¿Por qué leer de nuevo la Torá?

Cada año volvemos a leer los cinco libros de la Torá. Por qué volver a leerlo por siglos, año tras año? Parte de esa explicación la comparto en este video. Muchas gracias por escuchar y leer mis publicaciones. Compartan con amigos y familiares. Comenten, pues disfruto mucho de leer sus ideas. Recuerden visitar www.pynchasbrener.com para encontrar todo lo que he producido en estos 8 años. La empresa productora que me apoya es www.bestshotproduction.com

CÓMO ESCOGER UNA FILOSOFÍA PARA LA VIDA

Parashá JAYEI SARÁ

El estudio de la vida y de las características individuales de los patriarcas es fundamental para comprender las bases del judaísmo.

La historia del judaísmo empieza con Avraham y continúa con sus descendientes incluyendo el momento cuando empieza la construcción de la nación con el éxodo de Egipto.

El judaísmo hace su aparición en el escenario con el llamado de Dios a Avraham, Lej lejá: vete del hogar de tus padres a una tierra que te indicaré y paulatinamente se descubren cuáles son los elementos que distinguen a esta nueva filosofía de la vida con el potencial de convertirse en una teología.

Nuestros capítulos informan acerca de la muerte de Sará, la primera matriarca. La ausencia de detalles de su deceso es complementada por la Torá Oral, con el Midrash que revela que Sará murió al escuchar que su único hijo Yitsjak sería sacrificado como una ofrenda a Dios, en una difícilmente entendible demostración de un amor ilimitado por Dios. ¿Cuál fue la reacción de Avraham? ¿Acaso se sintió culpable de la muerte de su esposa y como consecuencia de ella entró en un estado de depresión aguda? Avraham llora por su mujer y reflexiona acerca de sus virtudes y luego enfrenta la realidad: se debe buscar un lugar apropiado para enterrar a Sará. Avraham adquiere un amplio terreno donde reposarán los restos mortales de los patriarcas y según una antigua tradición, allí también se encuentran enterrados Adam y Javá. Mearat Hamajpelá, es el nombre del lugar, el mausoleo de los patriarcas, ubicado en la ciudad de Jevrón y motivo de disputa actual entre Israel y los palestinos.

La muerte de Sará podía haber provocado una reacción de ascetismo, según observa el profesor Dov Schwartz. Existen costumbres primitivas según las cuales los sobrevivientes laceran sus cuerpos ante la muerte de un deudo.

Una visión ascética implica probablemente la negación de la vida familiar y comunal, porque la concentración sobre la deidad debe ser total. Tal vez el sacerdocio cristiano, que exige el celibato, comparte esa noción. Es un comportamiento que niega el valor del mundo material para entronar el universo espiritual como alternativa única.

La idea bíblica del nazir, la persona que promete abstenerse de ciertos placeres como el consumo del producto de la vid, evadir el contacto con un muerto y no cortarse el pelo, apunta hacia una vida de privación material y una dedicación exclusiva hacia lo celestial.

Hay quienes señalan acertadamente que la Torá exige un sacrificio al término del período de nezirut, señalando de esta manera que el nazir no debe considerarse como un héroe espiritual, una condición óptima para el judío. A diferencia de Shimshón quien permaneció toda su vida bajo el signo de nezirut, el Talmud postula que, cuando no se especifica, el período de nezirut tiene la duración de un mes. O sea que, de acuerdo al Talmud, ser nazir debe ser una elección pasajera.

Avraham no opta por convertir a Sará en un ícono, llora por ella, pero también la entierra; no la olvida, pero tampoco la venera. La muerte de su esposa no implica el fin de su historia familiar. Ahora tiene que dedicarse a Yitsjak, a la búsqueda de una esposa apropiada para su hijo, tiene que pensar en el futuro del pueblo que está engendrando. La dificultad de engendrar con Sará lo ha sensibilizado para valorar aún más a Yitsjak, quien a través de la Akedá demostró su disposición de ofrecer su vida en el servicio de Dios.

Al mismo tiempo, el Creador demostró que no deseaba el sacrificio humano.

El judaísmo tendrá que escoger entre varias alternativas, inclinándose por una más que otra sin desechar alguna; entre el ascetismo y una vía que busca un término medio, y que acentúa el modelo espiritual pero no niega el valor del mundo material. El conflicto y la dicotomía ocasionados por tener que escoger entre el bien y el mal, el mundo secular y el entorno espiritual, el interés propio y el altruismo, y la cobardía y la valentía, es el fermento catalítico que obliga a pensar y reflexionar, a la continúa búsqueda e identificación del sendero que debe servir para el crecimiento y desarrollo espiritual que comenzó con Avraham y que continúa hasta el presente. Vivir es buscar. En el Más Allá se encuentra una contemplación de la radiante Presencia de Dios.

EL PACTO DIOS-HOMBRE

Parashá BERESHIT

Cada lectura de los textos bíblicos es diferente. El texto es inmutable, el lector cambia. Por ello, el comienzo de un nuevo ciclo de la Torá consitutye un hito en la evolución intelectual y espiritual del judío.

El reto de los primeros capítulos del Génesis no desaparece: es el desafío de quienes proponen que la Torá es en realidad un compuesto basado en textos primarios. Este hecho resalta con la repetición de la historia de la creación del universo porque, según algunos, representa una huella de los textos que sirvieron al supuesto autor o autores humanos de las Sagradas Escrituras.

Según muchos exégetas tradicionales, existe una razón didáctica para las dos versiones. Mientras que el primer capítulo constituye un relato general sobre los orígenes de lo que nos rodea, el segundo capítulo es específico: se concentra en la historia del hombre, quien es el punto de referencia terrenal de la creación y, en especial, su relación única con el Creador: sólo el ser humano puede entrar en una correspondencia mutua con Dios, un berit que establece obligaciones de parte y parte. La historia religiosa de la Humanidad se refiere a la estructura y condiciones de este berit, las violaciones y los cumplimientos que invariablemente tienen que ver con ese “pacto” con Dios. Cuando la relación con Dios se fractura, encontramos la semilla de la destrucción, hecho que se ve incrementado con el proceso imparable de la globalización, que ha convertido al globo terráqueo en una aldea.

Los jajamim estaban atentos a las dificultades textuales, por ello sostuvieron serias discusiones acerca de la inclusión de algunos textos en el compendio del Tanaj. En particular, el libro de Ester presentó la gran interrogante: ¿acaso es posible insertar dentro de las Escrituras Sagrados un texto que no menciona el nombre de Dios? Tomaron una decisión afirmativa debido a la frase: kiyemú vekibelú hayehudim aleihem veal zaram veal kol hanilvim aleihem veló yaavor lihyot osim…, “los judíos decidieron que ellos, su simiente y todos los que se les unieran, continuasen observando escrupulosamente conforme a lo establecido…”. El cumplimiento de los instructivos de Ester y Mordejai a la población judía fue el hecho decisivo para que el libro de Ester fuese incluído en el canon de la Biblia. Además de la crítica que se puede efectuar con referencia al texto, se debe tomar en cuenta la influencia que el escrito ha ejercido para corregir y perfeccionar la disposición y actitud moral de la sociedad.

El relato del Génesis es majestuoso. La creación no es el resultado de una colisión de voluntades entre los dioses, el producto de cataclismos que se produjeron en el cosmos. El mundo nace como expresión de la voluntad de Dios, quien con la expresión Vayomer Elohim, “Y Dios dijo”, colocó a la idea y al pensamiento por encima de cualquier actividad física. Bereshit enseña que hay propósito en la creación, no se trata de un universo en el cual reinan el caos y la incertidumbre, el capricho y el azar. Existe un creador y por lo tanto coexiste la finalidad y el designio.

La ubicación del hombre y de la mujer en el idílico Gan Eden muestra una naturaleza amiga que provee el fruto para el sustento. Cuando esta naturaleza se rebela puede ser amaestrada o controlada, se puede hacer construcciones antisísmicas, por ejemplo. En cambio, quien hace peligrar, de manera sostenida, la existencia de la especie humana es el hombre mismo debido a su agresividad, cualidad probablemente indispensable para el crecimiento y el desarrollo, la evolución y el perfeccionamiento, pero que demanda un precio altísimo. Por ello, la Torá exige que la conducta del hombre se rija por un conjunto de leyes que sabiamente enseña el judaísmo, según una revelación directa del Creador que recibió en Sinai. Dios no podía abandonar su creación en manos de esos seres a quienes dotó con gran inteligencia y cuyo potencial puede tomar el rumbo de la construcción o de la destrucción. Para asegurar la supervivencia de la especie y de la naturaleza junto con la flora y fauna que posee, legisló la mitsvá para asegurar un comportamiento que garantice Yemot HaMashíaj, una era de convivencia que no será una consecuencia de la Voluntad de Dios, sino que será el producto del convencimiento de su creación de última hora, en el sexto día: el ser humano.

Memoria histórica y conciencia

BESHALAJ - Éxodo XIII,17 - XVII

IMG_0221En los capítulos anteriores se lee sobre el primer mandato colectivo Divino que nuestros antepasados recibieron y que es conocido por las primeras palabras del mismo Hajódesh hazé, “este mes”. Es notable que esta primera ordenanza contiene una indicación de tiempo, elemento que va a jugar un rol determinante en la tradición judía. En el judaísmo el calendario es un instrumento indispensable. Tal como lo hemos venido anotando, nuestra tradición es enfática en cuanto a la importancia del tiempo y del cambio y por ende en a la del desarrollo y del crecimiento. La ordenanza que se promulga en Nisán, mes en el que saldrán de Egipto y fecha que será conmemorada en las generaciones siguientes, exige la escogencia de un carnero que tiene que ser cocido directamente al fuego y consumido la noche del día catorce de ese mes.

Ese día catorce recibe el nombre de Pésaj, al igual que el carnero que tiene que ser sacrificado antes de ser ingerido. Fue necesario pintar con la sangre de este carnero los dinteles de las puertas, mientras que la carne era consumida con matsá, el pan ácimo, y maror, yerbas amargas. Durante esta comida, los cinturones tenían que estar colocados sobre las caderas, los zapatos calzados y los bastones en las manos para poder emprender inmediatamente el Éxodo de Egipto. Hasta hoy día hay quienes, durante la celebración del séder, se colocan los cinturones y con un bastón en sus manos reviven el momento anterior al éxodo. Según esto, nuestros antepasados ya comieron, durante esa noche, matsá con carne del carnero. Luego comerían nuevamente matsá en el desierto, porque en su apuro por salir de Egipto, no pudieron esperar a que fermentara la masa que habían preparado para confeccionar el pan.

El texto bíblico hace referencia a la fecha del éxodo como jag hamatsot, “la festividad de la matsá”, mientras que en los escritos posteriores (los que recogen la ley oral) se utiliza también el término adicional, Pésaj, al cual ya hemos hecho referencia. La variada utilización de esta nomenclatura, tal vez señala que en las escrituras se realza especialmente la importancia de la libertad. La utilización de la palabra matsá simboliza nuestra premura por conseguir la libertad y el haber aprovechado el momento histórico para su consecución. Pésaj, que representa principalmente el sacrificio del mismo nombre, señala que es indispensable la intervención Divina para el desarrollo de los acontecimientos que culminaron con el éxodo.

Nuestra lectura señala que Dios no condujo a nuestros antepasados por el camino más corto a la Tierra Prometida. Existía la duda de que frente a un peligro real, el pueblo vacilaría y podría emprender marcha atrás, de vuelta a Egipto. La ruptura con Egipto tenía que ser total y por tanto se buscó en el desierto un camino de rodeos, camino que duraría cuarenta años. Igualmente, era necesario preparar a estas tribus, que habían sido sometidas a siglos de esclavitud, para la conquista de Canaán, para el ejercicio de la soberanía y de la autodeterminación.

Mientras el pueblo se ocupaba de los preparativos para el arduo viaje en el desierto, adquiriendo enseres y artículos valiosos que los egipcios les prestaban, Moshé se ocupó de los restos de Yosef. No obstante haber asumido una posición clave en la corte del Faraón, Yosef siempre mantuvo su identidad hebrea y en su testamento dio las instrucciones para que sus restos fuesen trasladados a la tierra ancestral en el momento en que su pueblo abandonase Egipto. Moshé se hizo cargo del cadáver de Yosef y de este modo enseña la importancia de recordar y de no olvidar el aporte de Yosef al bienestar de su familia, y por ende, al de las generaciones futuras. Este desarrollo de la conciencia histórica, será una de las características importantes de nuestra singularidad.

La inclusión de la historia como un factor esencial de la identidad hebrea se manifiesta, por ejemplo, en el caso de la conversión al judaísmo. ¿Cómo puede participar un converso durante la recitación de la Hagadá, “el relato del éxodo de Egipto”, en la noche del séder? ¿Puede el converso exclamar, avadim hayinu lefaró bemitsráyim, “fuimos los esclavos del Faraón en Egipto”? Después del todo, ni el converso, ni sus antepasados estuvieron en Egipto. Sin embargo, la Halajá, que es el universo de las leyes judías, sostiene que debe participar en el séder con todas las leyes de rigor. Porque la conversión al judaísmo no consiste únicamente en la adopción de una fe y el someterse a un ritmo de conducta y vida específicos. La conversión al judaísmo, además de la adopción de esa nueva fe, incluye al mismo tiempo la incorporación al pueblo judío, la adopción del pasado histórico del pueblo judío y el compartir un destino futuro común.

Según la trayectoria trazada era necesario cruzar las aguas para llegar al desierto y abandonar definitivamente los límites egipcios. ¿Cuáles eran esas aguas, que en hebreo se denominan Yam Suf”? No estamos seguros. Según algunos es el Mar Rojo y según otros es el Mar de las Cañas. Y allí se dio la primera rebelión de nuestros antepasados. Preguntaron, ¿”Acaso no había suficiente lugar para sepulturas en Egipto que tuvimos que ser traídos al desierto para morir”? Los egipcios los perseguían en sus carrozas y caballos y por delante estaba el mar. No había escape. Según el Midrash, el joven Najshón ben Aminadav fue el primero en lanzarse para cruzar las aguas que habían sido separadas milagrosamente por Moshé. Najshón se convierte entonces en el prototipo de la persona que se arriesga, que señala caminos y demuestra el comportamiento apropiado en momentos decisivos. El resto del pueblo lo sigue y al llegar a la orilla opuesta ve como las aguas se juntan nuevamente y los egipcios perecen.

         Moshé y el pueblo estallan en un cántico de júbilo que contiene estrofas de poesía superlativas, algo que no abunda en el Pentateuco. En el Talmud, se recoge una supuesta conversación entre Dios y el pueblo hebreo, que hace referencia a este episodio victorioso frente a los perseguidores egipcios. Los hebreos desean cantarle alabanzas a Dios en el aniversario de esta victoria y Dios los cuestiona: ¿”es posible que mientras criaturas mías (la referencia es a los egipcios) se ahogan en el mar, ustedes consideren cantarme alabanzas”? La moraleja es muy importante, porque enseña que aun nuestros enemigos y opresores, también tienen impresa la imagen Divina y son, por lo tanto, merecedores de misericordia. Es probable que en la perspectiva del tiempo y de la historia se pueda llegar a comprender más ampliamente las causas de los enfrentamientos entre los pueblos. Esta consideración permite abrigar mayores esperanzas de encontrar soluciones compatibles con el destino histórico de los pueblos árabes y judíos en conflicto durante el desarrollo de las conversaciones de paz.

En el desierto la comida escasea y el pueblo se queja porque recuerda, exagerando la realidad del pasado idealizado, que en Egipto tenían ollas llenas carne y pan para saciarse. Dios ordena que el “pan” descienda del cielo a la tierra. Era un pan especial, man en hebreo, que según la tradición tenía el sabor que el comensal deseara, menos el de la carne. Cada mañana descendía man del cielo y el pueblo lo recogía. Este man tenía que ser consumido durante ese mismo día. Lo que se guardaba para el día siguiente se malograba. Los días viernes descendía del cielo una doble porción, la cual sí se conservaba para poder ser consumida el día sábado. Para recordar este hecho se colocan dos jalot, “panes” en la mesa del viernes de noche que marca el comienzo del Shabat. El sábado iba a ser un día sagrado que proclamaría que todo ser viviente incluyendo la servidumbre, tiene derecho a un día de descanso semanal.

 

El precepto número seiscientos trece

Deuteronomio XXI - VAYÉLEJ

El tema de nuestro texto son los últimos días de Moshé. Es el momento de la transferencia del manto del liderazgo a Yehoshua. Jazak veematz, “sé fuerte y valiente”, le dice Moshé a Yehoshua, por la doble tarea que tenía por delante: servir de líder a un pueblo que había calificado de am keshé óref, “un pueblo de dura cerviz”, y enfrentar la difícil empresa que significaba el próximo inicio de la campaña para la conquista de Éretz Israel.

         Moshé escribe el texto de la Torá y hace entrega del mismo a los kohanim, los sacerdotes y a los zekenim, los ancianos, que constituyen la dirigencia espiritual del pueblo. La Torá es el documento que da testimonio del berit, el pacto entre el Creador y Su pueblo. Moshé ordena que esta Torá sea leída cada siete años en la festividad de Sucot, en una convocatoria especial denominada Hakhel. Según los jajamim, en esa ocasión el mélej Israel, que era el rey, leía la Torá en voz alta. Al mismo tiempo señalan cuáles eran los capítulos del séfer Devarim que tenía que recitar. La selección del mélej para la lectura pública de la Torá en presencia de las masas, constituye un honor muy singular. Pero, tal vez, la intención era totalmente diferente. El propósito más probable fue el de establecer el marco debido e imponer un límite a los poderes del mélej, quien tiene que regirse por las mitzvot contenidas en la Torá. Estas mitzvot eran conocidas por todos. Porque Moshé, también le dice al pueblo, veatá kitevú lajem, que quiere decir y ahora escríbanlo ustedes, palabras que nuestros jajamim interpretan como la obligación individual de escribir un ejemplar de la Torá. La escritura de la Torá es la última mitzvá y es la número seiscientos trece.

Aun cuando uno reside en una comunidad donde hay una sinagoga con un Séfer Torá, es necesario aparentemente, escribir un ejemplar de este texto sagrado. En caso de la pérdida de ese ejemplar, uno debe escribir nuevamente una Torá. (Por lo tanto, al donar mi Torá a una sinagoga, continúo bajo la obligación de escribir otro ejemplar). Según Rabenu Asher, la finalidad de la escritura individual de la Torá es para que sea utilizada como un texto de estudio. Dado que estamos acostumbrados a los libros, (los libros no abundaban en épocas anteriores porque se copiaban a mano) uno se identifica con el espíritu de esta mitzvá adquiriendo ejemplares del Tanaj, la Mishná, el Talmud y sus comentarios. El Talmud afirma, sin embargo, que si uno recibe una Torá como parte de una herencia paterna, este hecho no lo exime de la mitzvá de escribir la Torá. Se puede deducir, por lo tanto, que el estudio no es la única razón de esta mitzvá, si lo fuera, en este caso no sería necesario escribir un nuevo texto. La Torá recibida en herencia podría utilizarse para el estudio.

Hay quienes sostienen que la razón de escribir individualmente la Torá, aun cuando se haya recibido un ejemplar por herencia, tiene el propósito de aumentar el número de Sifrei Torá en la comunidad. Este razonamiento, apoya nuestro argumento anterior donde sostenemos que el propósito de la escritura es motivar el estudio. Porque el disponer de más ejemplares de la Torá, permite que un número mayor de personas tenga la posibilidad de estudiar su contenido. Por lo tanto, por el hecho de donar una Torá a una sinagoga, contribuyo a ampliar el alcance de su uso.

La importancia de la Torá en la vida judía le otorga un lugar de privilegio y de veneración (recordando siempre que la Torá es sagrada, únicamente, porque contiene la palabra revelada de Dios). Existen numerosos relatos acerca de personas que tuvieron que abandonar todas sus posesiones en tiempos de guerra, pero que lograron rescatar, cargándolos consigo en todo momento, los rollos de la Torá pertenecientes a su familia. Según Rambam se puede vender una Torá, solamente si el producto de esa venta se utiliza para la continuación de los estudios sagrados o para brindarle a una joven la posibilidad de casarse.

El mélej Israel tenía que escribir un ejemplar adicional de la Torá. El primero de estos ejemplares, en cumplimiento de su obligación como la de todo judío, se guardaba en el lugar donde estaba el tesoro del reino. El segundo ejemplar tenía que estar con él en todo momento. Cuando iba a la guerra, durante un juicio, o en caso de algún litigio. Así leímos en capítulos anteriores de Devarim, vehaytá imó vekará vo kol yemei jayav, que quiere decir y (la Torá) estará con él (el rey de Israel) y la leerá todos los días de su vida. Prosigue este pasuk señalando el propósito de este segundo ejemplar de la Torá, lemaan yilmad leyirá et HaShem Elohav lishmor et kol divrei haTorá hazot veet hajukim haele laasotam, que quiere decir para que aprenda (el rey) a temer al Eterno su Dios y sepa cumplir todas las palabras de esta Ley y sus preceptos.

Indudablemente, el principal aporte espiritual del pueblo judío a la humanidad es, su concepción monoteísta de la Divinidad. El judaísmo afirma que existe un solo Dios, que es el Creador de todo el universo, y todo lo que existe proviene de El. Por eso, nadie nació para ser superior a otro. Todos provenimos de la misma fuente. Sin embargo, propongo que la Torá (y en especial la interpretación del Talmud de este texto escrito) es nuestro distintivo especial y extraordinario. En ausencia de Torá, no hay judaísmo.

El estudio de los textos de la Torá es la dedicación religiosa más importante. La Mishná nos enseña que Talmud Torá kenégued kulam, que el estudio de la Torá es primordial y que tiene prioridad sobre otras actividades. Por lo tanto el talmid jajam, el estudioso y conocedor de estos textos sagrados, ocupa un lugar de privilegio en la sociedad judía. A modo de ilustración se puede decir que se ha establecido una ecuación entre la Torá y el talmid jajam. Nuestra tradición le otorga personalidad propia al rollo de la Torá. Por ejemplo, cuando un ejemplar de la Torá se inutiliza porque los pergaminos han sufrido un deterioro tal que su reparación ya no es posible, esa Torá debe enterrarse como en el caso de un ser humano. La relación que se establece entre el estudioso y el texto sagrado se asemeja a la de dos interlocutores que tienen vida y personalidad individuales.

El estudio de la Torá no se limita a la actividad intelectual. El talmid jajam se involucra emocional y espiritualmente con la Torá. Tal como la tradición judía le asigna personalidad al día Shabat, al referirse a Shabat malketá, que quiere decir la reina de Shabat y se anticipa con fervor su llegada a través del servicio religioso denominado Kabalat Shabat, también se le otorga a la Torá características que usualmente son reservadas para los humanos. El estudio de la Torá se convierte en un diálogo entre el estudioso y el texto sagrado. Tal vez sea ésta una razón adicional para el requisito que un sofer, que es un escriba, tenga que escribir los rollos, letra por letra. En la escritura de un ejemplar de la Torá se requiere la apropiada kavaná que es la intención religiosa y por lo tanto, un ejemplar impreso es ritualmente inválido. El sofer tiene que escribir el texto de su puño y letra y de tal modo se enseña que la Torá necesita de la interacción con el ser humano. lo bashamáyim hi, “(la Torá) no está en los cielos”, es la expresión, en un capítulo anterior, para destacar su cercanía y relevancia. Al mismo tiempo es evidente que el estudio y cumplimiento (befija uvilevavejá laasotó) de las normas que contiene, constituyen la esencia de la condición judía.

Un arameo errante fue mi padre

Deuteronomio XXVI - XXIX,8 - Parashá KI TAVÓ

Una vez asentados en Israel, Moshé instruye a nuestros antepasados con respecto a sus obligaciones, a pesar de que él no los conducirá a la conquista de la tierra prometida. La primera de estas mitzvot tiene relación con los bikurim que son los primeros frutos (de las siete especies que caracterizan a la Tierra de Israel) que deben ser ofrecidos al kohén en el lugar elegido por Dios. La entrega de estos frutos está acompañado por un sipur, la recitación de varios versículos de nuestro texto que destacan que la Providencia guió nuestro destino desde el momento en que el patriarca Yaacov descendió a Egipto hasta el momento de la conquista.

Después de varios siglos de esclavitud y de una travesía nómada por el desierto, el pueblo estaba ansioso de labrar las nuevas tierras para poder alimentarse con el fruto de sus esfuerzos. Al igual que todo campesino, anticipaban intensamente la oportunidad de saborear los frutos que habían producido con su trabajo. Pero la Torá les exige que los primeros frutos destinen al culto religioso. La enseñanza es clara. El hombre tiene que reconocer que Dios, a través de la naturaleza, es quien hace crecer al fruto. El hombre ara, siembra y riega, pero para poder cosechar se requiere del vigor y de la posibilidad de reproducirse que la tierra le otorga a la semilla, todo lo que proviene de Dios.

La Torá no estipula la cantidad de frutos que deben ser presentadas al kohén en una cesta en el momento de los mencionados bikurim. El kohén podía retener la cesta si estaba confeccionada de mimbre, pero si era de algún metal debía devolverla al donante. El Talmud sugiere una cantidad mínima de frutas correspondiente a una sesentava parte del producto total. Rambam, basándose en elTalmud, describe el proceso de la selección de los primeros frutos. Al entrar al huerto, dice Rambam, se inspeccionan los árboles y se amarra una cinta sobre los primeros frutos, (incluso si todavía no están maduros), separándolos de esta manera para que formen parte de los bikurim. Uno mismo debe traer los bikurim a Yerushaláyim y no enviarlos a través de un mensajero. El kohén que recibía los bikurim, podía consumirlos únicamente en Yerushaláyim.

La tradición consiste en colocar la cesta sobre el hombro y según la Mishná, hasta el mismo rey Agripas lo hizo, cargando él mismo los bikurim una vez en el Har haBáyit, el Monte del Templo, hasta la azará, el interior del Beit HaMikdash. En aquel momento los leviyim entonaban el canto de las palabras del salmo, aromimejá HaShem ki dilitani…, “te ensalzaré, Eterno, porque Tú me has sostenido y no toleraste que mis enemigos se regocijaran de mi”. La cesta era presentada al kohén al mismo tiempo que se repetían unos versículos de nuestro texto a los cuales Rambam denomina vidui, que quiere decir confesión. Este vidui debía recitarse en hebreo y a su conclusión se colocaba la cesta al lado del mizbéaj, que es el altar.

En cambio, Shemá Israel, que es la afirmación básica de nuestra fe, puede ser recitada en cualquier idioma. Porque lo más importante es entender la idea contenida en Shemá Israel. Lo esencial es comprender el alcance intelectual de la afirmación de la existencia de un solo Dios. Pero, en el caso de los bikurim, hay un ceremonial esplendoroso y la misma entrega de los frutos al kohén contiene el mensaje esencial de que nuestros esfuerzos son vanos sin la Divina Providencia. En un principio, quienes conocían bien el texto que acompaña a los bikurim, lo recitaban de memoria, y los que no lo sabían, escuchaban su lectura. Pero dado que las personas que no conocían bien las palabras textuales empezaron a abstenerse de presentar los bikurim, los jajamim instituyeron que el texto original fuera leido en voz alta para todos, sin distinción alguna.

La Torá ordena que para la ceremonia de los bikurim, veanita veamartá, deba alzarse la voz y recitar, aramí oved aví, recordando que nuestro patriarca Yaacov había sido un arameo errante antes de bajar a Egipto. Durante el yugo egipcio, Dios escucha nuestro lamento y se hace eco de nuestro sufrimiento. Dios nos saca de la esclavitud y nos trae a la tierra donde fluye la leche y la miel. Y he aquí los bikurim, los primeros frutos obtenidos gracias a la bondad Divina que constituyen  motivo de regocijo y de alegría.

Como consecuencia del episodio de los meraglim, los espías, todos los que habían llegado a la mayoría de edad en Egipto, perecen en el desierto y, por lo tanto no participan en la conquista de la tierra. Los que ahora se encargan de presentar los bikurim son sus descendientes o aquellos que habían sido menores de edad en el momento de la salida de Egipto. El éxodo era entonces un hecho reciente en la historia de nuestro pueblo. Sin embargo, nuestros jajamim insisten en que las instrucciones de laTorá son válidas para todas las épocas y el texto original se debe repetir. Siglos después, cada uno se presentará delante del kohén recitando igualmente, aramí oved aví…, vayareu otanu hamitzrim vayaanunu,  “Un arameo errante era mi padre…, pero los egipcios nos maltrataron”. Esta afirmación implica que aún persiste, en cada persona, el sentimiento de haber sido maltratado por los egipcios, no obstante los muchos siglos que nos separan de esa época. De manera similar, Moshé Rabenu afirma en un capítulo anterior lo et avotenu karat HaShem et haberit hazot…, que quiere decir, no (sólo) con nuestros padres concertó este pacto (en el Monte Sinaí) sino (también) con nosotros, que estamos vivos aquí y ahora.

La noche del séder, recitamos en la Hagadá, jayav adam lirot et atzmó keilu hu yatzá mimitzráyim, que quiere decir que cada quien  debe considerar como si él mismo hubiese participado en el éxodo de Egipto. Hacemos un salto y nos ubicamos en el lugar y en la época de nuestros antepasados en Egipto. En efecto, recitamos estos mismos versículos de nuestro texto semanal y abundamos en detalles adicionales, para señalar que yetziat mitzráyim es un hecho  inseparable de nuestra formación y nacionalidad. Yetziat mitzráyim da testimonio de la intervención de Dios en la historia y de Su respuesta a nuestras súplicas. Sí  existe Quien responde a las plegarias y sí existe, Quien se interesa por los oprimidos. Especialmente en los momentos cuando sentimos la aparente ausencia de la divinidad, yetziat mitzráyim afirma que en el momento oportuno se da la intervención Divina.

La historia (religiosa e ideológica) del pueblo judío no consiste en un análisis de hechos y de pensamientos que pertenecen al pasado y que tienen posible influencia sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro. Nuestra historia pasada es parte integral de nuestro presente. Los tiempos verbales no están claramente definidos en la gramática del idioma hebreo. Tal como ein mukdam umeujar baTorá, que quiere decir que el relato de la Torá no sigue un orden cronológico, en cierto sentido los sucesos que, en diferentes épocas, les acaecieron a nuestros antepasados son actuales y forman parte de nuestro presente.

Nunca permitimos que Israel perteneciera exclusivamente al relato de las hazañas de otros tiempos. En todo momento, Éretz  Israel era parte integral de nuestras discusiones y estudios, de nuestros escritos y oraciones. Elevamos nuestras plegarias por la lluvia en Sheminí Atzéret durante el largo exilio de casi dos mil años en el momento que ésta era necesaria para Israel, al igual que lo hubiéramos hecho de haber residido entonces sobre la Tierra Prometida. El exilio fue un hecho físico real. Pero idealmente, nunca abandonamos esa tierra. Por lo tanto, el retorno en nuestro tiempos aIsrael, no exigió ajustes emocionales trascendentales para el judío y tampoco se hizo necesario un período de consolidación social y política lo que para otros pueblos suele ser una realidad en la etapa inicial de su formación nacional independiente.