DESDE EL TABERNÁCULO HASTA LA SINAGOGA

TERUMÁ Éxodo XXV – XXVII,19

Los capítulos anteriores promulgan algunas de las diversas leyes y preceptos según los cuales debemos regir nuestras vidas. Sirven para explicar que los Diez Mandamientos no son la suma total del judaísmo, sino que se requiere una minuciosa atención a los más mínimos detalles de la vida personal y social. (Hay quienes consideran que los Diez Mandamientos contienen, o constituyen la suma de todas las mitsvot de la Torá). 

Cabe destacar que la gran mayoría de estas leyes son instrucciones dirigidas al individuo. Los Diez Mandamientos, por ejemplo, no fueron enunciados en el plural. “No matarás”, reza uno de esos mandamientos, utilizando el singular en la segunda persona. Aunque reconocemos la necesidad de legislar para la comunidad en su totalidad, como se demuestra con el establecimiento de arei miklat, las ciudades de refugio para quienes, sin la intención de hacerlo cometieron un crimen capital. La abrumadora mayoría de las leyes, sin embargo, está dirigida al individuo. De tal modo, el judaísmo señala que cada tiene una responsabilidad personal ineludible pero el logro del bienestar común y en la conducta moral y ética dentro del marco de la sociedad. 

Esta noción de la responsabilidad individual es consecuente con el relato bíblico de la creación del hombre. En Bereshit, Dios crea un solo hombre y una sola mujer, ellos son la suma total de la sociedad humana y quienes perciben la totalidad del universo. Por lo tanto, según nuestros jajamim, debemos considerar que la existencia y el futuro del mundo dependen de las acciones individuales de cada uno de nosotros. Tal vez ésta sea la enseñanza primordial del judaísmo, a excepción de nuestra concepción de la existencia de un solo Dios. La enseñanza básica es la responsabilidad individual en el ejercicio del libre albedrío y, simultáneamente, el de la santidad de la vida individual. En el judaísmo no se puede exponer una sola vida humana en beneficio de muchos. Cada ser humano tiene un valor espiritual infinito y por lo tanto dos vidas no valen más que una sola vida.

Moshé tarda cuarenta días y cuarenta noches en el Monte Sinaí para recibir la Torá con sus detalladas explicaciones. El pueblo se inquieta por la tardanza de Moshé e insta para que se le construya una deidad visible y palpable, que se traduce en el éguel hazahav, un becerro de oro. Este hecho es detallado en capítulos posteriores. Pero a raíz de esta rebelión, a escasos días de la revelación Divina, viene una concesión. Dios decide la construcción de un templo, de un tabernáculo portátil el que será simbólicamente. Su habitación durante la travesía por el desierto y permitirá visualizar de manera material el contenido espiritual que se deseaba transmitir. Siglos más tarde, el rey Shelomó construirá el primer Beit HaMikdash que es un Templo para el servicio de Dios sobre el mismo monte en el cual Avraham demostró su disposición a ofrecer como un sacrificio a su único hijo Yitsjak.

Para los efectos de la construcción de este tabernáculo que se denomina Mishkán en nuestro texto, Dios instruye a Moshé para que solicite la contribución de los materiales requeridos. Se necesitaba oro, plata y cobre; lana azul y roja; tintes y pieles de animales; maderas y aceites; especies y piedras preciosas. Desde los días del nacimiento de nuestro pueblo en adelante, la noción de contribución, terumá en el texto de la Torá, formará parte de la vida cotidiana comunitaria judía.

La noción de caridad es ajena al vocabulario judío. La palabra tsedaká que usualmente utilizamos para traducir el concepto de caridad, proviene de la raíz tsédek que significa justicia. En nuestra concepción, es “justo” compartir con los menos afortunados. La tsedaká es obligatoria y no voluntaria. La ayuda al prójimo y el compartir la abundancia no están basados en el concepto de “amor”, sino en la obligatoriedad que exige la noción de justicia. El mundo está basado sobre tres pilares, dicen nuestros jajamim, y tsedaká es uno de ellos. 

En realidad, la vida social, religiosa, cultural y educativa de la comunidad judía contiene el factor de tsedaká como un ingrediente esencial. Las estructuras sociales de las comunidades judías de la Edad Media hasta los albores de la segunda guerra mundial hacían especial énfasis en la ayuda a los pobres y a los necesitados. Existían grupos que se ocupaban de proveer de dote a las jóvenes que carecían de posibilidades, de extender créditos y préstamos sin intereses a las personas de escasos recursos económicos. Los fondos para el funcionamiento de todos estos grupos provenían de los aportes de los miembros de las comunidades. Podrían documentarse fácilmente las bases de tsedaká de nuestra propia comunidad en Caracas, y en forma similar, la de comunidades judías en diferentes partes del mundo.

La palabra terumá que identifica a nuestra lectura semanal proviene de la raíz que significa elevación. Contribuir a una causa sagrada y justa es, por lo tanto, una manera de ascender, de escalar personalmente, porque uno transciende sus necesidades inmediatas y se enriquece espiritualmente al atender las solicitudes del prójimo. El poder dar es muy superior al tener que recibir.

El Mishkán contenía una serie de elementos que luego formarían parte de la estructura del Beit HaMikdash, que es el Templo de Jerusalem. Hay planos y detalles específicos para la elaboración de los utensilios y objetos que albergaba este Mishkán. Había un arón, el arca de madera, recubierto por una lámina de oro, que contenía las piedras sobre las cuales estaban grabados los Diez Mandamientos. La cubierta de esta arca, kapóret en hebreo, era de oro macizo y tenía la efigie de dos keruvim en sus extremos. (Según nuestros jajamim estos keruvim tenían la apariencia de dos bebés). 

Sobre una mesa de madera, shulján, recubierta con una lámina de oro, se colocaba el léjem hapanim, los panes siempre presentes. Una Menorá, una lámpara confeccionada de un trozo de oro martillado, de siete brazos, uno de los cuales siempre permanecía encendido, completaba una parte esencial del Mishkán. Además de los postes y de las telas que formaban la estructura exterior, se construyó un Mizbéaj, un altar de madera para ofrecer los sacrificios indicados. En cada uno de estos renglones se señalan las medidas exactas para su construcción y elaboración.

Nuestras sinagogas están construidas siguiendo el plano esencial del Mishkán. El Arón haKódesh o Hejal contiene los rollos de la Torá (en la ausencia de las dos piedras originales con los Diez Mandamientos que de todas maneras no podrían estar presentes simultáneamente en todas las sinagogas). El Ner tamid, una luz que siempre permanece encendida recuerda la luz eterna de un brazo de la Menorá, cuya réplica está presente en nuestra sinagoga. La mesa desde la cual se dirigen los rezos ocupa el lugar del shulján de los panes.

En la sinagoga de la Unión Israelita de Caracas se escogieron deliberadamente ciertos materiales para su terminación. El arquitecto y escultor Harry Abend seleccionó el acero inoxidable y el bronce para hacer alusión a la terumá, a la contribución de oro, plata y cobre que se solicitó a nuestros antepasados según el texto de nuestra lectura semanal. La cúpula de la sinagoga está revestida de elementos que simbolizan las “nubes” que señalaron el camino para la travesía del desierto. Los emblemas de las doce tribus ubicadas en el entorno de esta cúpula son una manifestación de la unidad esencial entre ashkenazim y sefaradim, entre los que provienen de Polonia y los que llegaron de Marruecos, porque todos somos los descendientes de Yaacov, el padre de aquellos que encabezaron y dieron nombre a las doce tribus.

MITSVÁ: ORDENANZA DE LA TORÁ EN ESTA PARASHÁ

CONTIENE 2 MITSVOT POSITIVAS Y 1 PROHIBICIÓN

  1. Éxodo 25:8 Construir el Beit HaMikdash (Templo Sagrado)
  2. Éxodo 25:15 No quitar las varas del Arca
  3. Éxodo 25:30 Presentar el “pan de las caras” (léjem hapanim) y el incienso

Desde el Tabernáculo hasta la Sinagoga

TERUMÁ - Éxodo XXV - XXVII,19

Los capítulos anteriores promulgan algunas de las diversas leyes y preceptos según los cuales debemos regir nuestras vidas. Sirven para explicar que los Diez Mandamientos no son la suma total del judaísmo, sino que se requiere una minuciosa atención a los más mínimos detalles de la vida personal y social. (Hay quienes consideran que los Diez Mandamientos contienen, o constituyen la suma de todas las mitzvot de la Torá). Cabe destacar que la gran mayoría de estas leyes son instrucciones dirigidas al individuo. Los Diez Mandamientos, por ejemplo, no fueron enunciados en el plural. “No matarás”, reza uno de esos mandamientos, utilizando el singular en la segunda persona. Aunque reconocemos la necesidad de legislar para la comunidad en su totalidad, como se demuestra con el establecimiento de arei miklat, las ciudades de refugio para quienes, sin la intención de hacerlo cometieron un crimen capital. La abrumadora mayoría de las leyes, sin embargo, está dirigida al individuo. De tal modo, el judaísmo señala que cada tiene una responsabilidad personal ineludible pero el logro del bienestar común y en la conducta moral y ética dentro del marco de la sociedad.

Esta noción de la responsabilidad individual es consecuente con el relato bíblico de la creación del hombre. En Bereshit, Dios crea un solo hombre y una sola mujer, ellos son la suma total de la sociedad humana y quienes perciben la totalidad del universo. Por lo tanto, según nuestros jajamim, debemos considerar que la existencia y el futuro del mundo dependen de las acciones individuales de cada uno de nosotros. Tal vez ésta sea la enseñanza primordial del judaísmo, a excepción de nuestra concepción de la existencia de un solo Dios. La enseñanza básica es la responsabilidad individual en el ejercicio del libre albedrío y, simultáneamente, el de la santidad de la vida individual. En el judaísmo no se puede exponer una sola vida humana en beneficio de muchos. Cada ser humano tiene un valor espiritual infinito y por lo tanto dos vidas no valen más que una sola vida.

Moshé tarda cuarenta días y cuarenta noches en el Monte Sinaí para recibir la Torá con sus detalladas explicaciones. El pueblo se inquieta por la tardanza de Moshé e insta para que se le construya una deidad visible y palpable, que se traduce en el éguel hazahav, un becerro de oro. Este hecho es detallado en capítulos posteriores. Pero a raíz de esta rebelión, a escasos días de la revelación Divina, viene una concesión. Dios decide la construcción de un templo, de un tabernáculo portátil el que será simbólicamente. Su habitación durante la travesía por el desierto y permitirá visualizar de manera material el contenido espiritual que se deseaba transmitir. Siglos más tarde, el rey Shelomó construirá el primer Beit HaMikdash que es un Templo para el servicio de Dios sobre el mismo monte en el cual Avraham demostró su disposición a ofrecer como un sacrificio a su único hijo Yitzjak.

Para los efectos de la construcción de este tabernáculo que se denomina Mishkán en nuestro texto, Dios instruye a Moshé para que solicite la contribución de los materiales requeridos. Se necesitaba oro, plata y cobre; lana azul y roja; tintes y pieles de animales; maderas y aceites; especies y piedras preciosas. Desde los días del nacimiento de nuestro pueblo en adelante, la noción de contribución, terumá en el texto de la Torá, formará parte de la vida cotidiana comunitaria judía.

La noción de caridad es ajena al vocabulario judío. La palabra tzedaká que usualmente utilizamos para traducir el concepto de caridad, proviene de la raíz tzédek que significa justicia. En nuestra concepción, es “justo” compartir con los menos afortunados. La tzedaká es obligatoria y no voluntaria. La ayuda al prójimo y el compartir la abundancia no están basados en el concepto de “amor”, sino en la obligatoriedad que exige la noción de justicia. El mundo está basado sobre tres pilares, dicen nuestros jajamim, y tzedaká es uno de ellos.

En realidad, la vida social, religiosa, cultural y educativa de la comunidad judía contiene el factor de tzedaká como un ingrediente esencial. Las estructuras sociales de las comunidades judías de la Edad Media hasta los albores de la segunda guerra mundial hacían  especial énfasis en la ayuda a los pobres y a los necesitados. Existían grupos que se ocupaban de proveer de dote a las jóvenes que carecían de posibilidades, de extender créditos y préstamos sin intereses a las personas de escasos recursos económicos. Los fondos para el funcionamiento de todos estos grupos provenían de los aportes de los miembros de las comunidades. Podrían documentarse fácilmente las bases de tzedaká de nuestra propia comunidad en Caracas, y en forma similar, la de comunidades judías en diferentes partes del mundo.

La palabra terumá que identifica a nuestra lectura semanal proviene de la raíz que significa elevación. Contribuir a una causa sagrada y justa es, por lo tanto, una manera de ascender, de escalar personalmente, porque uno transciende sus necesidades inmediatas y se enriquece espiritualmente al atender las solicitudes del prójimo. El poder dar es muy superior al tener que recibir.

El Mishkán contenía una serie de elementos que luego formarían parte de la estructura del Beit HaMikdash, que es el Templo de Jerusalem. Hay planos y detalles específicos para la elaboración de los utensilios y objetos que albergaba este Mishkán. Había un arón, el arca de madera, recubierto por una lámina de oro, que contenía las piedras sobre las cuales estaban grabados los Diez Mandamientos. La cubierta de esta arca, kapóret en hebreo, era de oro macizo y tenía la efigie de dos keruvim en sus extremos. (Según nuestros jajamim estos keruvim tenían la apariencia de dos bebés). Sobre una mesa de madera, shulján, recubierta con una lámina de oro, se colocaba el léjem hapanim, los panes siempre presentes. Una menorá, una lámpara confeccionada de un trozo de oro martillado, de siete brazos, uno de los cuales siempre permanecía encendido, completaba una parte esencial del Mishkán. Además de los postes y de las telas que formaban la estructura exterior, se construyó un mizbéaj, un altar de madera para ofrecer los sacrificios indicados. En cada uno de estos renglones se señalan las medidas exactas para su construcción y elaboración.

Nuestras sinagogas están construidas siguiendo el plano esencial del Mishkán. El arón hakódesh o hejal contiene los rollos de la Torá (en la ausencia de las dos piedras originales con los Diez Mandamientos que de todas maneras no podrían estar presentes simultáneamente en todas las sinagogas). El ner tamid, una luz que siempre permanece encendida, recuerda la luz eterna de un brazo de la menorá, cuya réplica está presente en nuestra sinagoga. La mesa desde la cual se dirigen los rezos, ocupa el lugar del shulján de los panes.

En la sinagoga de la Unión Israelita de Caracas se escogieron deliberadamente ciertos materiales para su terminación. El arquitecto y escultor Harry Abend seleccionó el acero inoxidable y el bronce para hacer alusión a la terumá, a la contribución de oro, plata y cobre que se solicitó a nuestros antepasados según el texto de nuestra lectura semanal. La cúpula de la sinagoga está revestida de elementos que simbolizan las “nubes” que señalaron el camino para la travesía del desierto. Los emblemas de las doce tribus ubicadas en el entorno de esta cúpula son una manifestación de la unidad esencial entre ashkenazim y sefaradim, entre los que provienen de Polonia y los que llegaron de Marruecos, porque todos somos los descendientes de Yaacov, el padre de aquellos que encabezaron y dieron nombre a las doce tribus.

EL PUEBLO ELEGIDO POR DIOS

TERUMÁ

Una de las fuentes del antisemitismo se encuentra en la idea cristiana de que Dios retiró la preferencia que tenía por el pueblo hebreo debido a sus pecados, en particular por no reconocer la divinidad de uno de sus hijos. La escogencia original fue canjeada por el Cristianismo, mientras que los hebreos fueron condenados a ser errantes, a deambular por el mundo sin tierra propia. Así lo argumenta el Cristianismo. Por ello, el establecimiento del moderno Estado de Israel planteó un dilema a la fe cristiana y explica la renuen- cia y tardanza por establecer relaciones diplomáticas con Israel.

El Talmud acopia la siguiente polémica: “Un cristiano le dijo a Rabí Janiná, después de la destrucción (del Beit HaMikdash), ustedes (los judíos) están en un estado de impureza, tal como reza (el libro Eijá) ‘su impureza se pega a sus faldas’. Le respondió Rabí Janiná: ‘Ven y ve lo que está escrito, (la Presencia Divina) permanece entre ellos incluso en su estado de impureza’. Mientras el Cristianismo soste- nía que por sus pecados Dios había anulado la escogencia del pueblo hebreo, Rabí Janiná argumentó que la escogen- cia del pueblo hebreo era un hecho irreversible.

¿Acaso Dios escogió al pueblo hebreo porque observó que tenía una disposición previa a la moralidad? Rambam argumenta en Moré Nevujim que tal como es imposible indagar por qué Dios decidió crear el universo, de manera similar no se puede descifrar la razón específica por la escogencia del pueblo hebreo. Las limitaciones del intelecto humano impiden conocer cuáles son los argumentos que inclinaron al Creador por esta decisión. Además, no se puede

concebir que Dios haya cambiado de opinión, una vez que escogiera al pueblo hebreo. Jok natán veló yaavor, inclu- so las leyes de la naturaleza se rigen por leyes inmutables que Dios estableció.

Aunque las decisiones Divinas son incontrovertibles, los errores del pueblo hebreo producen el castigo, aunque no se altere el estado de su escogencia. Efectivamente, su “elección” implica que Dios juzga a este pueblo con mayor severidad. Se exige más de quien fue seleccionado para una misión: “llevar el ideal monoteísta a la Humanidad”.

Por otro lado, el pueblo hebreo no se hace eco del lamento de Tevye en la pieza teatral El violinista sobre el tejado, cuando le pide a Dios: “¿Por qué no escoges otro pueblo?”. Tevye siente que el pueblo está cansado de soportar los embates del antisemitismo y la discriminación como un resultado de su elección. El pueblo hebreo no puede desechar la responsabilidad implícita en la escogencia Divina, hecho que se convirtió en su destino. Esta condición expli- ca, tal vez, la diferencia con la cual se le juzga y explica por qué a diferencia de otros pueblos de la Antigüedad, el hebreo nunca fue asimilado por otros pueblos y mantiene su identidad prístina hasta el presente.

Cabe destacar que la “escogencia” ha exigido que el pueblo hebreo se esmere por mantener un nivel intelectual y espiritual superior. La tarea de servir como Or lagoyim, “un faro o luz para las naciones” que le fue otorgada, le ha impuesto una conducta ejemplar, porque siempre se exige más del Estado de Israel, que desde un punto de vista democrá- tico humano es injusto, pero desde una perspectiva espiritual se justifica debido a la “escogencia Divina” de este pueblo. Sería triste pensar que el cumplimiento de las Mits- vot durante milenios no ha producido un cambio funda- mental en la esencia del hebreo, incluso entre aquellos que no observan los mandatos de la Torá pero que son portado- res de los genes de sus antepasados.

Existen ciertas características nacionales que dan testimonio del efecto de esta “escogencia”. La práctica de la Tse- daká es desmesurada, cuantitativa y cualitativamente, cuan- do se le compara con la misma práctica de otras naciones. El apego por el estudio y la solidaridad que demuestra por sus congéneres no tienen parangón. No hay duda que el mayor anhelo del Estado de Israel es convivir en paz en la región con todos sus vecinos y así poner en práctica su destino de ser Or lagoyim, tanto en el campo intelectual como en el económico, social y espiritual.

EL DOMINIO DE LAS PASIONES

TERUMÁ

Moshé tuvo grandes dificultades con la elaboración de la Menorá, el candelabro cuya luz debía irradiar el recinto interno, el Kódesh HaKodashim, del Mishkán, y que siglos más tarde alumbraría el Beit HaMikdash. Esta dificultad se hizo presente con otros elementos que debían ser incluidos en el Mishkán. Parece que el problema fundamental para Moshé era cómo Dios, un Ser Infinito, podía ser contenido en un recinto limitado que ocupa un área específica. Aparentemente se trataba de una transición. Mientras que Dios se había manifestado de manera pública, especialmente en Egipto, a través de las diez plagas; después de la revelación en el monte Sinaí, se comunicará a través de un recinto particular en el Mishkán, y en el futuro más lejano proyectará su voz desde el lugar de los Keruvim que estaban sobre el Kapóret, la tapa de oro macizo del Arón HaKódesh del Beit HaMikdash de Yerushaláyim.

Desde un comienzo, el mundo había sido creado dentro de los cánones de la dialéctica, había que elegir entre opciones: el bien y el mal, lo que es ético y lo inmoral. Había que escoger entre materia y espiritualidad. O tal vez, el ser humano tenía que aprender a sintetizar la materia con el espíritu, a convivir con elementos aparentemente antagónicos, tarea que luce lógica, porque el hombre contiene ambos elementos en su ser. El reto de la vida puede ser visto como la resolución del conflicto entre el deber y la pasión, la obligación y el pasatiempo, la Mitsvá y el llamado del deseo carnal.

La tarea fundamental del hombre de fe es instrumentar un clima de armonía entre estos impulsos adversos. Para la construcción del Mishkán se exigió el aporte de metales preciosos: oro, plata y cobre, lanas y cueros, todo ello con colores vívidos que contrastan con la idea de que Dios no se hace presente dentro de un marco de opulencia sino, por el contrario, dentro de un entorno de simpleza. El donativo necesario para hacer el Mishkán obligó al pueblo a hacer una elección. ¿Se desprendería del oro para un objetivo noble? Está claro que el aporte al Mishkán era una enseñanza acerca de la doble función de las cosas. El avaro no puede desprenderse de su oro, es su invaluable tesoro, pero al mismo tiempo vemos que del oro se puede elaborar un candelabro que simbolice la luz del conocimiento. El Talmud y otras tradiciones abundan en el ejemplo de la lengua que puede ser un manjar delicioso cuando proviene de un animal, mientras que la lengua humana puede edificar y destruir, puedeser utilizada para enseñar o tal vez para calumniar.

En el Gan Eden sólo había una regla que obedecer para recordar la existencia de un solo Dios, a quien se debía adoración.

La regla era muy simple: no comer del fruto del árbol prohibido. Se confió tal vez en que el intelecto humano podía deducir, por sí solo, cuáles son las reglas o el comportamiento que conduce a la convivencia social y al desarrollo emocional y espiritual de la persona. No se menospreció el elemento material, porque el hombre está compuesto de cuerpo y alma. El intelecto humano tenía el reto de incorporar o elevar el componente material a un nivel espiritual.

La pasantía de la primera pareja en el Gan Eden fue de corta duración. Adam y Javá fueron expulsados para que apreciaran el fruto del sudor de su frente y a través del dolor valoraran su descendencia.

Los Korbanot que serían ofrendados en la Casa Sagrada tenían el propósito de “lekarev”, acercar el hombre a Dios, aproximar la materia al espíritu. Al desprenderse de un animal, al ofrecer parte de sus bienes para la construcción del Mishkán, el hebreo que había salido de la esclavitud egipcia demostró que estaba dominando sus deseos, que no se inclinaba ante ellos. El aporte tenía que ser acorde con asher yidvenu libó, “lo que el corazón permita”, la victoria de la fe sobre el deseo de la acumulación de posesiones.

El aprendizaje tuvo efecto, porque incluso después de la destrucción de ambas edificaciones del Beit HaMikdash, las diversas persecuciones y exilios tuvieron el efecto de afianzar la noción de que por encima de lo material está el ingrediente espiritual; lo que había sido acumulado en el orden material podía ser arrebatado, pero quedaba intacto o tal vez fortalecido el elemento espiritual.

LA MENORÁ Y LA INTANGIBILIDAD DE DIOS

Parashá TERUMÁ

Nuestros capítulos contienen, con minucioso detalle e instructivos precisos, los elementos necesarios para la construcción del Mishkán, el Tabernáculo: el Santuario de Dios que acompañará al pueblo hebreo durante su larga travesía por el desierto. Siglos más tarde, el rey Shelomó construirá el Beit HaMikdash, basado en las instrucciones recibidas para el levantamiento del Mishkán.

Los exégetas se identifican con el asombro expresado en el Midrash que cuestiona la lógica del instructivo divino.

Suponen que Moshé reflexionó: “Dios, Tú nos ordenas hacer un Santuario y al mismo tiempo sabemos que los cielos que no te pueden contener”. Esta afirmación presenta el dilema fundamental de la percepción hebrea de un Dios que no puede ser representado de manera física o material alguna y la necesidad de erigir un Templo, una morada para ese Dios. Por ello, los jajamim concluyeron que estos instructivos no pueden ser cuestionados, porque no están sujetos a un proceso lógico: el mandato del Mishkán era problemático.´

No obstante que la Torá, por ejemplo, ofrece una explicación precisa con referencia a la elaboración de la Menorá, según la óptica de los exégetas, Moshé tuvo dificultad con su fabricación. Dios tuvo que mostrarle un modelo celestial que pudiera copiar. El sitio de la Menorá estaba delante del Parójet, la cortina que separaba al Arca que contenía las Tablas de la Ley, como si para Dios fuese necesaria una luz que alumbrara el camino al lugar más sagrado del recinto.

Al contrario, el texto bíblico afirma que había nubes luminosas que Dios había creado para guiar al pueblo durante su largo viaje por el desierto. ¿Acaso Dios necesita luz, cuando Él es la fuente de toda luz que creó como primer acto en Bereshit y exclamó: “Yehí or”, “que se cree la luz”? Está claro que el Mishkán había sido una concesión divina a la necesidad humana de “representar” una idea: dar un contenido concreto a un ideal netamente espiritual. El Mishkán no había sido erigido para dar cabida terrenal a Dios: su propósito era satisfacer la necesidad humana de “ubicar” a Dios en un lugar específico, no obstante que al mismo tiempo tendrá que reconocer que el universo es “demasiado pequeño” para contener a Dios.

En el pensamiento panteísta, Dios es sinónimo de la naturaleza, pero de acuerdo con el judaísmo, Dios está más allá de la naturaleza, porque la naturaleza y el universo son creaciones de Dios.

El profesor Moshe Sokolow cita al gran rabino de Israel Harav Kook, quien en una alocución sabática sugirió que la Menorá demostraba el encuentro entre Dios y el hombre: era un punto de intersección entre el aspecto divino y el factor humano. Mientras que los Diez Mandamientos habían sido promulgados por Dios, quien entregó las Tablas de la Ley a Moshé, la Menorá requería la intervención humana.

El modelo era divino pero el encendido era humano. Siendo el efecto fundamental de la Menorá la luz que irradia, la tradición establece una ecuación: luz es igual a juicio y conocimiento. Más aún: cada uno de los brazos representa un nivel o paradigma de sabiduría, mientras que la luz del medio simboliza la sabiduría infinita de Dios.

Según Rambam, sólo el Kohén puede preparar y limpiar la Menorá, mientras que toda persona puede encenderla. Si se equipara la luz con la sabiduría, es posible que el dictamen de Rambam implique que el conocimiento puede provenir de fuentes diferentes. Los griegos, por ejemplo, dejaron un legado muy importante a la Humanidad, que Rambam absorbió a través de filósofos árabes como Avicena. Este hecho es representado por las recomendaciones y consejos que Moshé había recibido de su suegro Yitró, un sacerdote gentil.

No obstante el misterio representado por el Mishkán y sus componentes, los jajamim encontraron ideas y simbolismo espiritual en sus elementos y nunca “personificaron” a Dios, ni fueron seducidos por interpretaciones ilusas que pudieran comprometer su fe en un Dios irrepresentable por elemento alguno del universo, producto de Su misma creación.

Desde el Tabernáculo hasta la sinagoga

TERUMÁ - Éxodo XXV - XXVII,19

IMG_0245Los capítulos anteriores promulgan algunas de las diversas leyes y preceptos según los cuales debemos regir nuestras vidas. Sirven para explicar que los Diez Mandamientos no son la suma total del judaísmo, sino que se requiere una minuciosa atención a los más mínimos detalles de la vida personal y social. (Hay quienes consideran que los Diez Mandamientos contienen, o constituyen la suma de todas las mitsvot de la Torá). Cabe destacar que la gran mayoría de estas leyes son instrucciones dirigidas al individuo. Los Diez Mandamientos,por ejemplo, no fueron enunciados en el plural. “No matarás”, reza uno de esos mandamientos, utilizando el singular en la segunda persona. Aunque reconocemos la necesidad de legislar para la comunidad en su totalidad, como se demuestra con el establecimiento de arei miklat, las ciudades de refugio para quienes, sin la intención de hacerlo cometieron un crimen capital. La abrumadora mayoría de las leyes, sin embargo, está dirigida al individuo. De tal modo, el judaísmo señala que cada tiene una responsabilidad personal ineludible pero el logro del bienestar común y en la conducta moral y ética dentro del marco de la sociedad.

Esta noción de la responsabilidad individual es consecuente con el relato bíblico de la creación del hombre. En Bereshit, Dios crea un solo hombre y una sola mujer, ellos son la suma total de la sociedad humana y quienes perciben la totalidad del universo. Por lo tanto, según nuestros jajamim, debemos considerar que la existencia y el futuro del mundo dependen de las acciones individuales de cada uno de nosotros. Tal vez ésta sea la enseñanza primordial del judaísmo, a excepción de nuestra concepción de la existencia de un solo Dios. La enseñanza básica es la responsabilidad individual en el ejercicio del libre albedrío y, simultáneamente, el de la santidad de la vida individual. En el judaísmo no se puede exponer una sola vida humana en beneficio de muchos. Cada ser humano tiene un valor espiritual infinito y por lo tanto dos vidas no valen más que una sola vida.

         Moshé tarda cuarenta días y cuarenta noches en el Monte Sinaí para recibir la Torá con sus detalladas explicaciones. El pueblo se inquieta por la tardanza de Moshé e insta para que se le construya una deidad visible y palpable, que se traduce en el éguel hazahav, un becerro de oro. Este hecho es detallado en capítulos posteriores. Pero a raíz de esta rebelión, a escasos días de la revelación Divina, viene una concesión. Dios decide la construcción de un templo, de un tabernáculo portátil el que será simbólicamente. Su habitación durante la travesía por el desierto y permitirá visualizar de manera material el contenido espiritual que se deseaba transmitir. Siglos más tarde, el rey Shelomó construirá el primer Beit HaMikdash que es un Templo para el servicio de Dios sobre el mismo monte en el cual Avraham demostró su disposición a ofrecer como un sacrificio a su único hijo Yitsjak.

Para los efectos de la construcción de este tabernáculo que se denomina Mishkán en nuestro texto, Dios instruye a Moshé para que solicite la contribución de los materiales requeridos. Se necesitaba oro, plata y cobre; lana azul y roja; tintes y pieles de animales; maderas y aceites; especies y piedras preciosas. Desde los días del nacimiento de nuestro pueblo en adelante, la noción de contribución, terumá en el texto de la Torá, formará parte de la vida cotidiana comunitaria judía.

La noción de caridad es ajena al vocabulario judío. La palabra tsedaká que usualmente utilizamos para traducir el concepto de caridad, proviene de la raíz tsédek que significa justicia. En nuestra concepción, es “justo” compartir con los menos afortunados. La tsedaká es obligatoria y no voluntaria. La ayuda al prójimo y el compartir la abundancia no están basados en el concepto de “amor”, sino en la obligatoriedad que exige la noción de justicia. El mundo está basado sobre tres pilares, dicen nuestros jajamim, y tsedaká es uno de ellos.

En realidad, la vida social, religiosa, cultural y educativa de la comunidad judía contiene el factor de tsedaká como un ingrediente esencial. Las estructuras sociales de las comunidades judías de la Edad Media hasta los albores de la segunda guerra mundial hacían especial énfasis en la ayuda a los pobres y a los necesitados. Existían grupos que se ocupaban de proveer de dote a las jóvenes que carecían de posibilidades, de extender créditos y préstamos sin intereses a las personas de escasos recursos económicos. Los fondos para el funcionamiento de todos estos grupos provenían de los aportes de los miembros de las comunidades. Podrían documentarse fácilmente las bases de tsedaká de nuestra propia comunidad en Caracas, y en forma similar, la de comunidades judías en diferentes partes del mundo.

La palabra terumá que identifica a nuestra lectura semanal proviene de la raíz que significa elevación. Contribuir a una causa sagrada y justa es, por lo tanto, una manera de ascender, de escalar personalmente, porque uno transciende sus necesidades inmediatas y se enriquece espiritualmente al atender las solicitudes del prójimo. El poder dar es muy superior al tener que recibir.

El Mishkán contenía una serie de elementos que luego formarían parte de la estructura del Beit HaMikdash, que es el Templo de Jerusalem. Hay planos y detalles específicos para la elaboración de los utensilios y objetos que albergaba este Mishkán. Había un arón, el arca de madera, recubierto por una lámina de oro, que contenía las piedras sobre las cuales estaban grabados los Diez Mandamientos. La cubierta de esta arca, kapóret en hebreo, era de oro macizo y tenía la efigie de dos keruvim en sus extremos. (Según nuestros jajamim estos keruvim tenían la apariencia de dos bebés). Sobre una mesa de madera, shulján, recubierta con una lámina de oro, se colocaba el léjem hapanim, los panes siempre presentes. Una menorá, una lámpara confeccionada de un trozo de oro martillado, de siete brazos, uno de los cuales siempre permanecía encendido, completaba una parte esencial del Mishkán. Además de los postes y de las telas que formaban la estructura exterior, se construyó un mizbéaj, un altar de madera para ofrecer los sacrificios indicados. En cada uno de estos renglones se señalan las medidas exactas para su construcción y elaboración.

Nuestras sinagogas están construidas siguiendo el plano esencial del Mishkán. El arón hakódesh o hejal contiene los rollos de la Torá (en la ausencia de las dos piedras originales con los Diez Mandamientos que de todas maneras no podrían estar presentes simultáneamente en todas las sinagogas). El ner tamid, una luz que siempre permanece encendida, recuerda la luz eterna de un brazo de la menorá, cuya réplica está presente en nuestra sinagoga. La mesa desde la cual se dirigen los rezos, ocupa el lugar del shulján de los panes.

En la sinagoga de la Unión Israelita de Caracas se escogieron deliberadamente ciertos materiales para su terminación. El arquitecto y escultor Harry Abend seleccionó el acero inoxidable y el bronce para hacer alusión a la terumá, a la contribución de oro, plata y cobre que se solicitó a nuestros antepasados según el texto de nuestra lectura semanal. La cúpula de la sinagoga está revestida de elementos que simbolizan las “nubes” que señalaron el camino para la travesía del desierto. Los emblemas de las doce tribus ubicadas en el entorno de esta cúpula son una manifestación de la unidad esencial entre ashkenazim y sefaradim, entre los que provienen de Polonia y los que llegaron de Marruecos, porque todos somos los descendientes de Yaacov, el padre de aquellos que encabezaron y dieron nombre a las doce tribus.