Moshé lider, Moshé pastor

KI TISÁ Éxodo XXX,11 - XXXIV

                                         

El censo de nuestros antepasados en el desierto se llevó a cabo a contando las monedas. A cada uno se le exigió un aporte de majtzit hashékel y de esta manera se pudo determinar fácilmente la población total de nuestro pueblo. Se sumó el dinero y el total de los shekalim dividido por la mitad arrojó el número de hebreos. Los jajamim señalan que este aporte de majtzit hashékel fue exigido tres veces. Para la construcción general del Mishkán, que era el tabernáculo del desierto; para los adanim, que son los cuencos que se utilizaron para armar el mismo; y para la adquisición de los animales para el sacrificio diario.

La contribución de majtzit hashékel, la mitad de un shékel (el nombre de la actual unidad monetaria del Estado de Israel) alude al hecho que cuando uno contribuye a alguna causa no puede aspirar a terminarlo todo. El máximo aporte es majtzit, la mitad, porque se requiere usualmente el concurso de personas y factores adicionales. Además, la palabra majtzit sugiere que uno nunca esta al día con sus contribuciones. Por más que uno aporte, apenas puede alcanzar a una mitad de las posibilidades. Es interesante notar que la palabra utilizada en nuestro texto es venatenú, “y darán” que en el original hebreo se puede leer igualmente tanto de derecha a izquierda, como de izquierda a derecha. Este hecho es muy ilustrativo del hecho de que uno recibe en la medida que uno otorga. Gran parte de las relaciones humanas, tales como la amistad, la fraternidad, el amor, son proporcionales a esta interdependencia y el intercambio de los sentimientos entre las partes, que deben actuar en ambos sentidos. Por último, el hecho que los sacrificios diarios eran adquiridos a través de esta contribución pública, hacía que todos participaran del culto en igualdad de condiciones.

Nuestros capítulos hacen mención especial de un tal Betzalel, de la tribu de Yehudá, que fue el artista conceptual y artesano del tabernáculo. (La escuela de artes plásticas de mayor renombre en Israel lleva este nombre). La Torá, al caracterizar a este Betzalel, utiliza la expresión jajam lev, que quiere decir inteligencia de corazón. Esta expresión sugiere que tal vez, en el lenguaje bíblico, la facultad intelectual se ubica en el corazón. Desde luego, nos encontramos únicamente frente a un simbolismo literario. Cuando en nuestro lenguaje cotidiano nos referimos a una persona que posee un buen corazón, ¿acaso estamos afirmando al mismo tiempo que los sentimientos humanos se pueden localizar físicamente en este corazón? En el idioma de la Mishná, en cambio, el corazón es utilizado como el símbolo y el lugar donde se ubican los sentimientos. Por lo tanto, el estudio de nuestros textos requiere que se conozcan las figuras literarias utilizadas en esa época, como las realidades sociales y políticas que predominaban en aquellos días.

La lectura semanal enseña que aun el proceso de la construcción del tabernáculo, que por definición es una labor sagrada, debe regirse por las leyes del Shabat. Este día sagrado es denominado berit olam, que es un pacto eterno. Según el texto, el Shabat es “una señal para siempre” de que el Señor hizo el cielo y la tierra en seis días y en el séptimo día cesó de crear y descansó. De esta manera, una vez más la Torá hace énfasis en la importancia singular del día semanal de descanso, que se ha convertido en el eje de los derechos humanos fundamentales y la base de cualquier legislación sobre el trabajo.

Un tema central de nuestra lectura es la construcción de un éguel hazahav que es un becerro de oro, debido a que Moshé tarda excesivamente en descender del Monte Sinaí. La revolucionaria noción de un solo Dios, único e invisible a la mirada humana, no puede sobrevivir ni a un solo momento de incertidumbre. Aharón, el hermano de Moshé, colabora con la muchedumbre en la elaboración de este ídolo, como una táctica dilatoria ¿(o, tal vez, aprovecha la desaparición de su hermano y se propone asumir el mando accediendo al deseo popular)? Este episodio es trágico en extremo, porque es una demostración de la inestabilidad y de la debilidad de la fe de nuestros antepasados, que a escasos días de la revelación Divina, retroceden al prototipo de la idolatría. Rambán y otros comentaristas sugieren que el “becerro” no es más que una representación física de Moshé, porque al reaparecer este último, cesa rápidamente toda nostalgia por la idolatría que reinaba por doquier en Egipto.

El desarrollo de este momento doloroso, permite que Moshé demuestre su gigantesca personalidad y su espíritu extraordinario. Moshé es el éved HaShem, que quiere decir el sirviente de Dios, por excelencia. Pero igualmente es el líder y el pastor de su pueblo. Como resultado de la adoración del “becerro” por el pueblo, Dios le advierte a Moshé que se propone destruir el “pueblo elegido” para seleccionar otro pueblo al que también será numeroso. Moshé reacciona entonando una súplica razonada y emocional, exclamando shuv mejarón apeja vehinajem al haraá leameja, “reconsidera Tu ira, apiádate y no le hagas mal a Tu pueblo”. Moshé argumenta que los otros pueblos de la tierra concluirán que Dios es impotente para llevar a Su pueblo a la Tierra Prometida. “Recuerda a Tus siervos Avraham, Yitzjak y Yaacov, a quienes prometiste bajo juramento” continua Moshé, utilizando todos los argumentos posibles en defensa de su pueblo, de su rebaño, el que aunque se rebela y desobedece, sigue siendo su familia y su gente.

El Zóhar, la obra magna del mundo de la Kabalá, diferencia entre las plegarias y las súplicas de tres personajes bíblicos claves que son Nóaj, Avraham y Moshé. El Zóhar destaca que cuando Dios le participa a Nóaj que está por destruir a la humanidad y a todo ser viviente, éste reacciona con resignación y sin protesta. En ningún momento se le escucha algún reproche por la decisión Divina. En la concepción de Nóaj, aparentemente, la voluntad de Dios tiene una cualidad absoluta que no permite que el ser humano lo rete o que ponga en tela de juicio Su justicia. En cambio, sugiere el Zóhar, cuando se le informa a Avraham de la inminente destrucción de Sedom y Amorá, se desarrolla en nuestro texto una confrontación entre el hombre y su Dios. ¿Cómo es posible, cuestiona Avraham que quien juzga a toda la tierra no haga justicia? ¿Es posible que se castigue al justo simultáneamente con el malvado? En la concepción de Avraham, Dios tiene que ser correcto, aun al nivel de la limitada comprensión humana. Avraham admite que todo crimen debe recibir su castigo y si los habitantes de Sedom y Amorá son culpables de las inmoralidades señaladas, deben sufrir las consecuencias de sus acciones.

El caso de Moshé es totalmente diferente. Moshé ha presenciado con sus propios ojos el yugo de la esclavitud. Tiene que huir del palacio del Faraón por haber defendido, con sus manos, una de las injusticias que se cometían contra su pueblo. Moshé tiene que luchar contra la “dureza del corazón” del Faraón, pero igualmente tiene que vencer la apatía de su pueblo y su reticencia a enfrentar un futuro de interrogantes e inestabilidad en el desierto. A cada momento recordarán que si en Egipto había seguridad y abundante comida, cuál era entonces la finalidad de ser conducidos a morir en el desierto. ¿No había suficientes sepulturas en el país de las grandes pirámides y de la adoración de los muertos? La relación de Moshé con su pueblo no es objetiva. Existe un cúmulo de experiencias comunes que los unifica. En el lenguaje bíblico, nafshó keshurá benafshó, tal como el alma de Yaacov estaba atada al alma de su hijo menor Binyamín, el espíritu de Moshé estaba compenetrado en una alianza eterna con el geist de su pueblo, el pueblo hebreo.

Nos encontramos frente a un nuevo desarrollo de la relación de afecto y responsabilidad del líder por su comunidad. Para Moshé, aun cuando el pueblo judío peca y yerra, aunque se equivoca y se desvía del camino, no cesa de ser su pueblo. Esta idea reaparecerá en la Mishná con la máxima, Israel af al pi shejatá, Israel hu, “Israel aun cuando peca, continua siendo Israel”.

Lejos de ser el implacable y severo conductor del pueblo judío, Moshé revela poseer la sensibilidad del padre que comprende las fallas y las debilidades de un hijo. Recrimina a este hijo, pero eventualmente perdona porque jamás deja de quererlo. Lo ama incluso en los momentos cuando está más alejado y ha abandonado las enseñanzas paternas, porque un padre nunca deja de abrigar la esperanza, que transforma en convicción, del retorno del hijo al sendero de la moralidad.

RENOVADO COMPROMISO CON LA TORÁ

Parashá KI TISÁ

Mi muy respetado colega y maestro Meir Simhah Feldblum reflexiona acerca de la doble entrega de los Diez Manda- mientos. Basándose en el versículo: “Y tomaron sus lugares al pie de la montaña”, los jajamim comentaron: “De allí se aprende que el Santo, Bendito sea Él, forzó la montaña sobre ellos como un gran receptáculo, diciendo: ‘Si aceptan la Torá, bien, y si no, aquí encontrarán su sepultura”. Esta enseñanza conduce a pensar que según la visión de los jajamim, el pueblo judío podía subsistir únicamente si se com- portaba de acuerdo a la Torá y sus leyes. Porque la conviven- cia en sociedad exige un comportamiento acorde a un conjunto de normas morales para evitar la ineluctable destrucción mutua.

Por otro lado, la figura de la montaña que caería sobre el pueblo en caso de no aceptar la Torá, implica la coerción, o sea que el pueblo aceptó la Torá, forzosamente en un momento cuando aún tenía insuficiente información acerca de su contenido y desconocía cuál sería la consecuencia de regir su conducta de acuerdo con un código que aún no había aprendido. Se debe tomar en cuenta que los hebreos habían obtenido la libertad apenas unas semanas antes, des- pués de siglos de opresión, y estaban comprometiéndose con la Torá con escasa preparación emocional y espiritual.

No debe extrañar que ante la primera eventualidad incierta, la mera tardanza de Moshé en descender el monte Sinaí, retornaran al ambiente idólatra de Egipto a través de la construcción de un ídolo, el Éguel Hazahav, un becerro de oro que simbolizó una deidad o tal vez se trataba de un reemplazo del ausente Moshé.

La entrega de los Diez Mandamientos fue precedida por truenos y relámpagos que anunciaron el evento histórico: la revelación directa de la voluntad de Dios a la Humanidad. De ese momento en adelante, el hombre tendría un código formal y escrito que señalaría la ruta del bienestar material, emocional y espiritual. Lamentablemente, la extraordinaria escenificación no impidió el fracaso, y por ello, tal vez, la segunda entrega de los Diez Mandamientos se realizó en un escenario modesto.

Se debe agregar, sin embargo, que para las Segundas Tablas de la Ley hubo una preparación educativa y de refle- xión. Moshé pidió a Dios: “Enséñame tu Gloria para que te conozca” y Dios le reveló Sus atributos de justicia y piedad, cualidades que forman parte de la esencia Divina. Los atributos de Dios tenían que servir de modelo para el compor- tamiento humano, porque tal como Él es misericordioso, así también lo debe ser el ser humano. Esta vez, un modelo de comportamiento ético sirvió de preparación para recibir nuevamente los Diez Mandamientos.

El elemento fundamental que acompañó a las Segundas Tablas de la Ley fue la revelación de un conjunto de normas adicional: la Ley Oral. Dios le había encomendado a Moshé: “Escribe…, porque de acuerdo (al pi) con estos mandamientos…”, y los jajamim interpretaron “al pi” como si fuera “al pe”, una referencia a la Torá shebealpé, la Ley Oral. Esta vez, Moshé transmitió al pueblo una serie de normas adicionales que aclararon muchos principios contenidos en la Torá escrita.

Cabe destacar que un milenio después, en la época de Mordejai y la reina Ester, nuestros antepasados se comprometieron nuevamente y de manera irrevocable a cumplir todos los preceptos de la Torá. Transcurridas las etapas de la conquista de la Tierra de Israel, el período de los jueces y monarcas, y la construcción y destrucción del Primer Templo de Jerusalén, el pueblo adquirió la suficiente sofistica- ción y experiencia para aceptar con conocimiento de causa y responsabilidad el cumplimiento de la Torá. Existían enseñanzas adicionales que servirían de marco para la Torá. Fel- blum destaca la importancia de las enseñanzas de los primeros sabios citados en Pirkei Avot que exhortaron tres elementos: “Juzguen con deliberada conciencia, formen muchos discípulos y erijan una cerca alrededor de la Ley”.

La justicia, la transmisión de los valores a las nuevas generaciones y la protección de la Torá de quienes podrían alterar sus principios, conformaron la base que permitió una nueva aceptación consciente de la Torá en la época de Ezrá, el precursor del Segundo Templo de Jerusalén. Especialmente, la reflexión y la enseñanza en las escuelas que cubrieron el mapa de la comunidad judía facilitaron la transmisión “inteligente” de los principios morales y evita- ron que floreciera la superstición y el fanatismo ciego.

En realidad, el compromiso del cumplimiento de los preceptos de la Torá es una tarea que cada generación debe renovar. Cada época produce ideas y retos que exigen una respuesta que sólo se produce a través del continuo estudio y profundización en los ideales de la Torá. La Torá contiene “verdades eternas” que deben ser traducidas y entendidas de acuerdo con la realidad intelectual y social del momento histórico.

RECONFIRMACIÓN DE LA TORÁ ORAL

Parashá Ki Tisá

Uno de los episodios centrales de estos capítulos es la elaboración del Éguel Hazahav, el becerro de oro que debía sustituir a Moshé cuando se asumió su fallecimiento. Este hecho produjo la ira de Dios, quien ordenó a Moshé que descendiera del monte Sinaí para apreciar personalmente lo ocurrido.

Después de destruir el ídolo y castigar a los culpables, Moshé implora el perdón Divino, ofreciendo su propia vida, si fuese necesario, como condición para mitigar el desengaño de Dios debido al comportamiento desleal del pueblo hebreo. Recibido el perdón Divino, Moshé asciende nuevamente al Sinaí, esculpe los Diez Mandamientos sobre dos tablas de piedra, a diferencia de las primeras tablas, que fueron elaboradas y grabadas por Dios.

El Midrash relata dos versiones diferentes acerca de la reacción de los hebreos. De acuerdo con la primera versión, el pueblo exclamó la célebre frase Naasé venishmá, “cumpliremos y entenderemos”, con la cual señalaron su disposición de acatar la palabra de Dios que, después de la acción cumplida, comprenderían con mayor profundidad. Una segunda versión relata que Dios levantó el monte Sinaí y lo colocó sobre las cabezas de los hebreos y exclamó: “O aceptan mi ley o dejo caer la montaña encima de ustedes”. Frente a esta situación, los hebreos no tuvieron otra opción que aceptar la palabra de Dios.

Aparentemente, el pueblo estuvo dispuesto a aceptar la Torá shebijetav, la Torá Escrita desde el primer momento, tal como lo atestigua la expresión Naasé venishmá. La renuencia de los hebreos, simbolizada por el monte Sinaí encima de sus cabezas, se refirió a la Torá shebealpé, la Torá Oral que añade un sinnúmero de restricciones adicionales a las contenidas en el texto escrito. En efecto, los primeros siglos después de la conquista de la Tierra Prometida y el período del primer Beit HaMikdash dan testimonio de las desviaciones del pueblo hebreo de los principios de la ToráOral. ¿Por qué fue destruida esta Casa de Dios? De acuerdo con el Talmud, la destrucción se produjo debido a la presencia de cultos ajenos al monoteísmo, incluso dentro del recinto sagrado. La falta del compromiso con la Torá Oral permitió que se impusieran influencias idólatras en el seno del pueblo.

La importancia de los eventos que condujeron a la celebración de Purim, que de acuerdo con el calendario hebreo coincide usualmente con la época del año cuando se leen estos capítulos de la Torá, incluye, en primer lugar, la salvación del pueblo de los designios de Hamán. Sin embargo, debe destacarse la decisión del colectivo reflejada en la expresión “Kiyemú vekibelú” de Meguilat Ester, la disposición de renovar el pacto entre el pueblo y Dios, la firme aceptación del pueblo hebreo de las disposiciones de la Torá Oral. Los sucesos de Purim preceden la reconstrucción del segundo Beit HaMikdash que se distinguió por la profundización del ideal monoteísta en el seno del pueblo. ¿Por qué fue destruido el segundo Beit HaMikdash? Esta vez, el problema no se centró en la relación entre el hombre y Dios, la idolatría había sido exitosamente desterrada. La relación del hombre con su prójimo fue el motivo de la tragedia nacional. La envidia y la codicia, la enemistad gratuita entre los hombre causó la destrucción del Beit HaMikdash, evento que fue el preludio al exilio de milenios de la Tierra Prometida.

Aparentemente era más fácil cumplir con los preceptos Bein Adam laMakom, el afianzamiento de la responsabilidad ante el Creador. El respeto mutuo, la lealtad y la solidaridad con el prójimo, Bein Adam la Javeró, resultaron ser el reto mayor. Desde cierto punto de vista, el propósito de la creación del ser humano fue introducir el ingrediente de santidad en el mundo, hecho que apunta hacia una relación más cercana con el Creador. Pero al mismo tiempo, está la opinión de que la intención de las Mitsvot es la creación de sentimientos de nobleza y lealtad en la relación con otros seres humanos.

Moshé lider, Moshé pastor

KI TISÁ - Éxodo XXX,11 - XXXIV

IMG_0259El censo de nuestros antepasados en el desierto se llevó a cabo a contando las monedas. A cada uno se le exigió un aporte de majtsit hashékel y de esta manera se pudo determinar fácilmente la población total de nuestro pueblo. Se sumó el dinero y el total de los shekalim dividido por la mitad arrojó el número de hebreos. Los jajamim señalan que este aporte de majtsit hashékel fue exigido tres veces. Para la construcción general del Mishkán, que era el tabernáculo del desierto; para los adanim, que son los cuencos que se utilizaron para armar el mismo; y para la adquisición de los animales para el sacrificio diario.

La contribución de majtsit hashékel, la mitad de un shékel (el nombre de la actual unidad monetaria del Estado de Israel) alude al hecho que cuando uno contribuye a alguna causa no puede aspirar a terminarlo todo. El máximo aporte es majtsit, la mitad, porque se requiere usualmente el concurso de personas y factores adicionales. Además, la palabra majtsit sugiere que uno nunca esta al día con sus contribuciones. Por más que uno aporte, apenas puede alcanzar a una mitad de las posibilidades. Es interesante notar que la palabra utilizada en nuestro texto es venatenú, “y darán” que en el original hebreo se puede leer igualmente tanto de derecha a izquierda, como de izquierda a derecha. Este hecho es muy ilustrativo del hecho de que uno recibe en la medida que uno otorga. Gran parte de las relaciones humanas, tales como la amistad, la fraternidad, el amor, son proporcionales a esta interdependencia y el intercambio de los sentimientos entre las partes, que deben actuar en ambos sentidos. Por último, el hecho que los sacrificios diarios eran adquiridos a través de esta contribución pública, hacía que todos participaran del culto en igualdad de condiciones.

Nuestros capítulos hacen mención especial de un tal Betsalel, de la tribu de Yehudá, que fue el artista conceptual y artesano del tabernáculo. (La escuela de artes plásticas de mayor renombre en Israel lleva este nombre). La Torá, al caracterizar a este Betsalel, utiliza la expresión jajam lev, que quiere decir inteligencia de corazón. Esta expresión sugiere que tal vez, en el lenguaje bíblico, la facultad intelectual se ubica en el corazón. Desde luego, nos encontramos únicamente frente a un simbolismo literario. Cuando en nuestro lenguaje cotidiano nos referimos a una persona que posee un buen corazón, ¿acaso estamos afirmando al mismo tiempo que los sentimientos humanos se pueden localizar físicamente en este corazón? En el idioma de la Mishná, en cambio, el corazón es utilizado como el símbolo y el lugar donde se ubican los sentimientos. Por lo tanto, el estudio de nuestros textos requiere que se conozcan las figuras literarias utilizadas en esa época, como las realidades sociales y políticas que predominaban en aquellos días.

La lectura semanal enseña que aun el proceso de la construcción del tabernáculo, que por definición es una labor sagrada, debe regirse por las leyes del Shabat. Este día sagrado es denominado berit olam, que es un pacto eterno. Según el texto, el Shabat es “una señal para siempre” de que el Señor hizo el cielo y la tierra en seis días y en el séptimo día cesó de crear y descansó. De esta manera, una vez más la Torá hace énfasis en la importancia singular del día semanal de descanso, que se ha convertido en el eje de los derechos humanos fundamentales y la base de cualquier legislación sobre el trabajo.

Un tema central de nuestra lectura es la construcción de un éguel hazahav que es un becerro de oro, debido a que Moshé tarda excesivamente en descender del Monte Sinaí. La revolucionaria noción de un solo Dios, único e invisible a la mirada humana, no puede sobrevivir ni a un solo momento de incertidumbre. Aharón, el hermano de Moshé, colabora con la muchedumbre en la elaboración de este ídolo, como una táctica dilatoria ¿(o, tal vez, aprovecha la desaparición de su hermano y se propone asumir el mando accediendo al deseo popular)? Este episodio es trágico en extremo, porque es una demostración de la inestabilidad y de la debilidad de la fe de nuestros antepasados, que a escasos días de la revelación Divina, retroceden al prototipo de la idolatría. Rambán y otros comentaristas sugieren que el “becerro” no es más que una representación física de Moshé, porque al reaparecer este último, cesa rápidamente toda nostalgia por la idolatría que reinaba por doquier en Egipto.

El desarrollo de este momento doloroso, permite que Moshé demuestre su gigantesca personalidad y su espíritu extraordinario. Moshé es el éved HaShem, que quiere decir el sirviente de Dios, por excelencia. Pero igualmente es el líder y el pastor de su pueblo. Como resultado de la adoración del “becerro” por el pueblo, Dios le advierte a Moshé que se propone destruir el “pueblo elegido” para seleccionar otro pueblo al que también será numeroso. Moshé reacciona entonando una súplica razonada y emocional, exclamando shuv mejarón apeja vehinajem al haraá leameja, “reconsidera Tu ira, apiádate y no le hagas mal a Tu pueblo”. Moshé argumenta que los otros pueblos de la tierra concluirán que Dios es impotente para llevar a Su pueblo a la Tierra Prometida. “Recuerda a Tus siervos Avraham, Yitsjak y Yaacov, a quienes prometiste bajo juramento” continua Moshé, utilizando todos los argumentos posibles en defensa de su pueblo, de su rebaño, el que aunque se rebela y desobedece, sigue siendo su familia y su gente.

El Zóhar, la obra magna del mundo de la Kabalá, diferencia entre las plegarias y las súplicas de tres personajes bíblicos claves que son Nóaj, Avraham y Moshé. El Zóhar destaca que cuando Dios le participa a Nóaj que está por destruir a la humanidad y a todo ser viviente, éste reacciona con resignación y sin protesta. En ningún momento se le escucha algún reproche por la decisión Divina. En la concepción de Nóaj, aparentemente, la voluntad de Dios tiene una cualidad absoluta que no permite que el ser humano lo rete o que ponga en tela de juicio Su justicia. En cambio, sugiere el Zóhar, cuando se le informa a Avraham de la inminente destrucción de Sedom y Amorá, se desarrolla en nuestro texto una confrontación entre el hombre y su Dios. ¿Cómo es posible, cuestiona Avraham que quien juzga a toda la tierra no haga justicia? ¿Es posible que se castigue al justo simultáneamente con el malvado? En la concepción de Avraham, Dios tiene que ser correcto, aun al nivel de la limitada comprensión humana. Avraham admite que todo crimen debe recibir su castigo y si los habitantes de Sedom y Amorá son culpables de las inmoralidades señaladas, deben sufrir las consecuencias de sus acciones.

El caso de Moshé es totalmente diferente. Moshé ha presenciado con sus propios ojos el yugo de la esclavitud. Tiene que huir del palacio del Faraón por haber defendido, con sus manos, una de las injusticias que se cometían contra su pueblo. Moshé tiene que luchar contra la “dureza del corazón” del Faraón, pero igualmente tiene que vencer la apatía de su pueblo y su reticencia a enfrentar un futuro de interrogantes e inestabilidad en el desierto. A cada momento recordarán que si en Egipto había seguridad y abundante comida, cuál era entonces la finalidad de ser conducidos a morir en el desierto. ¿No había suficientes sepulturas en el país de las grandes pirámides y de la adoración de los muertos? La relación de Moshé con su pueblo no es objetiva. Existe un cúmulo de experiencias comunes que los unifica. En el lenguaje bíblico, nafshó keshurá benafshó, tal como el alma de Yaacov estaba atada al alma de su hijo menor Binyamín, el espíritu de Moshé estaba compenetrado en una alianza eterna con el geist de su pueblo, el pueblo hebreo.

Nos encontramos frente a un nuevo desarrollo de la relación de afecto y responsabilidad del líder por su comunidad. Para Moshé, aun cuando el pueblo judío peca y yerra, aunque se equivoca y se desvía del camino, no cesa de ser su pueblo. Esta idea reaparecerá en la Mishná con la máxima, Israel af al pi shejatá, Israel hu, “Israel aun cuando peca, continua siendo Israel”.

Lejos de ser el implacable y severo conductor del pueblo judío, Moshé revela poseer la sensibilidad del padre que comprende las fallas y las debilidades de un hijo. Recrimina a este hijo, pero eventualmente perdona porque jamás deja de quererlo. Lo ama incluso en los momentos cuando está más alejado y ha abandonado las enseñanzas paternas, porque un padre nunca deja de abrigar la esperanza, que transforma en convicción, del retorno del hijo al sendero de la moralidad.