El impacto histórico de Moshé

Deuteronomio XXXIII - XXXIV - Parashá VEZOT HABERAJÁ

IMG_0085Los últimos párrafos de la Torá se leen en los días finales de la festividad de Sucot, días que nuestros jajamim califican como una festividad aparte. En Israel se celebra el octavo día de Sucot bajo el nombre de Sheminí Atzéret y en la golá, la diáspora, se celebra un día adicional que se denomina Simjat Torá. Este día de Simjat Torá, que quiere decir “la alegría de la Torá”, es seleccionado para finalizar el ciclo anual de lectura. Tal como su nombre lo indica, es un momento de alegría y de regocijo por haber terminado la lectura (el estudio) completa de la Torá. El hecho de que se de comienzo a un nuevo período de lectura, el Shabat siguiente, significa que consideramos que uno nunca termina de estudiar la Torá. Cada lectura adicional, sirve para un aprendizaje nuevo, para una comprensión más profunda de este mensaje eterno.

Nuestro texto reza Torá tzivá lanu Moshé, morashá kehilat Yaacov, que quiere decir, Moshé nos dio una ley, posesión de la comunidad de Yaacov. La palabra morashá, proviene de la misma raíz que yerushá que significa herencia. Samson Raphael Hirsch hace hincapié en el hecho de que la palabra morashá no pertenece a la declinación pasiva del verbo. Morashá supone acción. Por lo tanto, la enseñanza es que la Torá no es adquirida en forma pasiva. Se requiere el estudio activo para su adquisición y posesión.

El Midrash plantea la pregunta, ¿por qué no entregó Dios la Torá al primer judío, o sea al patriarca Avraham? La respuesta que se ofrece es que la Torá que contiene seis cientos mil letras le fue otorgada al pueblo cuando contaba con el mismo número de almas. Efectivamente, ese fue el número de los hombres adultos en el momento de yetziat mitzráyim, que es el éxodo de Egipto. Esto quiere decir que a cada miembro del pueblo judío de aquel entonces, le corresponde una letra de la Torá. La enseñanza que se desprende de este midrash es que la Torá no es la posesión o la herencia personal de un solo individuo, incluyendo al adón haneviim, al señor de los profetas, Moshé Rabenu. La Torá es el tesoro de la comunidad, de todo el pueblo. Cada una tiene una “letra personal” que contribuir al conocimiento. La enseñanza y la transmisión de la sabiduría contenida en estos rollos es responsabilidad de cada generación. Así dicen los jajamim, kol hamonea halajá mipí talmid keilu gozló minajalat avotav, que quiere decir que son equivalentes, ocultarle a un discípulo una ley de la Torá y despojarlo de su herencia ancestral.

Con su último aliento Moshé bendice a cada una de las tribus de Israel. Moshé concluye sus palabras diciendo, ashreja Israel mi jamoja am noshá baShem, que quiere decir dichoso eres oh, Israel, ¿quién es como tú, pueblo salvado por el Eterno? El pueblo judío es, mi jamoja, un pueblo simplemente distinto. A pesar del famoso monólogo que Shakespeare pone en boca de Shylock, afirmando: cuando somos lacerados, ¿acaso no sangramos?, la historia de Israel es el relato de las hazañas del pueblo que es “otro”, que se distingue por ser un pueblo diferente.

El Talmud y el Midrash contienen diversas versiones y relatos del fallecimiento de Moshé. Los ángeles se negaron a ser los emisarios para llevar su neshamá, que es el alma. Dios mismo, entonces, le arrebata la neshamá a Moshé con un beso. Moshé es enterrado en un lugar desconocido a fin de que su sepulcro no se convierta en un lugar de adoración. La tradición judía es muy celosa con su idea monoteísta y no permite que un ser humano sea confundido con la divinidad. Pero si no se sabe dónde está el sepulcro, ¿quién enterró a Moshé? Según una interpretación, Dios enterró a Moshé. Una segunda versión afirma que Moshé se enterró a sí mismo. La enseñanza que se deduce es que Moshé no ha muerto, en el sentido corriente de la palabra. La enseñanza de Moshé continua vigente hasta nuestros días. En efecto, lo kam naví od beIsrael keMoshé, desde aquel entonces en los anales de nuestra historia no surgió una personalidad de igual fuerza espiritual. El liderazgo de Moshé es único.

El estudio cuidadoso del texto de la Torá revela una oposición básica al liderazgo supremo de un ser humano. Por ejemplo, en el caso del mélej Israel, la Torá concibe el nombramiento de un rey como una concesión a la debilidad del pueblo que desea ser como todas las naciones. La Torá previene que el mélej deseará un harén, caballerizas, plata y de oro en abundancia, y todo ello se obtendrá a través de exigencias al pueblo. No obstante las advertencias mencionadas, el Tanaj relata que cuando los Filisteos invaden Israel, el pueblo clama por un rey que pueda unificar las fuerzas judías para rechazar la incursión. Shaúl es ungido por el profeta Shemuel como el primer rey para repeler al invasor. Pero Shaúl cae en desgracia porque desobedece una instrucción esencial de su mandato. David es el segundo rey y tiene como misión la unificación de las tribus dispersas en una sola nación y de tal modo completar la conquista de la tierra prometida. El propósito fundamental del reino del tercer rey Salomón es la construcción del Beit HaMikdash. Cada monarca tiene una meta específica que cumplir. Sin embargo, en cada uno de ellos existen fallas importantes. Algunos fallan totalmente en su misión. El único líder por excelencia es Moshé. Tiene las facultades y el mando del mélej. El pecado que le impide entrar a Éretz Israel es una demostración de su humanidad. De no ser así, podríamos haberlo confundido con la divinidad. Porque, por definición, todo ser humano yerra.

¿Por qué es el liderazgo de Moshé diferente? Los reyes de Israel tenían que escribir su propio rollo de la Torá en demostración de que su mandato era constitucional y tenían que regirse por las normas contenidas en estas escrituras sagradas, que servían de freno para sus ambiciones. Se puede argumentar, tal vez, que la singularidad del liderazgo de Moshé reside en sus facultades intelectuales. El pueblo sigue las instrucciones de Moshé tal como los discípulos se someten a los argumentos y a las explicaciones convincentes del maestro. La fortaleza del liderato de Moshé reside también en la característica espiritual de su personalidad y sobre todo en su rol de maestro. ¿Bajo qué nombre conocemos usualmente a Moshé? La respuesta inmediata es Moshé Rabenu, que quiere decir nuestro maestro Moshé. Este tipo de liderazgo no es incondicional y puede confrontarse con otros argumentos intelectuales. Y esta es una característica del geist de nuestro pueblo, que consiste en el cuestionamiento de las cosas y de las personas. Por otro lado, la aceptación del liderazgo razonado es totalmente voluntaria, porque radica en el reconocimiento de que la conducción de los destinos de los pueblos se apoya en el intelecto y el raciocinio.

El liderazgo intelectual sobrevive al individuo, porque se fundamenta en ideas y no en una personalidad dominante. Los Césares y los Atilas, los Napoleones y los Stalins pertenecen cada vez más a un legado histórico distante que tiende a ser de interés arqueológico. En cambio, los dirigentes que propugnan conceptos revolucionarios e ideas nuevas que promueven transformaciones profundas en la sociedad humana, sobreviven a la transitoria permanencia de sus protagonistas en el mundo. Sin duda, Moshé es el ser humano que dejó la más profunda huella en la historia intelectual y espiritual de la humanidad. Los rollos de la Torá constituyen el testimonio de la imponente personalidad de Moshé Rabenu, de su impacto y vigencia en todas las generaciones. Incluyendo, desde luego, la nuestra.