de la exigencia nominal de la ley. En el acto de la kedushá, el proceder tiene que atenerse al espíritu de la ley.

El líder o conductor del ritual no puede actuar tan sólo de acuerdo con la letra de la ley. Ello es insuficiente. De manera similar observamos, en algunas sociedades, que quien tiene la conducción civil es sometido a un régimen más restrictivo para impedir errores con consecuencias graves sobre el colectivo. La sociedad contemporánea exige el rendimiento de cuentas de su liderazgo y sus errores no prescriben. Por ello, muchos transgresores se aferran al poder circunstancial que ejercen, porque temen al ineludible castigo posterior. La impunidad ya no es ubicua.

METSORÁ

ENTRE LA PUREZA Y LA IMPUREZA ESPIRITUAL

Durante el período bíblico, las leyes acerca de la pureza y la impureza eran determinantes porque el acceso al Mishkán y siglos más tarde, la entrada al Beit HaMikdash, requerían el estado de la tahará: pureza ritual. Dios, en su condición de creador y constructor, insiste en la tahará porque la tumá, “impureza ritual”, está asociada con la muerte y la putrefacción, la destrucción y el desorden.

El origen de la tumá es la muerte, y cuando consideramos que la Torá es la fuente de la vida, la tumá se convierte en una condición opuesta a la Torá. Más aún, la intensidad de la tumá que puede producir un ser u objeto está relacionada directamente con la vitalidad y la importancia del elemento en cuestión. De tal manera que mientras más potencial y talento tenga, mayor será su emanación de tumá después de la muerte. El ser con mayor grado de tumá es el individuo que contagia con tumá a todo elemento que se introduzca bajo el mismo techo, cuando yace muerto.

A la persona que sufre de lepra se le considera en estado de tumá, porque esta enfermedad carcome la carne y anuncia el paulatino desmembramiento del individuo, el advenimiento de la muerte. De manera similar, una emisión de semen o de sangre también coloca a la persona en un estado de tumá. La sangre es identificada como la portadora de la vida, incluso el alma, el espíritu reside en la sangre, mientras que el semen representa el potencial de la vida. Su derrame impide que surja la vida. El derrame de sangre o semen implican una muerte parcial. La impureza está asociada con la muerte y la pureza está relacionada con la vida. La vida como parte de la creación se identifica con la voluntad de Dios, y la muerte es una especie de negación del Dios creador.

Dios se ausenta del Mishkán o del Beit HaMikdash cuando está en un estado de impureza.

Es necesario destacar que la impureza no es necesariamente el resultado de la desobediencia o la impertinencia. Después de dar a luz, una mujer entra en un estado de impureza por cierto tiempo. El Kohén que atiende a un difunto cercano, por quien luego tendrá que observar el shivá, también se expone a la tumá. O sea, la impureza no es necesariamente negativa, especialmente cuando se considera que todo proviene de Dios, tanto el bien como el mal que percibimos.

La tumá es parte integral del universo que Dios creó. Tal vez la tumá es indispensable para entender la tahará. Si no existiera el mal, ¿acaso podríamos apreciar el bien? Si no existiera la pobreza, tal vez no existirían el altruismo y la generosidad. Las nociones de tumá y tahará tienen consecuencias en el universo de la espiritualidad.

En el caso de la lepra, la situación es diferente. Los sabios establecieron que Tsaráat, la lepra, es el resultado de un comportamiento moralmente cuestionable, una consecuencia del lashón hará, la mala utilización de la lengua para desprestigiar e injuriar moralmente al prójimo.Mientras que en el pasado histórico habían consecuencias prácticas con referencia a la entrada al Beit HaMikdash y el consumo de los aportes como el maaser y la terumá, situaciones que impedían la participación de quien era tamé, en la actualidad sigue vigente el aspecto espiritual, una imperiosa necesidad de actuar dentro del marco de la tahará, la pureza espiritual.