Absolución, purificación y arrepentimiento – El precepto número seiscientos trece

NITSAVIM Deuteronomio XXIX,9 - XXX - VAYÉLEJ Deuteronomio XXI

La lectura de nuestros capítulos coincide con el período anual de los Yamim Noraim, los días espiritualmente solemnes, Rosh HaShaná y Yom Kipur. Estos días deben ser dedicados a la teshuvá que es el retorno a nuestras raíces (que incluye el arrepentimiento por las fallas cometidas) y la búsqueda de la kapará que es el perdón Divino. Nuestro texto hace referencia a este tema al afirmar veshavtá ad HaShem Eloheja veshamatá bekoló, que quiere decir y retornarás (hasta) a Él y escucharás (acatarás) Su voz.

Harav Soloveitchik diferencia entre los dos vocablos kapará que quiere decir expiación o absolución y tahará que significa purificación. Así reza el texto en el Séfer Vayikrá, ki vayom hazé yejaper alejem letaher etjem, mikol jatotejem, lifnei HaShem titeharu, que quiere decir por cuanto ese día (el kohén gadol) hará expiación por vosotros, para purificaros de todos vuestros pecados ante el Eterno. Citando nuestra tradición, Soloveitchik señala que el propio día de Yom Kipur nos otorga kapará, que es la absolución. Pero, tahará que es una especie de purificación (de limpieza espiritual) tiene que ser lograda por cada uno de nosotros.

El judaísmo considera que toda falta o pecado produce un castigo como consecuencia de este. En otras palabras, pecado y castigo constituyen un par, un binomio. El pecado nos conduce, invariablemente, a ciertos resultados nefastos. Según una Mishná, sejar averá, averá, significa que el castigo por los pecados es el tener que vivir con la culpa emocional de haber cometido el error. En otra Mishná, en cambio, leemos sejar mitsvá behai alma leka, que quiere decir que en este mundo no se recibe la recompensa (y el castigo) por las acciones. Pero, en algún momento y en algún lugar las consecuencias de nuestras acciones se manifiestan.

El día de Yom Kipur es el momento de la absolución Divina por los errores cometidos. Tal como los mandatarios terrestres tienen la prerrogativa de otorgar el perdón, así también el Creador nos perdona anualmente por nuestros errores. Nuestros jajamim, con el probable propósito de evitar que se abuse de la generosidad Divina, nos advierten que uno no debe llevar una vida alegre y despreocupada, sin controles, pensando que el día de Yom Kipur nos absuelve totalmente. Podemos considerar que Yom Kipur nos otorga una nueva oportunidad en la vida. Conceptualmente afirmamos, hagamos borrón y cuenta nueva. Una vez cumplido el castigo (y en Yom Kipur perdonado por Dios) el pecado queda borrado y anulado.

Cabe entonces preguntarnos, ¿volverá acaso esta persona a pecar de nuevo?  Una vez obtenido el perdón Divino, ¿qué impide que la persona vuelva a reincidir en los mismos errores, que cometa nuevas faltas? Es aquí donde introducimos el concepto de tahará, que como dijimos quiere decir purificación. Con kapará se obtiene el perdón, pero la noción de tahará sugiere un cambio radical en la personalidad del ser humano, para que no reincida en los errores del pasado. La absolución puede venir desde afuera, pero la transformación de la personalidad tiene que venir desde adentro, de nuestro más profundo fuero. Hay quienes critican nuestros sistemas carcelarios porque castigan, pero no transforman al criminal. En algunas oportunidades, se convierten más bien en cursos de postgrado para los pequeños malhechores a quiénes endurecen y fortalecen en su camino criminal.

Adín Steinzaltz cita una fábula en la que los animales de la selva decidieron hacer teshuvá porque concluyeron que sus pecados eran la causa de sus males. El tigre y el lobo admiten que acechan y matan a otros animales y se les perdona por su crimen. Después de todo es parte de la naturaleza de estos animales el acosar y devorar a otras criaturas que son más débiles. Así, cada uno de los animales se confiesa en voz alta y es perdonado por sus faltas. Finalmente, la oveja dice que en una oportunidad se comió la paja que servía de forro para las botas de su amo. Todos los demás animales concluyen de inmediato que esa era la causa de todos sus males. Procedieron a sacrificar a la oveja y consideraron que con ese acto de ajusticiamiento habían obtenido, para todos, el perdón deseado. La moraleja obvia de que el mundo está dispuesto a perdonar a los fuertes, pero que es implacable con los débiles, es posiblemente, una interpretación superficial de la fábula. Para Steinzaltz la enseñanza de la fábula reside en nuestra disposición personal de enfrentar únicamente los pecadillos. De esta manera nos escapamos de la ineludible necesidad de un examen profundo, de nuestro espíritu. Evitamos el doloroso enfrentamiento con nuestras grandes fallas, que es lo que permite iniciar el proceso de tahará, la purificación, y que puede darse solamente cuando se produce un cambio de personalidad radical.

Teshuvá es el retorno hacia el prototipo ideal del judío. Este retorno requiere remontarse al pasado y reescribir los sucesos, como si fuera posible revivir lo ocurrido. No es suficiente el arrepentimiento por lo sucedido. Es necesario trasladarse en un eje temporal hacia el pasado, enfrentar la misma situación que condujo al error, y actuar, esta vez, (desde el punto de vista de la metafísica) decisiva firmemente, moral y responsablemente. Si nuestro presente y futuro dependen en gran medida de nuestras actuaciones pasadas, es obvio que debemos revivir lo sucedido en forma diferente, para que la influencia de ese pasado también sea diferente en nuestro comportamiento futuro.

Para dar comienzo a un sincero proceso de teshuvá se requiere llegar a la conclusión, en las palabras del profeta Hoshea, ki jashaltá baavoneja, “porque tropezaste en tu iniquidad.” Cuando sentimos el vacío de nuestras vidas, la falta de dirección y de sentido en nuestra existencia, estamos afirmando ki jashalta baavoneja y permitimos el inicio del proceso de teshuvá. Teshuvá carece de final. Teshuvá es un proceso de acercamiento hacia las raíces, que nunca termina, porque nunca llega. Así dice el citado Hoshea, shuva Israel ad HaShem Eloheja, que quiere decir retorna Israel, ad, “hasta” (acercándonos cada vez más, pero obviamente sin poder llegar a la divinidad propia) el Señor, tu Dios. El versículo de nuestro texto semanal que citamos inicialmente también menciona el retorno ad, el acercarse, porque es imposible llegar al Ser que es infinito, con pisadas humanas las que por definición son finitas.

Teshuvá requiere que se descarten las conductas que condujeron al error, y se asuman nuevas estructuras de comportamiento. Desde cierto punto de vista, de lo que se trata es de canalizar en una nueva dirección los impulsos, que en el pasado nos llevaron al pecado. Así dicen nuestros jajamim, si no fuera por el yétser hará, que es la inclinación hacia el mal, el hombre no se casaría, ni construiría un hogar. El yétser hará, es tan sólo una predisposición que puede ser modificada a fin de derivarla hacia una dirección distinta a la anterior. Teshuvá es imponer una orientación diferente y positiva tanto a nuestra vida como a nuestro modo de ser.

VAYÉLEJ

El precepto número seiscientos trece

Deuteronomio XXI

El tema de nuestro texto son los últimos días de Moshé. Es el momento de la transferencia del manto del liderazgo a Yehoshua. Jazak veemats, “sé fuerte y valiente”, le dice Moshé a Yehoshua, por la doble tarea que tenía por delante: servir de líder a un pueblo que había calificado de am keshé óref, “un pueblo de dura cerviz”, y enfrentar la difícil empresa que significaba el próximo inicio de la campaña para la conquista de Erets Israel.

Moshé escribe el texto de la Torá y hace entrega de este a los kohanim, los sacerdotes y a los zekenim, los ancianos, que constituyen la dirigencia espiritual del pueblo. La Torá es el documento que da testimonio del berit, el pacto entre el Creador y Su pueblo. Moshé ordena que esta Torá sea leída cada siete años en la festividad de Sucot, en una convocatoria especial denominada Hakhel. Según los jajamim, en esa ocasión el mélej Israel, que era el rey, leía la Torá en voz alta. Al mismo tiempo señalan cuáles eran los capítulos del séfer Devarim que tenía que recitar. La selección del mélej para la lectura pública de la Torá en presencia de las masas, constituye un honor muy singular. Pero, tal vez, la intención era totalmente diferente. El propósito más probable fue el de establecer el marco debido e imponer un límite a los poderes del mélej, quien tiene que regirse por las mitsvot contenidas en la Torá. Estas mitsvot eran conocidas por todos. Porque Moshé, también le dice al pueblo, veatá kitevú lajem, que quiere decir y ahora escríbanlo ustedes, palabras que nuestros jajamim interpretan como la obligación individual de escribir un ejemplar de la Torá. La escritura de la Torá es la última mitsvá y es la número seiscientos trece.

Aun cuando uno reside en una comunidad donde hay una sinagoga con un Séfer Torá, es necesario aparentemente, escribir un ejemplar de este texto sagrado. En caso de la pérdida de ese ejemplar, uno debe escribir nuevamente una Torá. (Por lo tanto, al donar mi Torá a una sinagoga, continúo bajo la obligación de escribir otro ejemplar). Según Rabenu Asher, la finalidad de la escritura individual de la Torá es para que sea utilizada como un texto de estudio. Dado que estamos acostumbrados a los libros, (los libros no abundaban en épocas anteriores porque se copiaban a mano) uno se identifica con el espíritu de esta mitsvá adquiriendo ejemplares del Tanaj, la Mishná, el Talmud y sus comentarios. El Talmud afirma, sin embargo, que, si uno recibe una Torá como parte de una herencia paterna, este hecho no lo exime de la mitsvá de escribir la Torá. Se puede deducir, por lo tanto, que el estudio no es la única razón de esta mitsvá, si lo fuera, en este caso no sería necesario escribir un nuevo texto. La Torá recibida en herencia podría utilizarse para el estudio.

Hay quienes sostienen que la razón de escribir individualmente la Torá, aun cuando se haya recibido un ejemplar por herencia, tiene el propósito de aumentar el número de Sifrei Torá en la comunidad. Este razonamiento, apoya nuestro argumento anterior donde sostenemos que el propósito de la escritura es motivar el estudio. Porque el disponer de más ejemplares de la Torá, permite que un número mayor de personas tenga la posibilidad de estudiar su contenido. Por lo tanto, por el hecho de donar una Torá a una sinagoga, contribuyo a ampliar el alcance de su uso.

La importancia de la Torá en la vida judía le otorga un lugar de privilegio y de veneración (recordando siempre que la Torá es sagrada, únicamente, porque contiene la palabra revelada de Dios). Existen numerosos relatos acerca de personas que tuvieron que abandonar todas sus posesiones en tiempos de guerra, pero que lograron rescatar, cargándolos consigo en todo momento, los rollos de la Torá pertenecientes a su familia. Según Rambam se puede vender una Torá, solamente si el producto de esa venta se utiliza para la continuación de los estudios sagrados o para brindarle a una joven la posibilidad de casarse.

El mélej Israel tenía que escribir un ejemplar adicional de la Torá. El primero de estos ejemplares, en cumplimiento de su obligación como la de todo judío, se guardaba en el lugar donde estaba el tesoro del reino. El segundo ejemplar tenía que estar con él en todo momento. Cuando iba a la guerra, durante un juicio, o en caso de algún litigio. Así leímos en capítulos anteriores de Devarim, vehaytá imó vekará vo kol yemei jayav, que quiere decir y (la Torá) estará con él (el rey de Israel) y la leerá todos los días de su vida. Prosigue este pasuk señalando el propósito de este segundo ejemplar de la Torá, lemaan yilmad leyirá et HaShem Elohav lishmor et kol divrei haTorá hazot veet hajukim haele laasotam, que quiere decir para que aprenda (el rey) a temer al Eterno su Dios y sepa cumplir todas las palabras de esta Ley y sus preceptos.

Indudablemente, el principal aporte espiritual del pueblo judío a la humanidad es, su concepción monoteísta de la Divinidad. El judaísmo afirma que existe un solo Dios, que es el Creador de todo el universo, y todo lo que existe proviene de El. Por eso, nadie nació para ser superior a otro. Todos provenimos de la misma fuente. Sin embargo, propongo que la Torá (y en especial la interpretación del Talmud de este texto escrito) es nuestro distintivo especial y extraordinario. En ausencia de Torá, no hay judaísmo.

El estudio de los textos de la Torá es la dedicación religiosa más importante. La Mishná nos enseña que Talmud Torá kenégued kulam, que el estudio de la Torá es primordial y que tiene prioridad sobre otras actividades. Por lo tanto, el talmid jajam, el estudioso y conocedor de estos textos sagrados, ocupa un lugar de privilegio en la sociedad judía. A modo de ilustración se puede decir que se ha establecido una ecuación entre la Torá y el talmid jajam. Nuestra tradición le otorga personalidad propia al rollo de la Torá. Por ejemplo, cuando un ejemplar de la Torá se inutiliza porque los pergaminos han sufrido un deterioro tal que su reparación ya no es posible, esa Torá debe enterrarse como en el caso de un ser humano. La relación que se establece entre el estudioso y el texto sagrado se asemeja a la de dos interlocutores que tienen vida y personalidad individuales.

El estudio de la Torá no se limita a la actividad intelectual. El talmid jajam se involucra emocional y espiritualmente con la Torá. Tal como la tradición judía le asigna personalidad al día Shabat, al referirse a Shabat malketá, que quiere decir la reina de Shabat y se anticipa con fervor su llegada a través del servicio religioso denominado Kabalat Shabat, también se le otorga a la Torá características que usualmente son reservadas para los humanos. El estudio de la Torá se convierte en un diálogo entre el estudioso y el texto sagrado. Tal vez sea ésta una razón adicional para el requisito que un sofer, que es un escriba, tenga que escribir los rollos, letra por letra. En la escritura de un ejemplar de la Torá se requiere la apropiada kavaná que es la intención religiosa y por lo tanto, un ejemplar impreso es ritualmente inválido. El sofer tiene que escribir el texto de su puño y letra y de tal modo se enseña que la Torá necesita de la interacción con el ser humano. lo bashamáyim hi, “(la Torá) no está en los cielos”, es la expresión, en un capítulo anterior, para destacar su cercanía y relevancia. Al mismo tiempo es evidente que el estudio y cumplimiento (befija uvilevavejá laasotó) de las normas que contiene, constituyen la esencia de la condición judía.

Absolution, Purification and Repentance – Precept Number Six Hundred and Thirteen

NITSAVIM - Deuteronomy XXIX, 9 - XXX VAYELECH - Deuteronomy XXI

The reading of our chapters coincides with the annual period of the Yamim Noraim, the spiritually solemn days, Rosh HaShana, and Yom Kippur. These days should be dedicated to teshuvah, which is the return to our roots (which includes repentance for mistakes made) and the search for kapara, which is Divine forgiveness. Our text refers to this issue by stating veshavta ad HaShem Eloheja veshamata bekolo, which means and you will return (to) Him and hear (obey) His voice.

Harav Soloveitchik differentiates between the two words kapara, which means expiation or absolution, and tahara, which means purification. Thus reads the text in the Sefer Vayikra: ki vayom haze yechaper alechem letaher etchem, mikol chatotechem, lifnei HaShem titeharu, which means because on that day (the Kohen Gadol) will make atonement for you, to purify you from all your sins before the Eternal . Citing our tradition, Soloveitchik points out that Yom Kippur itself grants us kapara, which is absolution. But, tahara that it is a kind of purification (of spiritual cleansing) has to be achieved by each one of us.

Judaism considers that every fault or sin produces a punishment as a consequence of it. In other words, sin and punishment constitute a pair, a binomial. Sin invariably leads us to certain dire results. According to a Mishnah, sechar avera, avera, means that the punishment for sins is having to live with the emotional guilt of having made the mistake. In another Mishnah, however, we read sechar mitsva behai alma leka, which means that in this world you do not receive reward (and punishment) for actions. But, at some point and somewhere the consequences of our actions manifest themselves.

The day of Yom Kippur is the moment of Divine absolution for the mistakes made. Just as earthly rulers have the prerogative to grant forgiveness, so the Creator annually forgives us for our mistakes. Our Chachamim, with the probable purpose of preventing Divine generosity from being abused, warn us that one should not lead a joyous, carefree life without control, thinking that the day of Yom Kippur totally absolves us. We can consider that Yom Kippur gives us a new chance in life. Conceptually we affirm, let’s start a clean slate. Once the punishment is completed (and on Yom Kippur forgiven by God) the sin is erased and nullified.

It is then worth asking ourselves, will this person ever sin again? Once Divine forgiveness has been obtained, what prevents the person from repeating the same mistakes again, from committing new mistakes? It is here where we introduce the concept of tahara, which as we said means purification. With kapara, forgiveness is obtained, but the notion of tahara suggests a radical change in the personality of the human being, so that he does not relapse into the mistakes of the past. The absolution can come from outside, but the transformation of the personality has to come from within, from the deepest of our being. There are those who criticize our prison systems because they punish, but do not transform the criminal. At times, they become more like postgraduate courses for petty criminals whom they harden and strengthen in their criminal path.

Adin Steinzaltz quotes a fable in which the jungle animals decided to do teshuva because they concluded that their sins were the cause of their evils. The tiger and the wolf admit that they stalk and kill other animals and are forgiven for their crime. After all, it is part of the nature of these animals to harass and devour other creatures that are weaker. Thus, each of the animals confesses aloud and is forgiven for their faults. Finally, the sheep says that on one occasion it ate the straw that served as lining for its master’s boots. All other animals immediately conclude that this was the cause of all their ills. They proceeded to sacrifice the sheep and considered that with that act of execution they had obtained, for all, the desired forgiveness. The obvious moral that the world is willing to forgive the strong but is unforgiving of the weak is possibly a superficial interpretation of the fable. For Steinzaltz the teaching of the fable lies in our personal disposition to face only the peccadilloes. In this way, we escape from the inescapable need for a deep examination of our spirit. We avoid the painful confrontation with our great faults, which is what allows us to start the process of tahara, purification, and which can only occur when a radical personality change occurs.

Teshuva is the return to the ideal prototype of the Jew. This return requires going back to the past and rewriting the events as if it were possible to relive what happened. Regret for what happened is not enough. It is necessary to move on a temporal axis towards the past, face the same situation that led to the error, and act, this time, (from the point of view of metaphysics) decisively, firmly, morally and responsibly. If our present and future depend to a great extent on our past actions, it is obvious that we must relive what happened in a different way, so that the influence of that past is also different in our future behavior.

To begin a sincere teshuva process requires reaching the conclusion, in the words of the prophet Hoshea, ki chashaltá baavonecha, “because you stumbled in your iniquity.” When we feel the emptiness of our lives, the lack of direction and meaning in our existence, we are affirming ki chashalta baavonecha and allowing the teshuva process to begin. Teshuva has no end. Teshuva is a process of approaching the roots, which never ends. Thus, says the aforementioned Hoshea, shuva Israel ad HaShem Elohecha, which means Israel return, ad, “until” (getting closer and closer, but obviously without being able to reach our own divinity) the Lord, your God. The verse of our weekly text that we initially cited also mentions the return, ad, the approaching, because it is impossible to reach the Being that is infinite, with human footprints which by definition are finite.

Teshuva requires that the behavior that led to the error be discarded, and new structures of behavior be assumed. From a certain point of view, it implies we channel in a new direction the impulses, that led us to sin in the past. This is what our chachamim say, if it weren’t for the yetser hara, which is the evil inclination, man would not marry, nor would he build a home. The yetser hara is just a predisposition that can be modified in order to divert it to a different direction. Teshuva means to impose a different and positive orientation both to our life and our way of being.

VAYELECH

Precept number six hundred and thirteen

Deuteronomy XXI

The subject of our text is the last days of Moshe. It is time for the transfer of the mantle of leadership to Yehoshua. Chazak veemats, “be strong and courageous,” Moshe tells Yehoshua, for the double task ahead of him: serving as a leader to a people that he had described as am keshe oref, “a stiff-necked people,” and facing the difficult undertaking that meant the next start of the campaign for the conquest of Erets Israel.

Moshe writes the text of the Torah and delivers it to the kohanim, the priests and the zekenim, the elders, who constitute the spiritual leadership of the people. The Torah is the document that bears witness to the berit, the covenant between the Creator and His people. Moshe orders this Torah to be read every seven years on the Sukkoth holiday, in a special convocation called Hakhel. According to the Chachamim, on this occasion the Melech Israel, the king, read the Torah aloud. At the same time, they instruct which chapters of Sefer Devarim had to be recited. The selection of the Melech for the public reading of the Torah in the presence of the masses is a very unique honor. But, perhaps, the intention was totally different. The most likely purpose was to establish the proper framework and impose a limit on the powers of the melech, who must abide by the mitsvot contained in the Torah. These mitsvot were known to all. Because Moshe also tells the people, veata kitevu lachem, which means “and now write it”, words that our Chachamim interpret as the individual obligation to write a copy of the Torah. The Torah scripture is the last mitsva and it is number six hundred and thirteen.

Even when one resides in a community where there is a synagogue with a Sefer Torah, it is apparently necessary to write a copy of this sacred text. In case of loss of that copy, one must rewrite a Torah. (Therefore, by donating my Torah to a synagogue, I remain under an obligation to write another copy.) According to Rabbenu Asher, the purpose of individual Torah writing is to be used as a study text. Since we are used to books (books were not abundant in earlier times because they were copied by hand) one identifies with the spirit of this mitzvah by acquiring copies of the Tanach, the Mishnah, the Talmud, and their commentaries. The Talmud states, however, that if one receives a Torah as part of parental inheritance, this fact does not exempt him from the mitzvah of writing the Torah. It can be deduced, therefore, that study is not the only reason for this mitzvah, if it were, in this case, it would not be necessary to write a new text. The inherited Torah could be used for the study.

There are those who maintain that the reason for writing the Torah individually, even when a copy has been received by inheritance, is for the purpose of increasing the number of Sifrei Torah in the community. This reasoning supports our previous argument where we consider that the purpose of writing is to motivate the study. Because having more copies of the Torah allows a greater number of people to have the opportunity to study its content. Therefore, by donating a Torah to a synagogue, I am helping to expand the scope of its use.

The importance of the Torah in Jewish life gives it a place of privilege and veneration (always remembering that the Torah is sacred only because it contains the revealed word of God). There are numerous accounts of people who had to abandon all their possessions in times of war, but who managed to rescue, carrying them with them at all times, the Torah scrolls belonging to their family. According to Rambam, a Torah can be sold only if the proceeds of that sale are used for the continuation of sacred studies or to give a young woman the possibility of marriage.

The Melech Israel had to write an additional copy of the Torah. The first of these copies, in fulfillment of its obligation like that of every Jew, was kept in the place where the kingdom’s treasure was. The second copy had to be with him at all times. When he went to war, during a trial, or in the event of a dispute. So, we read in previous chapters of Devarim, vehayta imo vekara vo kol yemei chayav, which means and (the Torah) will be with him (the King of Israel) and he will read it every day of his life. This pasuk continues pointing out the purpose of this second copy of the Torah, lemaan yilmad leyira et HaShem Elohav lishmor et kol divrei haTorah hazot veet hachukim haele laasotam, which means so that he (the king) learn to fear the Eternal his God and know how to fulfill all the words of this Law and its precepts.

Undoubtedly, the main spiritual contribution of the Jewish people to humanity is their monotheistic conception of the Divine. Judaism affirms that there is only one God, who is the Creator of the entire universe, and everything that exists comes from Him. Therefore, no one was born to be superior to another. We all come from the same source. However, I propose that the Torah (and especially the Talmud’s interpretation of this written text) is our special and extraordinary hallmark. In the absence of Torah, there is no Judaism.

The study of the texts of the Torah is the most important religious dedication. The Mishnah teaches us that Talmud Torah keneged kulam, that the study of Torah is paramount and that it takes precedence over other activities. Therefore, the talmid chacham, the scholar and connoisseur of these sacred texts, occupies a privileged place in Jewish society. By way of illustration, it can be said that an equation has been established between the Torah and the talmid chacham. Our tradition gives the Torah scroll its own personality. For example, when a copy of the Torah is rendered useless because the scrolls have suffered deterioration beyond repair, that Torah must be buried as in the case of a human being. The relationship established between the scholar and the sacred text is similar to that of two interlocutors who have individual lives and personalities.

Torah study is not limited to intellectual activity. The talmid chacham becomes emotionally and spiritually involved with the Torah. Just as Jewish tradition assigns personality to Shabbat, when referring to Shabbat Malketa, which means the Queen of Shabbat and her arrival is fervently anticipated through the religious service called Kabbalat Shabbat, the Torah is also given characteristics that are usually reserved for humans. The study of the Torah becomes a dialogue between the scholar and the sacred text. Perhaps this is an additional reason for the requirement that a sofer, who is a scribe, has to write the scrolls, letter by letter. In writing a copy of the Torah, the proper kavana is required which is the religious intention, and therefore a printed copy is ritually invalid. The sofer has to write the text in his own hand and thereby we learn that the Torah needs interaction with a human being. Lo bashamayim hi, “(the Torah) is not in heaven,” is the expression, in a previous chapter, to highlight its closeness and relevance. At the same time, it is evident that the study and fulfillment (beficha uvilevavecha laasoto) of the norms it contains constitute the essence of the Jewish condition.

EL PROCESO DE LA REDENCIÓN

NITSAVIM

Atem nitsavim hayom kulejem lifnei HaShem, “ustedes están todos presentes hoy delante de Dios”, son las primeras pala- bras de nuestros capítulos. El “hoy” se refiere, según Rashí, al día de la muerte de Moshé y por ello, estas palabras constitu- yen su último testamento. Dado que la Torá no le asigna una fecha específica al vocablo “hoy”, este día podría interpretar- se como el presente para cada persona. La enseñanza que se desprende es que el individuo debe actuar en todo momento tal como si estuviera en la “presencia” de Dios. Mensaje muy adecuado para el mes de Elul, mes que precede Rosh HaShaná y en el cual se da lectura pública a este texto.

En esta ocasión, Moshé renueva el Brit, el pacto entre Dios y el pueblo hebreo. Más aún, hace hincapié en el hecho de que el pacto incluye no solamente a los presentes sino también a quienes no están en ese momento: las generaciones futuras. Nuevamente tenemos una prueba de una confusión de los tiempos: el presente y el futuro se conjugan, los padres pueden asumir obligaciones que comprometen a sus descendientes. Por ello, las tragedias que acontecen al pueblo son una consecuencia de su desobediencia del compromiso asumido. Desobediencia que se traducía en la antigüedad de la idolatría reinante y que producía la ira del Dios único.

Los próximos capítulos, Veyélej, describen la ceremonia de Hakhel que se realizaba cada siete años, ceremonia durante la cual se daba lectura pública a la Torá con el propósito de Lemaan hishmeú ylemaan yilmedú, que sus instructivos sean escuchados y aprendidos. Esta lectura pública Veyareú et HaShem Eloheijem veshamerú laasot, producirá el temor por Dios que conducirá, a su vez, al cumplimiento de todas las palabras (ordenanzas) contenidas en la Torá. De esta manera se renovaba cada siete años el Brit, el pacto que Dios había concluido con el pueblo, según el cual Dios protegerá a los hebreos mientras que estos cumplirán con el conjunto de normas contenidas en la Torá, leyes que asegurarán su sobrevivencia sobre la faz de la tierra.

Por otro lado, la desventura y la tragedia serán el producto del incumplimiento del Brit. Más aún, Veanojí haster astir panai, “Dios seguramente esconderá su faz”, no sentiremos más su presencia porque no participará en el desarrollo del destino del pueblo. Para el hombre de fe, este hecho puede ser el castigo mayor, el aparente desinterés de Dios por su suerte. No obstante, la Torá ofrece la resolución de este dilema existencial causado por la “ausencia de Dios”, tal como algunos sugieren sucedió durante el período de mayor oscuridad que produjo el Holocausto en el siglo pasado. La resolución del dilema consiste en el renovado y extraordinario ímpetu del estudio de la Torá que presenciamos en las últimas décadas.

De acuerdo con las Sagradas Escrituras, la historia de la Humanidad tiene un telos, un propósito final que conduce a la redención. Porque eventualmente se producirá Veshavtá ad HaShem…, “Y retornarás a Dios…”. Basándose en estos versículos, Rabí Naftalí Zvi Yehudá Berlín, conocido como el Netsiv, ofrece una agenda para el proceso de la redención. La primera etapa testimoniará el renacer de la espiritualidad en el seno del pueblo judío, hecho que será acompañado por un renovado aprecio por el judío en el seno de los pueblos del mundo. El resultado de esta situación será un retorno masivo a la Tierra ancestral. Luego, Dios mismo, acudirá a los lugares más remotos para devolver a las pequeñas comunidades a esa misma tierra. Este evento no será puntual, en el sentido que afectará solo a la gente de esos días, sino que su efecto será duradero para todas las generaciones siguientes.

De acuerdo con el Talmud, la redención se materializará con la reconstrucción del Beit HaMikdash en Yerushaláyim, hecho que propiciará la llegada del Mashíaj, el redentor que pondrá fin al sufrimiento del pueblo hebreo y dará inicio a una etapa de entendimiento y paz para la Humanidad. Esta etapa mesiánica propiciará una metamorfosis en el corazón del ser humano que lo conducirá a amar a Dios, amor que se profundiza en la tierra de Israel. Porque en la diáspora, incluso una persona muy religiosa no puede alcanzar el auténtico amor por Dios. Porque Veatem Hadeveikim baHaShem, estar “adherido” a Dios sólo puede concretarse en la tierra de Israel.

EL PROCESO DE LA REDENCIÓN

NITSAVIM

Atem nitsavim hayom kulejem lifnei HaShem, “ustedes están todos presentes hoy delante de Dios”, son las primeras palabras de nuestros capítulos. El “hoy” se refiere, según Rashí, al día de la muerte de Moshé y por ello, estas palabras constituyen su último testamento. Dado que la Torá no le asigna una fecha específica al vocablo “hoy”, este día podría interpretarse como el presente para cada persona. La enseñanza que se desprende es que el individuo debe actuar en todo momento tal como si estuviera en la “presencia” de Dios. Mensaje muy adecuado para el mes de Elul, mes que precede Rosh HaShaná y en el cual se da lectura pública a este texto.

En esta ocasión, Moshé renueva el Brit, el pacto entre Dios y el pueblo hebreo. Más aún, hace hincapié en el hecho de que el pacto incluye no solamente a los presentes sino también a quienes no están en ese momento: las generaciones futuras. Nuevamente tenemos una prueba de una confusión de los tiempos: el presente y el futuro se conjugan, los padres pueden asumir obligaciones que comprometen a sus descendientes. Por ello, las tragedias que acontecen al pueblo son una consecuencia de su desobediencia del compromiso asumido. Desobediencia que se traducía en la antigüedad de la idolatría reinante y que producía la ira del Dios único.

Los próximos capítulos, Veyélej, describen la ceremonia de Hakhel que se realizaba cada siete años, ceremonia durante la cual se daba lectura pública a la Torá con el propósito de Lemaan hishmeú ylemaan yilmedú, que sus instructivos sean escuchados y aprendidos. Esta lectura pública Veyareú et HaShem Eloheijem veshamerú laasot, producirá el temor por Dios que conducirá, a su vez, al cumplimiento de todas las palabras (ordenanzas) contenidas en la Torá. De esta manera se renovaba cada siete años el Brit, el pacto que Dios había concluido con el pueblo, según el cual Dios protegerá a los hebreos mientras que estos cumplirán con el conjunto de normas contenidas en la Torá, leyes que asegurarán susobrevivencia sobre la faz de la tierra.

Por otro lado, la desventura y la tragedia serán el producto del incumplimiento del Brit. Más aún, Veanojí haster astir panai, “Dios seguramente esconderá su faz”, no sentiremos más su presencia porque no participará en el desarrollo del destino del pueblo. Para el hombre de fe, este hecho puede ser el castigo mayor, el aparente desinterés de Dios por su suerte. No obstante, la Torá ofrece la resolución de este dilema existencial causado por la “ausencia de Dios”, tal como algunos sugieren sucedió durante el período de mayor oscuridad que produjo el Holocausto en el siglo pasado. La resolución del dilema consiste en el renovado y extraordinario ímpetu del estudio de la Torá que presenciamos en las últimas décadas.

De acuerdo con las Sagradas Escrituras, la historia de la Humanidad tiene un telos, un propósito final que conduce a la redención. Porque eventualmente se producirá Veshavtá ad HaShem…, “Y retornarás a Dios…”. Basándose enestos versículos, Rabí Naftalí Zvi Yehudá Berlín, conocido como el Netsiv, ofrece una agenda para el proceso de la redención. La primera etapa testimoniará el renacer de la espiritualidad en el seno del pueblo judío, hecho que será acompañado por un renovado aprecio por el judío en el seno de los pueblos del mundo. El resultado de esta situación será un retorno masivo a la Tierra ancestral. Luego,

Dios mismo, acudirá a los lugares más remotos para devolver a las pequeñas comunidades a esa misma tierra. Este evento no será puntual, en el sentido que afectará solo a la gente de esos días, sino que su efecto será duradero para todas las generaciones siguientes.

De acuerdo con el Talmud, la redención se materializará con la reconstrucción del Beit HaMikdash en Yerushaláyim, hecho que propiciará la llegada del Mashíaj, el redentor que pondrá fin al sufrimiento del pueblo hebreo y dará inicio a una etapa de entendimiento y paz para la Humanidad.

Esta etapa mesiánica propiciará una metamorfosis en el corazón del ser humano que lo conducirá a amar a Dios, amor que se profundiza en la tierra de Israel. Porque en la diáspora, incluso una persona muy religiosa no puede alcanzar el auténtico amor por Dios. Porque Veatem Hadeveikim baHaShem, estar “adherido” a Dios sólo puede concretarse en la tierra de Israel.

PACTO CON LOS PRESENTES Y LOS AUSENTES y CORREREMOS TRAS DE TÍ

Parashá NITSAVIM y VAYÉLEJ

En el transcurso de sus últimas palabras, Moshé exhorta al pueblo judío a seguir por el sendero de las mitsvot, conducir sus vidas de acuerdo a los dictámenes de la Torá. Todo ello basado en un Berit, un pacto que el pueblo hizo, un compromiso asumido sólo por los allí presentes, parados ante el Creador, sino incluso con la anuencia de los ausentes en aquel día. De esta manera, Moshé destaca que la relación del pueblo judío con Dios es una relación eterna, incluso con las generaciones futuras.

Aunque este pacto luce determinante para el destino del pueblo judío, cabe preguntar: ¿cómo se puede comprometer a quienes no están presentes? ¿Es posible acaso decidir por las generaciones que aún no han visto la luz del día? Varios exegetas deliberan acerca de esta dificultad, entre ellos Rav Yitsjak Arama, autor de Akedat Yitsjak. En efecto, argumenta Arama, este tipo de pacto no puede tener vigencia legal, porque en la tradición judía los hijos no pagan la culpa de los padres, ni los padres la culpa de los hijos. Cada quien debe asumir la responsabilidad por sus propias acciones.

Y una generación no debería poder comprometer a otra generación futura. Yitsjak Arama argumenta que la relación entre Dios y el pueblo judío no se rige por las normas de otras relaciones.

El amor de Dios por el pueblo judío no depende de la existencia material del pueblo, es un fenómeno que tiene tal vigor que su cancelación es inconcebible. Tal como una persona no puede negar su propia identidad, de la misma manera es inconcebible que el pueblo judío se separe de Dios y Sus leyes. La relación del pueblo judío con Dios forma parte del código genético de este pueblo; por lo tanto, asumir que las generaciones futuras también están obligadas por el mismo Berit es una manera alterna de describir la naturaleza intrínseca del judío.

Cuando un judío cumple la Torá no es por voluntad propia, el resultado del libre albedrío, sino que, por herencia, está condicionado para un comportamiento acorde con la mitsvá.

Rambam cuestiona el ordenamiento de Kofín otó, cuando se obliga a un esposo a divorciarse de su esposa en el caso de que el Beit Din así lo considere. Está claro que el divorcio se puede realizar únicamente de acuerdo con la voluntad del esposo. Incluso, el Beit Din de Rabenu Gershom Maor Hagolá introdujo una restricción adicional: no se puede divorciar a una mujer sin su consentimiento previo. Por ello, ¿cómo se puede convalidar un divorcio, en el caso que se obligó al esposo hacerlo?

Rambam responde sugiriendo que en el alma del esposo está el deseo de hacer lo correcto, sólo que en este caso algún sentimiento erróneo le está colocando impedimentos y dificultades. Por ello, al obligar al esposo a efectuar el divorcio, incluso bajo coerción, se está permitiendo que sus deseos más profundos salgan a relucir. Porque en última instancia, desea cumplir con la ley y la voluntad del Beit Din que representa la halajá. Al forzar al esposo a otorgar el Guet, el divorcio, se quita el obstáculo emocional que le impide hacer lo propio.

El significativo retorno de muchos miembros del pueblo judío a las tradiciones ancestrales en lo que se denomina el “movimiento de los Baalei Teshuvá” es tal vez una manifestación de ese deseo íntimo y profundo que aflora bajo circunstancias que sirven de agente catalítico para los sentimientos que siempre existieron de manera pasiva en el fuero interno de la persona.

En el Kuzarí de Yehudá HaLeví, el argumento que sustenta la fe en el Creador y la veracidad de la Torá es el hecho de que la revelación Divina no se produjo en la intimidad, no fue un hecho privado, sino un evento público; la revelación se produjo ante toda la masa del pueblo judío que había participado en el éxodo de Egipto. Ese evento alteró el contenido genético del pueblo judío y cada uno de los descendientes futuros tiene impresa sobre su alma aquella experiencia única.

De esta manera, el estudio de la Torá no es una experiencia totalmente novedosa para el judío. Aunque vea por primera vez un texto, la vivencia es tal como si volviera a un lugar que ya ha visitado en el pasado. El estudio se convierte en un repaso, porque cada judío forma parte del colectivo que estuvo presente en aquel momento histórico.

VAYÉLEJ

CORREREMOS TRAS DE TÍ

Los últimos mensajes han sido dados y ahora se implementa la transmisión de mando a Yehoshúa con la exhortación pública Jazak Veemats, “debes ser fuerte y estar preparado para la batalla”, porque la conquista de la Tierra Prometida será una prueba de la voluntad del pueblo y de su fe en Dios. Porque así como Dios participó activamente durante la travesía por el desierto para vencer a Sijón y Og, los reyes de Emor, de igual manera, el Creador estará al lado de Yehoshúa y el pueblo durante el proceso de la conquista. De acuerdo con el Talmud, Moshé escribió el texto de la Torá, capítulo por capítulo, sección por sección, durante los cuarenta años del viaje por el desierto. Ahora plasma la última entrega y entrega formalmente el texto completo a los Kohanim y a los ancianos del pueblo.

Una antigua tradición afirma que cuando Moshé adjudicó la Torá a los Kohanim, integrantes de su propia tribu –la de Leví–, el resto del pueblo protestó porque no le entregaron también una copia del documento. Manifestaron que, en el futuro, los Kohanim podrían alegar que sólo ellos recibieron la Torá. Moshé se mostró contento por la protesta, porque era una señal de que el pueblo estaba comprometido con el mensaje de la Torá. Fue entonces cuando exclamó: “Hoy se han convertido en un pueblo”, porque la Torá y el acatamiento de sus ordenanzas es la razón de existencia del pueblo hebreo.

Moshé indica que es necesario escribir el texto Veatá kitevú lajem et HaShirá hazot, una referencia al poema contenido en Haazinu, que no obstante fue interpretado por los jajamim como la obligación de escribir la Torá completa, un texto que debe incluir este poema. Esta obligación está vigente incluso en el caso en que se recibe un ejemplar de la Torá por herencia. Cada judío debe escribir una Torá. Pero dado que la mayoría no sabemos hacerlo, se puede cumplir la Mitsvá escribiendo al menos una letra de un ejemplar nuevo de la Torá.

De acuerdo con Rabí Baruj HaLeví Epstein, autor de Torá Temimá, la Mitsvá no radica en la posesión de un Séfer Torá, sino en “escribir” el texto, porque de esta manera se incrementan los ejemplares en la comunidad y un número cada vez mayor de personas podrán estudiar la Torá.

Unos capítulos atrás, Moshé había vaticinado que incluso después de la conquista puede venir el exilio que requerirá también la intervención Divina: Veshav HaShem Eloheja et shevutejá…, “Y Dios retornará tu cautiverio…”.

Muchos exégetas señalan el uso “indebido” de la palabra Veshav, porque en su lugar hubiera sido apropiada la palabra Veheshiv, “y hará retornar”. Basándose en un Midrash, los intérpretes apuntan que la Shejiná, la Presencia Divina, acompañó al pueblo durante el período de exilio. Por lo tanto, el vocablo Veshav se refiere al retorno de Dios junto con el retorno del pueblo a la tierra ancestral. Como una muestra de su misericordia, Dios se autoexila, figurativamente, como una señal de empatía por la suerte del pueblo judío.

Según Rashí, la palabra Veshav sugiere que Dios toma de la mano a cada persona que retorna a la Tierra Prometida. De esta manera, Rashí personaliza el proceso del retorno y del arrepentimiento en general, tema muy apropiado, especialmente en los días próximos a Rosh HaShaná. Aunque el imperativo acerca de no caer en la idolatría y la necesidad del retorno son advertencias colectivas, enunciadas al pueblo en su totalidad, desde cierta perspectiva, son conceptos cuyo blanco es el individuo.

Mi maestro, Harav Yosef Dov HaLeví Soloveitchik, señala que existen dos maneras para salir de una situación de Tum’á, la impureza ritual. El primero es a través de la inmersión en una Mikvé. El segundo es por intermedio de Haza’á, cuando otra persona salpica agua sobre el individuo. Mientras que en el primer caso el individuo puede actuar solo, a través de la inmersión de la totalidad de su cuerpo, en el segundo caso se necesita la colaboración de otra persona, la persona que salpica el agua. Este segundo caso está representado por la “mano” extendida de Dios, concepto implícito en el vocablo Veshav. Tal idea se repite en Shir HaShirim en el versículo: Moshjeni ajareja narutsa, “Hálame, correremos tras ti”, cuando se interpreta: “Hálame, (Dios, provee el primer impulso), (luego) correremos tras ti”.

Absolución, purificación y arrepentimiento

Deuteronomio XXIX,9 - XXX - NITZAVIM

         La lectura de nuestros capítulos coincide con el período anual de los Yamim Noraim, los días espiritualmente solemnes, Rosh HaShaná y Yom Kipur. Estos días deben ser dedicados a la teshuvá que es el retorno a nuestras raíces (que incluye el arrepentimiento por las fallas cometidas) y la búsqueda de la kapará que es el perdón Divino. Nuestro texto hace referencia a este tema al afirmar veshavtá ad HaShem Eloheja veshamatá bekoló, que quiere decir y retornarás (hasta) a El y escucharás (acatarás) Su voz.

         Harav Soloveitchik diferencia entre los dos vocablos kapará que quiere decir expiación o absolución y tahará que significa purificación. Así reza el texto en el Séfer Vayikrá, ki vayom hazé yejaper alejem letaher etjem, mikol jatotejem, lifnei HaShem titeharu, que quiere decir por cuanto ese día (el kohén gadol) hará expiación por vosotros, para purificaros de todos vuestros pecados ante el Eterno. Citando nuestra tradición, Soloveitchik señala que el propio día de Yom Kipur nos otorga kapará, que es la absolución. Pero, tahará que es una especie de purificación (de limpieza espiritual) tiene que ser lograda por cada uno de nosotros.

         El judaísmo considera que toda falta o pecado produce un castigo como consecuencia del mismo. En otras palabras, pecado y castigo constituyen un par, un binomio. El pecado nos conduce, invariablemente, a ciertos resultados nefastos. Según una Mishná, sejar averá, averá, significa que el castigo por los pecados es el tener que vivir con la culpa emocional de haber cometido el error. En otra Mishná, en cambio, leemos sejar mitzvá behai alma leka, que quiere decir que en este mundo no se recibe la recompensa (y el castigo) por las acciones. Pero, en algún momento y en algún lugar las consecuencias de nuestras acciones se manifiestan.

         El día de Yom Kipur es el momento de la absolución Divina por los errores cometidos. Tal como los mandatarios terrestres tienen la prerrogativa de otorgar el perdón, así también el Creador nos perdona anualmente por nuestros errores. Nuestros jajamim, con el probable propósito de evitar que se abuse de la generosidad Divina, nos advierten que uno no debe llevar una vida alegre y despreocupada, sin controles, pensando que el día de Yom Kipur nos absuelve totalmente. Podemos considerar que Yom Kipur nos otorga una nueva oportunidad en la vida. Conceptualmente afirmamos, hagamos borrón y cuenta nueva. Una vez cumplido el castigo (y en Yom Kipur perdonado por Dios) el pecado queda borrado y anulado.

         Cabe entonces preguntarnos, ¿volverá acaso esta persona a pecar de nuevo? Una vez obtenido el perdón Divino, ¿qué impide que la persona vuelva a reincidir en los mismos errores, que cometa nuevas faltas? Es aquí donde introducimos el concepto de tahará, que como dijimos quiere decir purificación. Con kapará se obtiene el perdón, pero la noción de tahará sugiere un cambio radical en la personalidad del ser humano, para que no reincida en los errores del pasado. La absolución puede venir desde afuera, pero la transformación de la personalidad tiene que venir desde adentro, de nuestro más profundo fuero. Hay quienes critican nuestros sistemas carcelarios porque castigan pero no transforman al criminal. En algunas oportunidades, se convierten más bien en cursos de postgrado para los pequeños malhechores a quiénes endurecen y fortalecen en su camino criminal.

         Adín Steinzaltz cita una fábula en la que los animales de la selva decidieron hacer teshuvá porque concluyeron que sus pecados eran la causa de sus males. El tigre y el lobo admiten que acechan y matan a otros animales y se les perdona por su crimen. Después de todo es parte de la naturaleza de estos animales el acosar y devorar a otras criaturas que son más débiles. Así, cada uno de los animales se confiesa en voz alta y es perdonado por sus faltas. Finalmente, la oveja dice que en una oportunidad se comió la paja que servía de forro para las botas de su amo. Todos los demás animales concluyen de inmediato que esa era la causa de todos sus males. Procedieron a sacrificar a la oveja y consideraron que con ese acto de ajusticiamiento habían obtenido, para todos, el perdón deseado. La moraleja obvia de que el mundo está dispuesto a perdonar a los fuertes, pero que es implacable con los débiles, es posiblemente, una interpretación superficial de la fábula. Para Steinzaltz la enseñanza de la fábula reside en nuestra disposición personal de enfrentar únicamente los pecadillos. De esta manera nos escapamos de la ineludible necesidad de un examen profundo, de nuestro espíritu. Evitamos el doloroso enfrentamiento con nuestras grandes fallas, que es lo que permite iniciar el proceso de tahará, la purificación, y que puede darse solamente cuando se produce un cambio de personalidad radical.

         Teshuvá es el retorno hacia el prototipo ideal del judío. Este retorno requiere remontarse al pasado y re-escribir los sucesos, como si fuera posible revivir lo ocurrido. No es suficiente el arrepentimiento por lo sucedido. Es necesario trasladarse en un eje temporal hacia el pasado, enfrentar la misma situación que condujo al error, y actuar, esta vez, (desde el punto de vista de la metafísica) decisiva firmemente, moral y responsablemente. Si nuestro presente y futuro dependen en gran medida de nuestras actuaciones pasadas, es obvio que debemos revivir lo sucedido en forma diferente, para que la influencia de ese pasado también sea diferente en nuestro comportamiento futuro.

         Para dar comienzo a un sincero proceso de teshuvá se requiere llegar a la conclusión, en las palabras del profeta Hoshea, ki jashaltá baavoneja, “porque tropezaste en tu iniquidad.” Cuando sentimos el vacío de nuestras vidas, la falta de dirección y de sentido en nuestra existencia, estamos afirmando ki jashalta baavoneja y permitimos el inicio del proceso de teshuvá. Teshuvá carece de final. Teshuvá es un proceso de acercamiento hacia las raíces, que nunca termina, porque nunca llega. Así dice el citado Hoshea, shuva Israel ad HaShem Eloheja, que quiere decir retorna Israel, ad, “hasta” (acercándonos cada vez más, pero obviamente sin poder llegar a la divinidad propia) el Señor, tu Dios. El versículo de nuestro texto semanal que citamos inicialmente, también menciona el retorno ad, el acercarse, porque es imposible llegar al Ser que es infinito, con pisadas humanas las que por definición son finitas.

         Teshuvá requiere que se descarten las conductas que condujeron al error, y se asuman nuevas estructuras de comportamiento. Desde cierto punto de vista, de lo que se trata es de proceder a canalizar en una nueva dirección los impulsos, que en el pasado nos llevaron al pecado. Así dicen nuestros jajamim, si no fuera por el yétzer hará, que es la inclinación hacia el mal, el hombre no se casaría, ni construiría un hogar. El yétzer hará, es tan sólo una predisposición que puede ser modificada a fin de derivarla hacia una dirección distinta a la anterior. Teshuvá es imponer una orientación diferente y positiva tanto a nuestra vida como a nuestro modo de ser.